CRONISTA DE LA MUSA O LAS RAÍCES DE
AREQUIPA
[Entrevista
a Nilton del Carpio[1]
sobre su libro Sinfonía de flores o de
piedras]
Por Edward
Álvarez Yucra
¿En
vista de que formaste parte del grupo de poetas que publicó en el 80 la revista
Polen de letras desde la Universidad
Nacional de San Agustín y radicaste en Arequipa durante esa época antes de
mudarte a Lima, ¿qué diferencias notables has encontrado en el ambiente
literario de la Arequipa actual en comparación con la Arequipa de aquel
entonces?
En los años
ochenta era muy difícil publicar, el Perú estaba en crisis, he leído en Nuveliel (número 3, 2023) la manera como
Charo Núñez Brito aportó para el financiamiento de Ómnibus; nosotros —José Gabriel Valdivia, Esther Villafuerte y
quien habla— juntábamos nuestras propinas para publicar la revista, sospecho
que en Eclosión ocurrió algo
parecido. Ahora han proliferado las revistas literarias, creo que los avances
tecnológicos actuales facilitan de alguna forma esta labor. Esta proliferación
de revistas ha provocado la aparición de un número mayor de poetas y escritores
en la Ciudad Blanca.
¿Y por qué Polen de letras? Por cierto, es un nombre algo fino y simpático que
contrasta un poco con el urbanismo que transmite un título como Ómnibus o la apertura hacia algo
distinto que suscita Eclosión.
El nombre,
propuesto por Esther Villafuerte, tiene cierta relación con la producción y
difusión de la poesía, y era una buena metáfora; además se vincula a la
naturaleza. El propósito era hacer una movida literaria, que sea trascendente e
innovadora. Por otro lado, nuestro grupo hacía un pequeño taller de poesía, pues
eran inexistentes en las aulas académicas: era la primera vez que los estudiantes
de literatura fundaban una revista literaria en la facultad.
No lo sabíamos,
pero estábamos haciendo historia. Ahora, luego de largos años, nos enorgullece
ser el único grupo activo y sobreviviente de los ochenta aquí en Arequipa.
¿Qué tanto rivalizaban entre los
grupos? ¿Sus relaciones fueron en su mayoría cordiales?
Me parece que
las relaciones eran cordiales entre todos los grupos, salvo algunas
desavenencias anecdóticas propias de los jóvenes y su carácter impetuoso; todos
éramos más o menos contemporáneos, pero Oswaldo Chanove y Leandro Medina, un
poco mayores. Creo que mantuvimos una buena amistad entre todos.
¿Y qué hay de las transformaciones
que tuvo la revista? ¿Qué hay de Semáforo
y La Gran Flauta?
Toda revista
tiene un proceso y pensamos en otro formato más ambicioso, con alcance más
amplio, de nivel nacional y buscamos colaboradores de Lima, especialmente
poetas ya reconocidos. En ese sentido, primero surge Semáforo y después La
Gran Flauta, con un formato más amplio puesto que contenía
estudios, crítica literaria y creación —poesía y narrativa—. Este último nombre
lo tomamos de un poema de Arturo Corcuera —publicado en la revista— dedicado a
Alberto Hidalgo, donde le dice «viejo
canario de la gran flauta»: el «viejo canario» es el poeta y «la gran flauta» la
poesía. Por eso tomamos ese nombre un
tanto curioso.
¿Qué poetas de Arequipa admirabas en los 80?
Nosotros teníamos referentes vivos en
Arequipa, tal como José Ruiz Rosas, Guillermo Mercado, Walther Márquez, Aníbal
Portocarrero, Alberto Vega, entre otros. Además, como estudiante ya conocía
otros autores clásicos desde Melgar hasta la vanguardia, especialmente a
Alberto Hidalgo. También teníamos gran
respeto por los poetas de la capital, como Washington Delgado, Pablo Guevara,
Marco Martos, Arturo Corcuera, entre otros.
Hay
un lapso de treinta y tres años entre tu segunda y tu tercera publicación. ¿A
qué se debió ese silencio? ¿Qué lugar ocupó la poesía en ese tiempo de tu vida?
Creo que para todo poeta la poesía es
fundamental, Borges dice que los poetas trabajan las 24 horas del día, el poeta
no tiene horario. Yo dejé de publicar porque prioricé la familia, pero seguía
escribiendo; por ejemplo, el poema «Socabaya» de Fiesta patronal (2022) lo escribí el año dos mil. A partir del 2022
he publicado cuatro libros seguidos en los últimos años. Creo que es un récord.
