sábado, 8 de marzo de 2025

Breve selección poética de Katherine Medina Rondón

 

BREVE SELECCIÓN POÉTICA

 

 

 

Katherine Medina Rondón[1]

 

 

 


 

Jacarandá

 

 

Se me voló el sombrero un día de viento;

quizás eso se parezca un poco a volar

o a tener un espíritu o a ser uno:

jamás volví a encontrarlo.

Quizás llegue a algún lado antes que yo,

Quizá me quede donde estoy sin él.

ROBIN MEYERS

 

 

 

Era enero, la primera lluvia me lavaba el rostro

y el viento que le precede fastidiado

alzaba mi sombrero

con la belleza con la que se pela una lima, 

no pude sostenerlo,

ni siquiera puedo sostener mis propias raíces,

ni la mano de mi madre, una india negra,

ni la de mi padre, un árabe sardo.

Mir rostro es un árbol de jacarandá,

un panteón de historia

quebrado,

desigual

y

mi cabello se levanta

como hojas que se rinden al viento

ya sin siquiera un sombrero.

 

 


 



 


 

Sanación con nobles elementos: Agua[2]      

 

           Vierte tu fe sobre el agua

y deja que te alcance el radiante cortejo del rocío,

el color de los que pusieron en otros tiempos con coraje su espalda

para que la espuma no alcance el dorso de tus hijos.

           Vierte el manso querer de los tiempos idos

de la hembra que guarda tu alcoba,

que sostiene tu padecimiento de veintitrés o setenta años,

que pone paños a tu fiebre, mientras está pariendo a tu quinto hijo.

           Vierte el agua sobre el agua

y bebe de la bondad perdida

que te hará danzar como un narciso.

 

 

 

 


 

Invitación al súcubo [3]

 

           El que dio a conocer la luz

y el rincón más sombrío de la noche

está cansado del coro de los ángeles.

           La corte celeste es un lugar de procesión,

por eso toma una lámpara —ni roja ni pintada—

y ponla al pie de la cama

para que las nubes descarguen

sus temibles y ensordecedores cánticos

lejos de tu oído.

          Toma tu cobija y póntela

como diadema real, 

pon tu mano derecha sobre tu sexo,

no te muevas

e implora que los demonios

solo te arranquen las uñas.

 

 



 

Conjuro amoroso para un hombre temerario [4]

 

           Recoge siete especies de siete flores silvestres en siete días,

exceptuando lirios o cualquier variedad que no posea espinas,

y átalas al crecimiento de tu cuerpo.

           Cuando abandones tus reiterativos pensamientos

y los pasos echen a andar solo a tu cuerpo,

notarás cómo un aroma robusto

te transporta al último siglo dorado

y el lenguaje se caerá a pedazos 

al ver sobre ti a una rosa jadeando

en busca de cualquier paraíso perdido.

 

 



 

Conjuro amoroso para una dama solitaria[5]

 

           Cuando caiga la última hoja de mayo

en la flotante brisa que ha labrado las cavernas,

rompe la visión de la nada

y pon una jaula a la altura de tus senos,

dejando la reja abierta junto a una plegaria cada noche

hasta que recibas la feliz visita de una luciérnaga

que ilumine tu corazón impuro.

            No olvides calcular la luz

que dejas salir por tus poros

y traer siempre las botas puestas

ya que nunca desaparecerá el peligro

de incendiar tu casa.

 



 

Epílogo[6]

 

           Orgulloso yace en su trono

el que ha sido invocado

con diferentes nombres.

           Sobre sus blancas palomas

feroces perlas

derraman su misterio,

el universo siempre hembra. 

 



 


 


 

 

Diáspora[7]

 

¿Existes? ¿Existo yo?

¿No seremos la misma persona?

¿La propia vida hablando consigo misma?

un enfoque independiente y apartado,

un ser espejado que respira aprisa

arrojándose el pensamiento solitario,

la sombra de la muerte disfrazada

que acompaña cada registro de mi vida,

el exotismo en el humano ruedo

como una planta de la misma semilla

que florece en dos extremos diferentes de la Tierra,

un diente de león que al soplarlo se dispersa

hacia direcciones inesperadas,

una rama que se extiende bajo las escaleras

y que debe ser cortada porque en ella

la realidad se derrama.

 

 


 

También fuiste el sueño de mamá

 

Recuerdo la primera vez que vi a Harrison Ford en la TV

tenía once años e incluso entonces comprendí

que él ni nadie sabría cómo amarme jamás.

Los días iban pasando a media ración, sin importancia,

porque el olor a durazno tocaba la casa

con sus alegres ojos verdes

y el tiempo no era, como hoy,

una debilidad numerada

siempre de paso, agotada, fugaz.

