LEGADOS DE UNA ESCRITURA CRÍTICA
[Entrevista
a Anthony Valdivia Valencia[1]
sobre su libro En junio llega el dictador]
Por Edward
Álvarez Yucra
¿Qué episodios han sido decisivos en
tu formación literaria? ¿Qué momentos han forjado tu vocación como escritor?
Hay muchos
momentos en mi infancia que han marcado mi gusto por la literatura. Recuerdo
que, cuando tenía ocho o nueve años, mi tío paterno me recomendó las lecturas
de libros como El Hobbit (1937),
El señor de los anillos (1954) y Harry Potter (1997), que de cierta manera
implantaron mi gusto por la lectura. De igual forma, la figura de mi mamá fue
importante, ya que, al ver mi entusiasmo por las letras, no dudó en comprarme
más libros o llevarme a pasear por las librerías de Arequipa —sobre todo las de
segundo uso—.
En cuanto a mi
vocación como escritor, esta se definió cuando realicé un intercambio
estudiantil a Colombia, en el año 2018. Yo, para ese entonces, ya escribía de
forma muy esporádica y había ganado algunos concursos literarios regionales —como
el Concurso de Cuento Corto de la UCSP, los Juegos Florales de la UNSA, el concurso
Batalla Literaria de Aletheya y uno de la Municipalidad Provincial de Arequipa—,
pero lo hacía como un pasatiempo, como un ejercicio anexado a mis lecturas mientras
avanzaba en mis estudios de Derecho. Cuando llegué a Colombia y vi de cerca la
cantidad de librerías que había en Bogotá y Medellín, por ejemplo; cuando
visité sus bibliotecas modernas, muy bien nutridas y con un buen servicio de
préstamo; cuando supe de la existencia de múltiples premios y becas para
escritores; cuando descubrí a autores que eran igual de buenos —o incluso
mejores, en mi opinión— que García
Márquez; y, sobre todo, cuando vi que la «economía naranja» era un concepto y
un modelo con mucha importancia y presencia en su sociedad, es que me decidí a
tomar más en serio mi inclinación por la escritura y la literatura. Es allí
cuando me planteé hacer proyectos narrativos más estructurados y a dedicarme a
escribir y leer a tiempo completo.
Cuando regresé a
Arequipa, lo hice con la convicción de abandonar la carrera jurídica. En ese
viaje también me pasó algo curioso y estimulante. Recuerdo que en el aeropuerto
vi a un señor que estaba leyendo un libro de Arguedas y me acerqué a hablarle.
Me contó que era poeta y que hacía investigaciones sobre la literatura y
cultura andinas, además que trabajaba en Nueva York como catedrático. Al
despedirnos, me dijo que era Odi Gonzales, un poeta muy reconocido en el Perú,
pero que yo en ese momento no conocía.
Ya
que has mencionado a Odi Gonzales y tienes mucha dedicación a cultivar la
escritura creativa, ¿qué efectos crees que tiene la formación académica en un
escritor? Quiero decir, me consta que puede ser un gran aporte para la
escritura —como en el caso de Gonzales— o puede mellar el oficio. ¿Qué factores
positivos y negativos encontrarías en esta relación de conocimientos?
Creo que la formación académica ofrece una
herramienta más de reflexión y creación a un artista. Es decir, tiene la
posibilidad de convertirlo en alguien más consciente de su propia creación. Al
poseer más datos sobre aspectos teóricos o hermeneúticos propios de la
academia, el escritor se convierte en alguien que tiene más certezas al momento
de escribir, ya que abandona parcialmente la intuición o inspiración pura. Eso
en cuanto a un factor positivo. Los grandes autores —pienso en T.S Eliot u
Octavio Paz— han sido grandes ensayistas, tuvieron acercamientos muy
importantes con la academia.
En cuanto a lo negativo, podría mencionar
que tal vez el exceso podría convertir a la obra literaria en algo muy
racional, esquemática o rígida. Por ejemplo, hay escritores que saben muchísimo
sobre teoría o técnicas de escritura, pero al momento de escribir, al no
despojarse de ese conocimiento, terminan produciendo obras muy artificiosas.
Hay que practicar mucho para no caer en ningún exceso.
¿Los
cuentos del libro fueron producidos en diferentes años?