En
la presentación que tuviste el sábado 25 de enero en la Biblioteca Regional
Mario Vargas Llosa, mencionaste que calificaban tu poesía de nerudiana. Sinfonía de flores o de piedras tiene
esa inclinación, pero sospecho que no basta pensar solo en el poeta chileno
para etiquetar tu estilo. ¿Qué otras influencias podrían reconocerse?
Yo creo que esa es labor de los críticos,
pero en la escuela secundaria tuve lecturas básicas de Chocano, González Prada,
Eguren, etc.; posteriormente Rubén Darío y la vanguardia hispanoamericana; creo
que por alejarme de Vallejo recibí mayor influencia de Neruda.
Es
un detalle peculiar la forma en la que extiendes los versos con conjunciones y
disyunciones. Me refiero a esa forma en la que integras la «o» y la «y». ¿Cómo
lo aprendiste?
No sé si se pueda llamar estilo propio,
pero trato de acercarme a un lenguaje conversacional y sencillo. Me gusta construir
antítesis y metáforas, mi labor de docente de literatura me acerca a las
lecturas y a la propia teoría literaria. De hecho, cada poeta visualiza su
propio lenguaje e inventa un discurso que suene propio y original.
El
título es muy directo con el contenido. Anuncia que los poemas van a tocar
temas de una dicotomía bien marcada. Por un lado, las flores que son de cierta
delicadeza y hasta idilio amoroso; por otro lado, las piedras que comunican
cierta rudeza ante la realidad concreta del entorno y cierta fortaleza ante determinadas
circunstancias sociales. Considerando lo segundo y los poemas de la primera
sección, «En sol mayor», ¿te parece que manifiestas inclinaciones hacia la
poesía social?
El tema social refleja también la
sensibilidad del poeta por el contexto que le toca vivir, siempre se ha dicho
que el poeta es una suerte de «cronista» de su época y sí, así debe ser, pero
sin llegar a un nivel panfletario. En este caso, reivindico a los cantantes
populares comprometidos con la lucha de nuestro pueblo como: Margot Palomino,
Martina Portocarrero, Piero Bustos, el Dúo Arguedas, etc. y ahí está lo «social».
En
el caso de las flores, es indudable que se trata de una confesión amorosa. Sin
embargo, esa confesión se empapa bastante de referentes de la naturaleza y la
cultura arequipeñas y, en realidad, vendría a ser una confesión doblemente
amorosa, porque nos lleva a imaginar el amor a la musa, pero también al
terruño. ¿Estoy en lo cierto? ¿Cómo definirías el amor a través de tus poemas?
La poeta y promotora cultural Lily Sánchez
alguna vez me dijo que yo era el poeta «más arequipeño» que ella había
conocido. Trato de rescatar la cultura arequipeña, su hermosa campiña que
lamentablemente está desapareciendo, pero también la lucha del hombre del
campo, la cual es un amor al terruño que recuerdo desde mis abuelos. Toda mi
familia es de Socabaya, un pueblo tradicional. El amor es un acto de entrega
apasionada por lo que más se estima y se quiere: la familia, la tierra, los
hijos, la amada, etc.
¿Te parece que poetizas desde la nostalgia?
Los tópicos de un poeta son muy variados,
creo que eso ocurre desde la época del gran Horacio: «locus amoenus,
beatus ille» y «carpe diem». La nostalgia me motiva, por supuesto, evoco a la familia,
los seres que dejaron huellas en mi vida y también los paisajes de la linda
Arequipa, pero mi poesía pretende ser actual, en tiempo presente.
El poeta es una criatura comprometida con
su época, en eso trato siempre de ser coherente al momento de poetizar.
¿Qué
puedes decir de la musa que figura constantemente en la sección «Memorias»? ¿De
dónde viene Evoleth? Es un nombre curioso.
Permíteme guardar celosamente el secreto,
tan solo diré que es un híbrido de la mujer aldeana arequipeña y amorosa;
alguna vez a Neruda le preguntaron sobre las musas de sus Veinte poemas de amor… (1924) y él dijo que eran «Marisol» y
«Marisombra». Evoleth es un nombre literario que suena hermoso.
Y
sobre la sección anterior a esa, «Nuovo canzoniere», ¿por qué decidiste evocar
a Petrarca? ¿Fue algo casual o tenías muy meditado hacer algo sobre él?