 

Pienso en Harrison Ford como un fornido carpintero

o un vendedor de marihuana

al que le tengo que enseñar las bragas

porque en este país no se fía, todo cuesta,

incluso el amor que engendra 500 versos inútiles.

Ahora entiendo como

empecé a cavar mi propio agujero,

suspirando como un fuelle,

cediendo, hasta que otro hombre

abandona tu cama

y aprendes a omitir “te quiero” y “no te vayas”.

Pero hay cosas peores en la vida que lo que uno deja atrás,

el presente, por ejemplo

atrapada en una humilde habitación

cuando la burla de la madre es un poema

que empieza a caerse desde el primer verso.



 








[1] Katherine Medina Rondón (Arequipa, 1994). Poeta y artista visual. Ha publicado: Murmullos y volantes (Aletheya, 2012), Amor en cuatro actos y otros cortejos (Casatomada, 2013), Mínima celeste (Transtierros, 2016), Disidencia (Cascahuesos, 2018), Papiros mágicos (Vallejo & co./ Sol negro, 2019), Coraje (Jukucha, 2023) e incluida en Tea Party III, muestra dinámica de poesía latinoamericana (Cinosargo, 2014), Antología XXII Enero en la palabra (Gobierno Municipal de Cusco, 2018), Memorias del 28° Festival Internacional de Poesía de Medellín (Prometeo, 2018), Antología 5° Festival Caravana de Poesía (Amarti, 2018), Aliados, dosis de poesía para tiempos inciertos (Dentro Ediciones, 2020) y Voces de la poesía peruana (Parihuana, 2021). Como traductora ha publicado Flores al borde de los abismos, antología poética de Vittoria Aganoor (Sol negro, 2022). Ha presentado la muestra pictórica bi-personal Comisura en el Centro Cultural Casa Blanca (Arequipa, 2016) y ha participado en diversas muestras artística colectivas.  

[2] Publicado anteriormente en Papiros mágicos. Lima: Vallejo & co, Sol Negro, 2019, p. 41.

[3] Publicado anteriormente en Papiros mágicos. Lima: Vallejo & co, Sol Negro, 2019, p. 17.

[4] Publicado anteriormente en Papiros mágicos. Lima: Vallejo & co, Sol Negro, 2019, p. 33.

[5] Publicado anteriormente en Papiros mágicos. Lima: Vallejo & co, Sol Negro, 2019, p. 35.

[6] Publicado anteriormente en Papiros mágicos. Lima: Vallejo & co, Sol Negro, 2019, p. 55.

[7] Publicado anteriormente en Disidencia. Arequipa: Cascahuesos, 2018, p. 43.

miércoles, 5 de marzo de 2025

«Muerto en combate». Un cuento de Anthony Valdivia Valencia


MUERTO EN COMBATE[1]

 

 

 

Anthony Valdivia Valencia[2]

 

 


 

 

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

AUGUSTO MONTERROSO

 

 

Mañana gris. Las nubes se apelotonan en el cielo arequipeño. Los primeros meses del año aparecen cubiertos de lluvia, nubosidad y desastre. Los días amanecen entumecidos por el aguacero que cae de las alturas y que encharca calles y colapsa desagües. Un aliento húmedo, pegajoso, se eleva de las avenidas lustrosas, de la vegetación chorreante y de las construcciones empapadas que no encuentran las caricias del sol para secar. El tiempo en la ciudad ha perdido su más preciada brújula, las personas desvarían al dar la hora: las siete de la mañana no se diferencia de las once ni de la una, ni de las cuatro de la tarde bajo ese manto impenetrable de enero.

Sorteando su traje perfumado entre la multitud que empezaba a hormiguear la plaza de Armas, Ramiro caminaba presuroso hacia el Poder Judicial. Repasaba frenéticamente los fundamentos que usaría y su cerebro repetía, una y otra vez, el rosario de artículos que desgranaría en un par de minutos. El alboroto de sus zapatos deshacía los grupos de palomas que brincaban y se alzaban en un estruendo de aleteos. Atravesó la calle Mercaderes, encauzada en tiendas y negocios que poco a poco se acomodaban a las exigencias de un nuevo día de trabajo, hasta llegar al parque Quince de Agosto, para después voltear a la izquierda y enfilar hacia su destino. El nerviosismo cosquilleaba su abdomen y lo hacía transpirar. Las horas, días y meses de investigación, de recabación de pruebas y testimonios, terminaban hoy. La sentencia se dictaría. Cuando se zambulló de lleno en el caso, intuyó que la infinidad de crímenes que Saico había cometido le estrujarían los ánimos. Los cuerpos torturados y mutilados que aparecían en torrenteras cercadas de pobreza y olvido, los cadáveres bañados en sangre que moteaban el amanecer en la ciudad —con rostros irreconocibles y calcinados— engrosaban la larga lista de actos que había cometido el líder de una de las bandas extorsionadoras más sanguinarias de la ciudad.