Los cuentos
fueron producidos en un período de años en específico. Los empecé en el 2019 y
los terminé en el 2021. Yo ya tenía armada la estructura de todos los cuentos,
así como la temática y los títulos. Los fui escribiendo al hilo, uno por uno, y,
en cuanto los terminaba, los enviaba a concursos literarios. Fueron muchos los
concursos en los que no gané nada, y eso me motivaba a corregirlos o volverlos
a escribir, y ahí recién conseguía que los cuentos obtengan galardones. En Arequipa
no hay muchos talleres de escritura creativa, y mucho menos becas de escritura,
por lo que solo me quedaba el autodidactismo y algunos videos en Internet.
¿Dirías
que todo escritor necesita pasar por la Academia? Quiero decir, los talleres,
cursos y grados en Escritura Creativa han terminado afiliados a las
instituciones de educación superior. Y este fenómeno es curioso porque da
cuenta del reconocimiento indispensable que uno busca para no abandonar su
oficio de poeta, narrador o dramaturgo por una cátedra general en el área de
las letras.
No creo que sea un requisito
indispensable, pero es posible que para algunos escritores esa experiencia sea
fundamental en su carrera literaria. Los talleres o cursos de Escritura
Creativa te dan la oportunidad de poder discutir tus textos con otras personas,
de tener lectores presentes y constantes que, con sus propias lecturas, pueden
dar aportes significativos para desarrollar tu escritura. Además, como
mencionaba el argentino Abelardo Castillo en una entrevista, los talleres o
cursos de escritura son en realidad de lectura, ya que uno solo puede mejorar
como escritor al acumular más referentes literarios y saber cómo leer e
interpretar un texto.
Como dato a tomar en cuenta, en la Escuela
de Literatura en la UNSA hay cursos que funcionan como talleres de escritura en
narración o poesía, pero algunos profesores le han dado una orientación
académica, ya que se dejaban exposiciones o controles de lectura, o han sido
descuidados porque no tenían una sistematicidad efectiva. Hay un trabajo
importante por hacer sobre este campo en la región.
En
una entrevista para el Diario Viral,
mencionaste que el libro se componía originalmente de diez cuentos, los cuales
se terminaron por reducir a cuatro ¿Qué te llevó a restar más del cincuenta por
ciento del contenido?
Lo que pasa es
que la idea inicial era tener cinco cuentos que trataran de Arequipa y cinco
sobre Tunja, la ciudad colombiana donde pase medio año estudiando Derecho. En
cada uno de ellos exploraba temáticas sociales —como la corrupción, la
violencia, el racismo, el narcotráfico, la drogadicción y demás—, así como aspectos
históricos o culturales —en los cuentos de Tunja incluía su cultura, su muisca
y su cosmovisión andina—. Pero después me di cuenta de que era un libro muy
extenso y con poca unidad, por lo que decidí retirar los cuentos sobre Colombia
y solo quedarme con los que retratan la ciudad de Arequipa. Esos otros cuentos
han sido finalistas en otros concursos, y uno salió publicado en una antología,
pero eso ya pertenece a otro proyecto en el que me encuentro trabajando ahora.
La figura paterna es una constante en
el primer y el último relato. «Cuento al padre» y «En junio llega el dictador»
se movilizan por la presencia del padre de los protagonistas o, en el segundo
caso, por el padre del padre. Lo curioso es cómo contrastan sus desempeños.
Vemos una figura autoritaria que infunde temor por su reconocimiento público en
un cuento y, en otro, se trata de un mentor que comparte su sabiduría desde una
memoria herida por un hecho sociopolítico. De acuerdo a esta paternidad
ambivalente, ¿dirías que los padres tienen el derecho de heredar sus dones a
los hijos, mas no de imponerlos?
La figura del padre
tiene una presencia gravitante en muchos libros y escritores, y creo que la va
a seguir teniendo por mucho tiempo. Cuando uno revisa las biografías de algunos
autores, descubre que la paternidad en ellos ha sido determinante para definir
o potenciar su vocación literaria o sus ejercicios de escritura. El primer
cuento que mencionas recibe mucha influencia del texto de Franz Kafka, Carta al padre (1919), en donde tenemos
la exposición descarnada y trágica de un padre autoritario, implacable y
atemorizador, uno que termina imponiéndole a Kafka que estudie Leyes y no siga
estudios en Arte. Sin embargo, es esa presencia la que ocupa muchas páginas de
lo mejor que ha escrito el autor checo.