El trecento italiano tuvo tres genios
—Dante, Boccacio y Petrarca—, yo siempre tuve cierta inclinación por Dante y
Petrarca; este último es más lírico por su inconmensurable amor por su adorada Laura.
Todavía pienso que Dante es el más grande poeta de la humanidad, pero Petrarca
revolucionó también la poesía universal en la forma y en el contenido.
En
la solapa derecha del libro, hay un comentario tuyo en el que afirmas que la
poesía «necesita escribirse con la verdad». ¿Crees que uno, al leer a un poeta,
puede darse cuenta de que escribió sus poemas buscando la verdad? O, ¿dirías
que esa actitud queda en la consciencia del poeta y es una ética personal?
En su función de «cronista», el poeta no
puede alejarse de la verdad, es una suerte de historiador de su propia vida y
también de su sociedad. Pero existen diversos estilos donde se manifiesta
ironía y humor en el texto poético, pienso por ejemplo en la poesía satírica o
en la llamada poesía panfletaria. El lector de poesía debe ser aplicado, debe
saber decodificar correctamente el texto poético.
Sin duda, el valor de la verdad ya queda
en la conciencia del poeta, es él quien tiene que ser sincero con lo que
escribe y en la manera como aborda el objeto lírico del cual nos habla.
Hoy
en día, sea por cierto sesgo modernizador o simple cambio generacional, cuesta
un poco pensar en un libro que hable de una Arequipa que podría tacharse de
costumbrista y vetusta. ¿Qué le dirías a quien piense que tocar temas de este
tipo es un acto vano y desfasado?
¿Costumbrista o vetusta? Yo vengo de una
época donde el chifa, la pizza o el pollo a la brasa casi no existían en
Arequipa, no había, y la gente colmaba las picanterías. Ahora mismo, si de algo
se siente orgulloso el arequipeño es de su gastronomía; sin duda, una de las
mejores del país y del mundo. Cuando llego a mi querida tierra, lo primero que
pruebo son las riquísimas caparinas y mi queso helado, luego visito La Mundial
y otras picanterías tradicionales. Busco que mi poesía sea sincera con lo que
más amo. Ahora mismo noto. con tristeza, una cierta «limeñización» de Arequipa,
entre otras cosas; creo que es el costo inevitable de la modernidad.
¿El
poeta es lo que come? Oswaldo Chanove me dijo en una entrevista que estamos
hechos de pan.
He leído la entrevista en Nuveliel,
es interesante; lo que dice Chanove es una bonita metáfora. Mi abuela me decía
«Dime con quién andas y te diré quién eres», más directamente se podría decir
también «dime qué lees y te diré quién eres». Definitivamente somos lo que
consumimos, ya sea pan, vino, simplemente agua o fuego o música.
Creo fervientemente que el oficio de poeta
nos hace ser influenciados por todo lo que nos rodea, por todo lo cultural, por
todo lo que comemos y lo que bebemos, como simples animales de nuestra especie.
Gracias por tu tiempo
Muchísimas gracias por el espacio ofrecido,
espero que la poesía arequipeña se siga mostrando en todo su esplendor; no
olvidemos que Arequipa es «tierra de poetas».
18 de febrero del
2025
[1]
Nilton del Carpio Huaquipaco
(Arequipa, 1957). Realizó sus estudios en la Gran Unidad Escolar Ricardo Palma
de Surquillo (Lima), promoción 1973, 5to. B y estudió Literatura en la
Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa; poemas suyos han sido
publicados en las revistas literarias Polen de letras, Semáforo y La
Gran Flauta de la Ciudad Blanca, así como en la revista La
Tortuga Ecuestre de Lima. Actualmente ejerce la docencia de Lengua y
Literatura en diversas y prestigiosas instituciones de Lima Metropolitana.
Asimismo, se desempeña como corrector de estilo en conocidas editoriales de
nuestro medio. Ha publicado los poemarios Yaravíes para una sirena (1984)
y El dominio encantado de tu nombre (1989). Luego de un largo
silencio, sus nuevas publicaciones han sido los poemarios Fiesta
patronal (2022), Bajo el árbol solitario del silencio (2023), Como
fulgor de un sol adormecido (2024) y, recientemente, Sinfonía
de flores o de piedras (2025). Ha participado también en diversos
recitales y eventos culturales.
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