El ruido de los autos que se aglutinaban en la calle Colón aumentaba conforme avanzaba la mañana. Para distraerse, Ramiro hizo que sus recuerdos bracearan en sus primeras clases de Derecho Penal, cuando iniciaba el tercer año de carrera. El sopor era agobiante y la transpiración del día a las once de la mañana era insoportable. Su muñeca se esforzaba por anotar cada palabra, cada concepto que flotaba de los labios del viejo catedrático. La frente del anciano devorada por la calvicie brillaba. En esos salones repletos de sentencias, casos, acuerdos plenarios y torrentes de artículos, comprendió que la justicia —inalcanzable y ajena en este país— no lo era del todo para alguien que de verdad tuviera el coraje, las ganas y el valor de hacer un cambio. Posteriormente, con ayuda y recomendación de una de las amigas de su madre, logró ingresar a la fiscalía, apolillándose desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde entre torres babilónicas de papeles, files y el tecleo constante de los computadores redactando aperturas, archivamientos, acusaciones y formalizaciones. Las ascuas iniciales, la sed punzante por suturar las heridas que el crimen y la impunidad habían dejado en este país, se maximizaron en los interiores de aquel edificio. Tuvo que pasar mucho tiempo para que, finalmente, su nombre esté acompañado de la palabra «fiscal». En ese largo camino pudo oler de cerca la fetidez de la corrupción, asquearse con las coimas que tintineaban en los bolsillos de policías, abogados y jueces; y sentir la respiración agónica de las víctimas de injusticias que desfallecían en procesos contaminados y ya resueltos, incluso, mucho antes de ser iniciados. Todo ello lo motivó a nunca detenerse, a no dejar de estudiar y a endurecer su carácter hasta volverlo pétreo e inflexible. Eran muchos los violadores, asesinos y corruptos que pasaban sus días entre las paredes del penal de Socabaya por su culpa, y su figura crecía como una sombra de terror para aquellos que decidían burlar el cerco de la ley.

El primer encuentro que tuvo con Saico fue cuando escuchó todos sus delitos desgajarse en el radio de su auto —que para estos días era apenas un esqueleto metálico inservible, humeante y carbonizado, producto de uno de los tantos intentos de amedrentamiento que cayeron sobre él poco tiempo después de iniciado el juicio oral—. Estaba consciente de que este golpe al crimen organizado sería fulminante: la prensa lo auguraba y su espalda se había acostumbrado a las palmadas de felicitación que recibía en el trabajo. Incluso algunas personas lograban reconocerlo en las calles y alfombraban su camino con elogios y frases de motivación. Ramiro sabía que este era el primer paso para desarticular las redes de corrupción de partidos políticos que orquestaban todo desde las sombras en el país. Era imposible no sonreír y dejar que la sensación cálida de triunfo suavizara sus facciones. Se acercaba a la última esquina. A la vuelta, el imponente edificio del Poder Judicial coparía toda su vista. Figuras enternadas caminaban a su alrededor. Un semáforo carente de autoridad enrojecía. En esa misma esquina descansaba Ponchito, ensopado en el olor de tinta fresca. El mural de noticias era la radiografía de un país, todo estaba allí: el poder, la tiranía, la corrupción, la delincuencia, las desigualdades, la cultura empobrecida y el morbo y chisme enaltecido. Uno podía dar su veredicto, sacar un informe médico y darse cuenta de la enfermedad nacional. Barrió las páginas coloridas y habitadas por fotos y titulares hasta llegar al diario regional más importante. Su rostro se estremecería, todos sus músculos se engarrotarían de pavor y un frío sudor empaparía su cuerpo al terminar la lectura de la noticia que ocupaba toda la primera página. El titular rezaba:

ASESINAN A FISCAL EN LA PUERTA DE SU CASA

El fiscal Ramiro Alonso Cáceres Gonzales fue acribillado esta madrugada por desconocidos en la entrada de su domicilio. El arequipeño que dirigía la investigación del líder de una banda extorsionadora criminal, Saico, murió baleado por un grupo de desconocidos al promediar la una de la madrugada. El funcionario judicial dirigía un importante proceso y ya anteriormente había sido víctima de múltiples amenazas. Se sospecha que fueron elementos armados en un automóvil en movimiento quienes le dispararon a quemarropa.

La fotografía que acompañaba al texto era de su cuerpo inmóvil, acostado en la vereda inundada de muerte y alumbrado por los destellos de las cámaras de múltiples periodistas. Sentía los latidos de su corazón retumbar en su garganta, escapando por su boca abierta por la sorpresa. Un par de nubes encapotaron su mirada y sintió en el abdomen el escalofrío de la muerte abrazándolo. Cálidamente en su pecho se abrieron como rosas los aguijones que las balas habían dejado, para llenarse de corrientes de aire. Su memoria trajo de algún lugar recóndito la sensación de la sangre, empapándolo y serpenteando por su piel. Intentó seguir caminando, clavando la vista en la puerta de la construcción estatal, pero fue inútil. Se desvaneció tras el último y definitivo zarpazo de esa fiera incontrolable que habitaba en su país desde hacía mucho tiempo.