Y en cuanto al
segundo cuento, «En junio llega el dictador», me inspiré en las temáticas que
aborda el guatemalteco Eduardo Halfon. Él escribe mucho sobre su abuelo judío y
la relación de aprendizaje que tiene con él. En ambos casos, ya sea una
relación donde todo se impone o donde se deja espacio para la libertad y enseñanza,
sirven como alicientes para escribir. Son dos caras de la moneda que un
auténtico escritor sabe cómo aprovechar y utilizar. Yo prefiero aquello que se
sugiere, la persuasión y la exposición antes que la imposición; sin embargo, reconozco
que, si en mi biografía no hubiera tenido la imposición de estudiar Derecho,
tal vez me habría perdido de muchas oportunidades y sentimientos que actualmente
impulsan mi escritura.
Claro, uno escribe por las buenas o
por las malas. La frustración de Kafka tenía que marcar su narrativa de algún
modo y esa tesitura también se refleja en «Cuento al padre». En cambio, «En
junio llega el dictador» resalta cierta necesidad del legado. Ambos me dejan
pensar que a veces es necesario el parricidio en la tradición, pero muchas
otras no y, por lo mismo, ha de conservarse aquello que impele el bienestar
común entre ascendientes y descendientes.
Sí, por
supuesto. En esos dos cuentos muestro dos tipos de influencias. En ambas los
protagonistas son escritores en formación, pero tienen motivaciones
antagónicas. Como dije, un buen artista es capaz de discernir y conservar o
desechar aquello que considera relevante para potenciar o darle una orientación
a su arte.
«Muerto en combate» parece el único
relato de trasfondo sobrenatural, salvo quizá por otro que le sigue. ¿Por qué
esta excepción en un conjunto que parece inclinarse al realismo?
Ese cuento en
realidad está dentro del primero. En el primer cuento, donde el personaje
decide postular a un concurso literario, menciona que ha escrito un relato
sobre la lucha de un fiscal contra la corrupción. Lo hice para dosificar el
realismo que impera en todo el libro y como un ejercicio de exploración, ya que
actualmente me encuentro escribiendo historias más fantásticas y creo que desde
ese tipo de género se puede hacer una crítica diferente a la realidad. También
el cuento «Los desperfectos de la memoria» tiene algo de sobrenatural, algo que
se devela solo al final del relato.
Comprendo. Ya que son dos relatos
así, puedo notar que recuperas la idea del fantasma o el alma en pena como un
eco del remordimiento y la nostalgia, quiero decir, estas motivaciones que
llevan a no desprenderse de la realidad que les ha tocado vivir. Tal parece que
el malestar de la sociedad peruana impera incluso después de la muerte y que el
pasado más íntimo deja cicatrices insoslayables. Parece que, aun bajo premisas
de tinte sobrenatural, la realidad circundante se impone.
Exacto, sobre todo en el cuento «Muerto en
combate» quería remarcar o hacer más trágica la desesperanza de la realidad. El
personaje principal está tan comprometido con su labor que incluso la muerte
parece algo sin importancia en su rutina diaria, y solo el descubrimiento al
final del cuento le revela algo trágico e inevitable en una sociedad como la
nuestra. Y ya en el segundo cuento, «Los desperfectos de la memoria», juego con
ese mismo tema, solo que aquí es el arraigo, la nostalgia o ese cúmulo de
recuerdos los que trastocan los límites entre lo terrenal y lo supraterrenal. Además,
que, como son cuentos que escribí en mis inicios como narrador, estaba en
búsqueda de finales sorpresivos o contundentes, para lograr efectividad.
Aquí podría
agregar dos cuentos de escritores arequipeños que entrecruzan magistralmente lo
fantástico y lo socio-político para remarcar esa desolación que imprime la
realidad: «Mateo Yucra» de Juan Pablo Heredia y «El acoso» de Jorge Eduardo
Benavides. Actualmente me encuentro explorando más esa línea temática.
«Muerto en combate», además, tiene en
común con «Cuento al padre» el tema de la corrupción, hecho que no deja de ser
una crisis en la esfera peruana y supongo que lo has notado claramente en tu
formación jurídica. ¿Escribes desde lo que te aqueja siempre? ¿O lo haces
pensando en algo más que el malestar circundante?