[1] Cuento finalista del XIV Concurso Internacional de Cuento “Ciudad de Pupiales”, Colombia, 2019. Organizado por la Fundación Gabriel García Márquez y la Gobernación de Nariño. Forma parte de En junio llega el dictador (2025). Puno: Albea, pp. 29-33.

[2] Anthony Valdivia Valencia (Arequipa, 1997). Siguió estudios de Derecho en la Universidad Católica San Pablo y en la Universidad Santo Tomás (Colombia). Realizó una pasantía en la carrera de Letras en la Universidad Nacional de Salta (Argentina), y actualmente culmina sus estudios de Literatura y Lingüística en la Universidad Nacional de San Agustín. Obtuvo el primer lugar en la II edición del evento Batalla Literaria, creación de cuentos en vivo, organizado por la editorial Aletheya (Arequipa, 2018), el primer lugar en el VI Concurso Nacional de Cuentos Jurídicos Fabellae Iuris (Lima, 2020), el primer puesto en la categoría de cuento del V Concurso Literario Piedra Blanca (Arequipa, 2022) y el tercer puesto en la categoría de poesía en su sexta edición (2023). De igual forma, fue finalista del XIV Concurso Internacional de Cuento Ciudad de Pupiales (Colombia, 2019), del IX Premio a la Joven Literatura Latinoamericana, organizado por la Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs (Francia, 2021) y del I Premio Editorial Autómata de las Letras (Lima, 2024). Fue seleccionado en el 5° Programa de Tutoría en Novela de la Universidad Nacional Autónoma de México (México, 2025) dirigido por los escritores Jorge Volpi, Pedro Ángel Palou y Eloy Urroz. Fue beneficiario del Concurso de proyectos para programaciones culturales vinculadas al libro y/o a la lectura en ferias, festivales o eventos académicos 2024 - Edición Bicentenario de los Fondos Concursables del Ministerio de Cultura por su proyecto I Seminario Librerías Independientes Peruanas (Perú, 2024). Administra el blog El Hacedor – Crítica de Literatura Regional. Es docente y corrector de estilo.

lunes, 3 de marzo de 2025

Anthony Valdivia Valencia. Legados de una escritura crítica

 

LEGADOS DE UNA ESCRITURA CRÍTICA

 

[Entrevista a Anthony Valdivia Valencia[1]
sobre su libro En junio llega el dictador]

 

 

Por Edward Álvarez Yucra

 




 

¿Qué episodios han sido decisivos en tu formación literaria? ¿Qué momentos han forjado tu vocación como escritor?

 

Hay muchos momentos en mi infancia que han marcado mi gusto por la literatura. Recuerdo que, cuando tenía ocho o nueve años, mi tío paterno me recomendó las lecturas de libros como El Hobbit (1937), El señor de los anillos (1954) y Harry Potter (1997), que de cierta manera implantaron mi gusto por la lectura. De igual forma, la figura de mi mamá fue importante, ya que, al ver mi entusiasmo por las letras, no dudó en comprarme más libros o llevarme a pasear por las librerías de Arequipa —sobre todo las de segundo uso—.

En cuanto a mi vocación como escritor, esta se definió cuando realicé un intercambio estudiantil a Colombia, en el año 2018. Yo, para ese entonces, ya escribía de forma muy esporádica y había ganado algunos concursos literarios regionales —como el Concurso de Cuento Corto de la UCSP, los Juegos Florales de la UNSA, el concurso Batalla Literaria de Aletheya y uno de la Municipalidad Provincial de Arequipa—, pero lo hacía como un pasatiempo, como un ejercicio anexado a mis lecturas mientras avanzaba en mis estudios de Derecho. Cuando llegué a Colombia y vi de cerca la cantidad de librerías que había en Bogotá y Medellín, por ejemplo; cuando visité sus bibliotecas modernas, muy bien nutridas y con un buen servicio de préstamo; cuando supe de la existencia de múltiples premios y becas para escritores; cuando descubrí a autores que eran igual de buenos —o incluso mejores, en mi opinión—  que García Márquez; y, sobre todo, cuando vi que la «economía naranja» era un concepto y un modelo con mucha importancia y presencia en su sociedad, es que me decidí a tomar más en serio mi inclinación por la escritura y la literatura. Es allí cuando me planteé hacer proyectos narrativos más estructurados y a dedicarme a escribir y leer a tiempo completo.

Cuando regresé a Arequipa, lo hice con la convicción de abandonar la carrera jurídica. En ese viaje también me pasó algo curioso y estimulante. Recuerdo que en el aeropuerto vi a un señor que estaba leyendo un libro de Arguedas y me acerqué a hablarle. Me contó que era poeta y que hacía investigaciones sobre la literatura y cultura andinas, además que trabajaba en Nueva York como catedrático. Al despedirnos, me dijo que era Odi Gonzales, un poeta muy reconocido en el Perú, pero que yo en ese momento no conocía.  

 

Ya que has mencionado a Odi Gonzales y tienes mucha dedicación a cultivar la escritura creativa, ¿qué efectos crees que tiene la formación académica en un escritor? Quiero decir, me consta que puede ser un gran aporte para la escritura —como en el caso de Gonzales— o puede mellar el oficio. ¿Qué factores positivos y negativos encontrarías en esta relación de conocimientos?

 

Creo que la formación académica ofrece una herramienta más de reflexión y creación a un artista. Es decir, tiene la posibilidad de convertirlo en alguien más consciente de su propia creación. Al poseer más datos sobre aspectos teóricos o hermeneúticos propios de la academia, el escritor se convierte en alguien que tiene más certezas al momento de escribir, ya que abandona parcialmente la intuición o inspiración pura. Eso en cuanto a un factor positivo. Los grandes autores —pienso en T.S Eliot u Octavio Paz— han sido grandes ensayistas, tuvieron acercamientos muy importantes con la academia.

En cuanto a lo negativo, podría mencionar que tal vez el exceso podría convertir a la obra literaria en algo muy racional, esquemática o rígida. Por ejemplo, hay escritores que saben muchísimo sobre teoría o técnicas de escritura, pero al momento de escribir, al no despojarse de ese conocimiento, terminan produciendo obras muy artificiosas. Hay que practicar mucho para no caer en ningún exceso.

 

¿Los cuentos del libro fueron producidos en diferentes años?

 

Los cuentos fueron producidos en un período de años en específico. Los empecé en el 2019 y los terminé en el 2021. Yo ya tenía armada la estructura de todos los cuentos, así como la temática y los títulos. Los fui escribiendo al hilo, uno por uno, y, en cuanto los terminaba, los enviaba a concursos literarios. Fueron muchos los concursos en los que no gané nada, y eso me motivaba a corregirlos o volverlos a escribir, y ahí recién conseguía que los cuentos obtengan galardones. En Arequipa no hay muchos talleres de escritura creativa, y mucho menos becas de escritura, por lo que solo me quedaba el autodidactismo y algunos videos en Internet.

 

¿Dirías que todo escritor necesita pasar por la Academia? Quiero decir, los talleres, cursos y grados en Escritura Creativa han terminado afiliados a las instituciones de educación superior. Y este fenómeno es curioso porque da cuenta del reconocimiento indispensable que uno busca para no abandonar su oficio de poeta, narrador o dramaturgo por una cátedra general en el área de las letras.

 

No creo que sea un requisito indispensable, pero es posible que para algunos escritores esa experiencia sea fundamental en su carrera literaria. Los talleres o cursos de Escritura Creativa te dan la oportunidad de poder discutir tus textos con otras personas, de tener lectores presentes y constantes que, con sus propias lecturas, pueden dar aportes significativos para desarrollar tu escritura. Además, como mencionaba el argentino Abelardo Castillo en una entrevista, los talleres o cursos de escritura son en realidad de lectura, ya que uno solo puede mejorar como escritor al acumular más referentes literarios y saber cómo leer e interpretar un texto.

Como dato a tomar en cuenta, en la Escuela de Literatura en la UNSA hay cursos que funcionan como talleres de escritura en narración o poesía, pero algunos profesores le han dado una orientación académica, ya que se dejaban exposiciones o controles de lectura, o han sido descuidados porque no tenían una sistematicidad efectiva. Hay un trabajo importante por hacer sobre este campo en la región.

 

En una entrevista para el Diario Viral, mencionaste que el libro se componía originalmente de diez cuentos, los cuales se terminaron por reducir a cuatro ¿Qué te llevó a restar más del cincuenta por ciento del contenido?

 

Lo que pasa es que la idea inicial era tener cinco cuentos que trataran de Arequipa y cinco sobre Tunja, la ciudad colombiana donde pase medio año estudiando Derecho. En cada uno de ellos exploraba temáticas sociales —como la corrupción, la violencia, el racismo, el narcotráfico, la drogadicción y demás—, así como aspectos históricos o culturales —en los cuentos de Tunja incluía su cultura, su muisca y su cosmovisión andina—. Pero después me di cuenta de que era un libro muy extenso y con poca unidad, por lo que decidí retirar los cuentos sobre Colombia y solo quedarme con los que retratan la ciudad de Arequipa. Esos otros cuentos han sido finalistas en otros concursos, y uno salió publicado en una antología, pero eso ya pertenece a otro proyecto en el que me encuentro trabajando ahora.