Toda mi
escritura es una exorcización de lo que me fastidia. Lamentablemente tiendo a
ser muy crítico con todo lo que me rodea y, en parte, puede que esté bien
desarrollar un pensamiento crítico mediante la lectura y escritura, pero es un
ejercicio muy desolador. Creo que hay males que son universales e indisolubles,
y que van más allá de la simple inmediatez. El caso de la corrupción es un
ejemplo de ello. Es muy cierto lo que indicas, esto lo noté mucho en mi
formación jurídica, pero después me di cuenta de que está en todo lado y de que
es uno de los principales factores que entorpecen el desarrollo de una sociedad.
Se observa desde la intención de querer siempre plagiar en un examen
universitario hasta malversar fondos o estafar autores que recién quieren
publicar. En los libros que estoy escribiendo ahora también incluyo muchos
aspectos que me aquejan personalmente, pero que considero son generales y
sintomáticos de una nación como la peruana, que no ha sabido —y no sabe—
comprenderse.
En «Los desperfectos de la memoria» y
en el cuento que le da título al libro, se notan los pasajes que le dan cabida
a la consciencia histórica. De un lado, están los pasajes melancólicos en el
contexto de ciertas costumbres arequipeñas y, de otro, un conflicto familiar en
la rebelión de 1950 acaecida en la ciudad. ¿De dónde sacaste el material para
ambas historias? ¿Fueron recuerdos espontáneos que te compartieron o todo vino
de una indagación propia?
Estos cuentos
tuvieron su primera inspiración en los relatos que me narraba mi abuelo. Él
tenía apenas siete años cuando ocurrió ese evento, pero recuerda de forma
vívida los disparos y el caos total que se vivió en la Plaza de Armas durante
la revolución de 1950. A partir de esa memoria algo difusa, creció mi interés
por saber más acerca de ese evento y sobre Arequipa en general, ya que en el
colegio y en la literatura arequipeña que había leído hasta ese entonces no
había encontrado nada detallado. Eso me llevó a adquirir más libros sobre
Arequipa y a empaparme con la historia y la cultura local. Los aportes de Juan
Guillermo Carpio Muñoz son importantísimos, así como otros arequipeñistas que, considero,
deben leerse más.
«Los
desperfectos de la memoria» es una especie de parodia del tradicional sujeto
loncco arequipeño; aprovecho esa figura para hacer un recorrido de las
tradiciones arequipeñas que las nuevas generaciones —conformadas por jóvenes
influidos por la globalización, la tecnología, la posmodernidad y la migración—
ya no practican tan asiduamente. En ese cuento aparece el personaje del abuelo
escritor que después protagonizará el relato de la revolución de Arequipa, en
el que me permito intentar llenar un vacío literario que solo Javier Bacacorzo
literaturizó de forma orgánica y relevante en todo un poemario.
¿Te parece que Arequipa ha sido una
ciudad revolucionaria o, más bien, una ciudad rebelde?
Yo creo que
tiene un poco de ambos. Quizá un poco más de rebelde, por ese carácter
contestario o de resistencia ante gobiernos autoritarios. Por lo menos es lo
que deja inferir su historia. Pero no podría enumerar grandes cambios sociales
o estructurales en el país que se hayan gestado desde aquí. Sin embargo, si
trasladamos esto al plano literario, creo que figuras como Melgar, Alberto
Hidalgo o Guillermo Mercado son claves para comprender hitos de renovación en
nuestra literatura.
De igual manera,
me parece muy interesante que dos de los libros narrativos más destacados sobre
Arequipa en el siglo XIX —me refiero a Peregrinaciones de una paria (1838)
de Flora Tristán y Jorge, el hijo del pueblo (1892) de María Nieves y
Bustamante— tengan como grandes ejes temáticos o momentos más relevantes las
agitaciones políticas y sociales en la sociedad arequipeña. Me gustaría hacer
una investigación más académica sobre ese tipo de representaciones en un
futuro.
¿Has encontrado otras obras que
hablen sobre lo acontecido en 1950 en Arequipa?
La primera obra
que leí sobre ese suceso fue Sangre derramada (2002) de Juan Reynoso Díaz, un texto voluminoso y lleno de testimonios,
fotos e información política que permiten conocer muy de cerca todo lo que
ocurrió en esos años. El libro era de mi tío y lo he visto muy poco en las
librerías de la ciudad actualmente. Ya después busqué por mi cuenta otros
textos. Podría mencionar El último montonero (1982) de Alfonso Bouroncle —también descontinuado e imposible
de hallar en librerías—, La revolución de Arequipa de 1950 (2020) de Napoleón Sosa, Cuatro
días de junio (2000) de
Luis Eduardo Podestá, Esos días de junio en Arequipa (2014) de Jorge Rendón Vásquez y
también los trabajos de Hélard Fuentes Pastor y la información en blogs de
Internet como «Arequipa tradicional». En el plano literario, solo puedo
mencionar el poemario Las eras de junio (1962) de Jorge Bacacorzo y algunos fragmentos de Los eunucos
inmortales (1995) y Arequipa
lámpara incandescente (2014) de
Oswaldo Reynoso. Para mí, no puede haber escritura sin investigación, así
escriba algo en apariencia simple.