 

La figura paterna es una constante en el primer y el último relato. «Cuento al padre» y «En junio llega el dictador» se movilizan por la presencia del padre de los protagonistas o, en el segundo caso, por el padre del padre. Lo curioso es cómo contrastan sus desempeños. Vemos una figura autoritaria que infunde temor por su reconocimiento público en un cuento y, en otro, se trata de un mentor que comparte su sabiduría desde una memoria herida por un hecho sociopolítico. De acuerdo a esta paternidad ambivalente, ¿dirías que los padres tienen el derecho de heredar sus dones a los hijos, mas no de imponerlos?

 

La figura del padre tiene una presencia gravitante en muchos libros y escritores, y creo que la va a seguir teniendo por mucho tiempo. Cuando uno revisa las biografías de algunos autores, descubre que la paternidad en ellos ha sido determinante para definir o potenciar su vocación literaria o sus ejercicios de escritura. El primer cuento que mencionas recibe mucha influencia del texto de Franz Kafka, Carta al padre (1919), en donde tenemos la exposición descarnada y trágica de un padre autoritario, implacable y atemorizador, uno que termina imponiéndole a Kafka que estudie Leyes y no siga estudios en Arte. Sin embargo, es esa presencia la que ocupa muchas páginas de lo mejor que ha escrito el autor checo.

Y en cuanto al segundo cuento, «En junio llega el dictador», me inspiré en las temáticas que aborda el guatemalteco Eduardo Halfon. Él escribe mucho sobre su abuelo judío y la relación de aprendizaje que tiene con él. En ambos casos, ya sea una relación donde todo se impone o donde se deja espacio para la libertad y enseñanza, sirven como alicientes para escribir. Son dos caras de la moneda que un auténtico escritor sabe cómo aprovechar y utilizar. Yo prefiero aquello que se sugiere, la persuasión y la exposición antes que la imposición; sin embargo, reconozco que, si en mi biografía no hubiera tenido la imposición de estudiar Derecho, tal vez me habría perdido de muchas oportunidades y sentimientos que actualmente impulsan mi escritura.

 

Claro, uno escribe por las buenas o por las malas. La frustración de Kafka tenía que marcar su narrativa de algún modo y esa tesitura también se refleja en «Cuento al padre». En cambio, «En junio llega el dictador» resalta cierta necesidad del legado. Ambos me dejan pensar que a veces es necesario el parricidio en la tradición, pero muchas otras no y, por lo mismo, ha de conservarse aquello que impele el bienestar común entre ascendientes y descendientes.

 

Sí, por supuesto. En esos dos cuentos muestro dos tipos de influencias. En ambas los protagonistas son escritores en formación, pero tienen motivaciones antagónicas. Como dije, un buen artista es capaz de discernir y conservar o desechar aquello que considera relevante para potenciar o darle una orientación a su arte.

 

«Muerto en combate» parece el único relato de trasfondo sobrenatural, salvo quizá por otro que le sigue. ¿Por qué esta excepción en un conjunto que parece inclinarse al realismo?

 

Ese cuento en realidad está dentro del primero. En el primer cuento, donde el personaje decide postular a un concurso literario, menciona que ha escrito un relato sobre la lucha de un fiscal contra la corrupción. Lo hice para dosificar el realismo que impera en todo el libro y como un ejercicio de exploración, ya que actualmente me encuentro escribiendo historias más fantásticas y creo que desde ese tipo de género se puede hacer una crítica diferente a la realidad. También el cuento «Los desperfectos de la memoria» tiene algo de sobrenatural, algo que se devela solo al final del relato.

 

Comprendo. Ya que son dos relatos así, puedo notar que recuperas la idea del fantasma o el alma en pena como un eco del remordimiento y la nostalgia, quiero decir, estas motivaciones que llevan a no desprenderse de la realidad que les ha tocado vivir. Tal parece que el malestar de la sociedad peruana impera incluso después de la muerte y que el pasado más íntimo deja cicatrices insoslayables. Parece que, aun bajo premisas de tinte sobrenatural, la realidad circundante se impone.

 

Exacto, sobre todo en el cuento «Muerto en combate» quería remarcar o hacer más trágica la desesperanza de la realidad. El personaje principal está tan comprometido con su labor que incluso la muerte parece algo sin importancia en su rutina diaria, y solo el descubrimiento al final del cuento le revela algo trágico e inevitable en una sociedad como la nuestra. Y ya en el segundo cuento, «Los desperfectos de la memoria», juego con ese mismo tema, solo que aquí es el arraigo, la nostalgia o ese cúmulo de recuerdos los que trastocan los límites entre lo terrenal y lo supraterrenal. Además, que, como son cuentos que escribí en mis inicios como narrador, estaba en búsqueda de finales sorpresivos o contundentes, para lograr efectividad.

Aquí podría agregar dos cuentos de escritores arequipeños que entrecruzan magistralmente lo fantástico y lo socio-político para remarcar esa desolación que imprime la realidad: «Mateo Yucra» de Juan Pablo Heredia y «El acoso» de Jorge Eduardo Benavides. Actualmente me encuentro explorando más esa línea temática.

 

«Muerto en combate», además, tiene en común con «Cuento al padre» el tema de la corrupción, hecho que no deja de ser una crisis en la esfera peruana y supongo que lo has notado claramente en tu formación jurídica. ¿Escribes desde lo que te aqueja siempre? ¿O lo haces pensando en algo más que el malestar circundante?

 

Toda mi escritura es una exorcización de lo que me fastidia. Lamentablemente tiendo a ser muy crítico con todo lo que me rodea y, en parte, puede que esté bien desarrollar un pensamiento crítico mediante la lectura y escritura, pero es un ejercicio muy desolador. Creo que hay males que son universales e indisolubles, y que van más allá de la simple inmediatez. El caso de la corrupción es un ejemplo de ello. Es muy cierto lo que indicas, esto lo noté mucho en mi formación jurídica, pero después me di cuenta de que está en todo lado y de que es uno de los principales factores que entorpecen el desarrollo de una sociedad. Se observa desde la intención de querer siempre plagiar en un examen universitario hasta malversar fondos o estafar autores que recién quieren publicar. En los libros que estoy escribiendo ahora también incluyo muchos aspectos que me aquejan personalmente, pero que considero son generales y sintomáticos de una nación como la peruana, que no ha sabido —y no sabe— comprenderse.

 

En «Los desperfectos de la memoria» y en el cuento que le da título al libro, se notan los pasajes que le dan cabida a la consciencia histórica. De un lado, están los pasajes melancólicos en el contexto de ciertas costumbres arequipeñas y, de otro, un conflicto familiar en la rebelión de 1950 acaecida en la ciudad. ¿De dónde sacaste el material para ambas historias? ¿Fueron recuerdos espontáneos que te compartieron o todo vino de una indagación propia?

 

Estos cuentos tuvieron su primera inspiración en los relatos que me narraba mi abuelo. Él tenía apenas siete años cuando ocurrió ese evento, pero recuerda de forma vívida los disparos y el caos total que se vivió en la Plaza de Armas durante la revolución de 1950. A partir de esa memoria algo difusa, creció mi interés por saber más acerca de ese evento y sobre Arequipa en general, ya que en el colegio y en la literatura arequipeña que había leído hasta ese entonces no había encontrado nada detallado. Eso me llevó a adquirir más libros sobre Arequipa y a empaparme con la historia y la cultura local. Los aportes de Juan Guillermo Carpio Muñoz son importantísimos, así como otros arequipeñistas que, considero, deben leerse más.

«Los desperfectos de la memoria» es una especie de parodia del tradicional sujeto loncco arequipeño; aprovecho esa figura para hacer un recorrido de las tradiciones arequipeñas que las nuevas generaciones —conformadas por jóvenes influidos por la globalización, la tecnología, la posmodernidad y la migración— ya no practican tan asiduamente. En ese cuento aparece el personaje del abuelo escritor que después protagonizará el relato de la revolución de Arequipa, en el que me permito intentar llenar un vacío literario que solo Javier Bacacorzo literaturizó de forma orgánica y relevante en todo un poemario.

 

¿Te parece que Arequipa ha sido una ciudad revolucionaria o, más bien, una ciudad rebelde?

 

Yo creo que tiene un poco de ambos. Quizá un poco más de rebelde, por ese carácter contestario o de resistencia ante gobiernos autoritarios. Por lo menos es lo que deja inferir su historia. Pero no podría enumerar grandes cambios sociales o estructurales en el país que se hayan gestado desde aquí. Sin embargo, si trasladamos esto al plano literario, creo que figuras como Melgar, Alberto Hidalgo o Guillermo Mercado son claves para comprender hitos de renovación en nuestra literatura.

De igual manera, me parece muy interesante que dos de los libros narrativos más destacados sobre Arequipa en el siglo XIX —me refiero a Peregrinaciones de una paria (1838) de Flora Tristán y Jorge, el hijo del pueblo (1892) de María Nieves y Bustamante— tengan como grandes ejes temáticos o momentos más relevantes las agitaciones políticas y sociales en la sociedad arequipeña. Me gustaría hacer una investigación más académica sobre ese tipo de representaciones en un futuro.

 

¿Has encontrado otras obras que hablen sobre lo acontecido en 1950 en Arequipa?