¿Qué narradores, del pasado o del
presente, te han sorprendido más en el ambiente arequipeño?
En el siglo XXI,
Yuri Vásquez, definitivamente. Es un cuentista y novelista notable que, a pesar
de todas las carencias culturales de una región como Arequipa, ha sabido tomar
el oficio de escritor de manera profesional. Considero que, con un aparato
crítico diferente, con un ecosistema editorial más robustecido, becas de
escritura, asesorías y un trabajo de marketing adecuado y serio, la escritura
de Yuri alcanzaría otros niveles. Su ambición e innovación son un gran ejemplo
para los narradores jóvenes que recién empiezan como yo.
Del siglo pasado
mencionaría a Edmundo De los Ríos. Su novela debut Los juegos verdaderos (1968) deja entrever otro
acercamiento y concepción de la literatura, muy sintomático con la época, claro
—los años sesenta se caracterizan por la experimentación lingüística del
neovanguardismo en la novela y el compromiso con ideales utópicos—, pero su
talento tan precoz y la breve internacionalización de su escritura al pasar por
México y Cuba son inspiradores, al menos para mí. Podría mencionarte a ellos
dos en narrativa, que es lo que más me interesa ahora.
¿Algunos autores de cabecera a los
que vuelves siempre?
Con cada lectura
son más los autores que se agregan a esa lista. Mencionaría a Onetti, sobre
todo por su uso de la sintaxis y el estilo de sus obras. Regreso mucho a sus
cuentos. Después está Faulkner, por sus personajes y la gran ambientación que
hace de sus espacios y atmósferas. He leído casi todas sus novelas y de vez en
cuando regreso a algunos pasajes. Y actualmente ando leyendo a Juan José Saer.
Presiento que será un autor de cabecera, ya que comparte ciertos elementos con
los autores que te acabo de mencionar. Esos son a los que recurro cada cierto
tiempo, pero podría aconsejar que siempre se exploren más formas de narrar. He
tenido hallazgos interesantes leyendo a autores de otros continentes.
2 de marzo del 2025
[1]
Anthony Valdivia Valencia (Arequipa,
1997). Siguió estudios de Derecho en la Universidad Católica San Pablo y en la
Universidad Santo Tomás (Colombia). Realizó una pasantía en la carrera de
Letras en la Universidad Nacional de Salta (Argentina), y actualmente culmina
sus estudios de Literatura y Lingüística en la Universidad Nacional de San
Agustín. Obtuvo el primer lugar en la II edición del evento Batalla Literaria,
creación de cuentos en vivo, organizado por la editorial Aletheya (Arequipa,
2018), el primer lugar en el VI Concurso Nacional de Cuentos Jurídicos Fabellae
Iuris (Lima, 2020), el primer puesto en la categoría de cuento del V Concurso
Literario Piedra Blanca (Arequipa, 2022) y el tercer puesto en la categoría de poesía
en su sexta edición (2023). De igual forma, fue finalista del XIV Concurso
Internacional de Cuento Ciudad de Pupiales (Colombia, 2019), del IX Premio a la
Joven Literatura Latinoamericana, organizado por la Maison des Écrivains
Étrangers et des Traducteurs (Francia, 2021) y del I Premio Editorial Autómata
de las Letras (Lima, 2024). Fue seleccionado en el 5° Programa de Tutoría en
Novela de la Universidad Nacional Autónoma de México (México, 2025) dirigido
por los escritores Jorge Volpi, Pedro Ángel Palou y Eloy Urroz. Fue beneficiario
del Concurso de proyectos para programaciones culturales vinculadas al libro
y/o a la lectura en ferias, festivales o eventos académicos 2024 - Edición
Bicentenario de los Fondos Concursables del Ministerio de Cultura por su
proyecto I Seminario Librerías Independientes Peruanas (Perú, 2024). Administra
el blog El Hacedor – Crítica de
Literatura Regional. Es docente y corrector de estilo.
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