 

La primera obra que leí sobre ese suceso fue Sangre derramada (2002) de Juan Reynoso Díaz, un texto voluminoso y lleno de testimonios, fotos e información política que permiten conocer muy de cerca todo lo que ocurrió en esos años. El libro era de mi tío y lo he visto muy poco en las librerías de la ciudad actualmente. Ya después busqué por mi cuenta otros textos. Podría mencionar El último montonero (1982) de Alfonso Bouroncle —también descontinuado e imposible de hallar en librerías—, La revolución de Arequipa de 1950 (2020) de Napoleón Sosa, Cuatro días de junio (2000) de Luis Eduardo Podestá, Esos días de junio en Arequipa (2014) de Jorge Rendón Vásquez y también los trabajos de Hélard Fuentes Pastor y la información en blogs de Internet como «Arequipa tradicional». En el plano literario, solo puedo mencionar el poemario Las eras de junio (1962) de Jorge Bacacorzo y algunos fragmentos de Los eunucos inmortales (1995) y Arequipa lámpara incandescente (2014) de Oswaldo Reynoso. Para mí, no puede haber escritura sin investigación, así escriba algo en apariencia simple.

 

¿Qué narradores, del pasado o del presente, te han sorprendido más en el ambiente arequipeño?

 

En el siglo XXI, Yuri Vásquez, definitivamente. Es un cuentista y novelista notable que, a pesar de todas las carencias culturales de una región como Arequipa, ha sabido tomar el oficio de escritor de manera profesional. Considero que, con un aparato crítico diferente, con un ecosistema editorial más robustecido, becas de escritura, asesorías y un trabajo de marketing adecuado y serio, la escritura de Yuri alcanzaría otros niveles. Su ambición e innovación son un gran ejemplo para los narradores jóvenes que recién empiezan como yo.

Del siglo pasado mencionaría a Edmundo De los Ríos. Su novela debut Los juegos verdaderos (1968) deja entrever otro acercamiento y concepción de la literatura, muy sintomático con la época, claro —los años sesenta se caracterizan por la experimentación lingüística del neovanguardismo en la novela y el compromiso con ideales utópicos—, pero su talento tan precoz y la breve internacionalización de su escritura al pasar por México y Cuba son inspiradores, al menos para mí. Podría mencionarte a ellos dos en narrativa, que es lo que más me interesa ahora.

 

¿Algunos autores de cabecera a los que vuelves siempre?

 

Con cada lectura son más los autores que se agregan a esa lista. Mencionaría a Onetti, sobre todo por su uso de la sintaxis y el estilo de sus obras. Regreso mucho a sus cuentos. Después está Faulkner, por sus personajes y la gran ambientación que hace de sus espacios y atmósferas. He leído casi todas sus novelas y de vez en cuando regreso a algunos pasajes. Y actualmente ando leyendo a Juan José Saer. Presiento que será un autor de cabecera, ya que comparte ciertos elementos con los autores que te acabo de mencionar. Esos son a los que recurro cada cierto tiempo, pero podría aconsejar que siempre se exploren más formas de narrar. He tenido hallazgos interesantes leyendo a autores de otros continentes.

 

 

 

 

2 de marzo del 2025







[1] Anthony Valdivia Valencia (Arequipa, 1997). Siguió estudios de Derecho en la Universidad Católica San Pablo y en la Universidad Santo Tomás (Colombia). Realizó una pasantía en la carrera de Letras en la Universidad Nacional de Salta (Argentina), y actualmente culmina sus estudios de Literatura y Lingüística en la Universidad Nacional de San Agustín. Obtuvo el primer lugar en la II edición del evento Batalla Literaria, creación de cuentos en vivo, organizado por la editorial Aletheya (Arequipa, 2018), el primer lugar en el VI Concurso Nacional de Cuentos Jurídicos Fabellae Iuris (Lima, 2020), el primer puesto en la categoría de cuento del V Concurso Literario Piedra Blanca (Arequipa, 2022) y el tercer puesto en la categoría de poesía en su sexta edición (2023). De igual forma, fue finalista del XIV Concurso Internacional de Cuento Ciudad de Pupiales (Colombia, 2019), del IX Premio a la Joven Literatura Latinoamericana, organizado por la Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs (Francia, 2021) y del I Premio Editorial Autómata de las Letras (Lima, 2024). Fue seleccionado en el 5° Programa de Tutoría en Novela de la Universidad Nacional Autónoma de México (México, 2025) dirigido por los escritores Jorge Volpi, Pedro Ángel Palou y Eloy Urroz. Fue beneficiario del Concurso de proyectos para programaciones culturales vinculadas al libro y/o a la lectura en ferias, festivales o eventos académicos 2024 - Edición Bicentenario de los Fondos Concursables del Ministerio de Cultura por su proyecto I Seminario Librerías Independientes Peruanas (Perú, 2024). Administra el blog El Hacedor – Crítica de Literatura Regional. Es docente y corrector de estilo.

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