FRAGILIDAD Y ESPERANZA
[Entrevista
a Alfredo Herrera Flores[1]
sobre su libro Las alas de la libélula]
Por Edward
Álvarez Yucra
Aproximadamente,
¿cuánto tiempo ha tomado escribir Las
alas de la libélula? ¿De dónde provienen las ideas que nutren esta primera
novela?
Tal vez unos dos o dos años y medio; sin
embargo, algunos de los temas, personajes o circunstancias de la novela han ido
dando vueltas desde hace varios años atrás, hasta que encajaron o tomaron la
forma que yo esperaba. Uno de los hechos más concretos es un atentado a una
radioemisora en Puno, en los años finales del siglo pasado; ese suceso servía
para una historia, pero nunca puede concretarla; otro suceso fue el tema
histórico del proceso de independencia. Finalmente, al tejer las historias, ya
con la convicción de escribir esas historias, la novela fue tomando forma,
hasta que decidí terminarla.
¿Le
parece que ha escrito una novela histórica?
No es una novela
histórica. Hay escenas o situaciones con personajes ficticios en épocas históricas.
Esos datos son solo eso, datos, referencias, no hay información científica o
académica, ni menos una interpretación de aquellos sucesos. Creo que es
importante tener en cuenta algunas etapas de nuestra historia, como parte del
ejercicio de la memoria colectiva para entendernos como sociedad.
Tres
historias se alternan a lo largo de la obra y se distribuyen en tres capítulos.
Cada una con su respectiva peculiaridad, pero la más diferente es la que se
narra en primera persona. Me refiero al personaje masculino que monologa y
reflexiona constantemente sobre conceptos complejos y filosóficos. ¿Por qué vio
la necesidad de introducir su historia en la novela?
El arte, en
general, y la literatura, en particular, son una extraordinaria excusa para que
el autor exprese sus propias cavilaciones, o ponga en boca de sus personajes
aquellas que quiere debatir o combatir. Ese personaje resultó ideal para que yo
pueda reflexionar sobre algunos temas que son transversales a las otras
historias: la violencia, los ideales de libertad, la ambición personal o la
fragilidad del amor. Es cierto que podría entenderse como un personaje cercano
al autor, pero en realidad, todos los personajes tienen algo de su autor, o su
creador.
Es curioso, este personaje tiene
tintes de la novela psicológica, la novela existencial, los relatos epifánicos
y la narrativa moderna que se concentra en la introspección o el monólogo
interior. ¿Hay autores o lecturas específicas que lo hayan orientado en la
construcción de este personaje?
Gran parte de la novela existencialista de
mitad del siglo anterior y las posteriores corrientes literarias han incluido estos
recursos o técnicas narrativas, va ser difícil deshacernos fácilmente de esos
aportes. Tengo autores y lecturas que han influido o autores y lecturas de las
que se ha aprendido estas técnicas, pero no sé si las han orientado a la manera
como mi personaje asume sus reflexiones. A veces los autores no nos hacemos
totalmente responsables de lo que pasa con nuestros personajes. Juan Carlos
Onetti sea tal vez el autor más influyente en ese sentido.
Hay
un pasaje en el que uno de los personajes femeninos es descrito como una
persona que piensa en quechua, pero habla en español. ¿Cómo ve esta condición mestiza
en un sentido cultural?
Es interesante su lectura respecto a este
personaje. Es simbólico, como muchos otros, el cura que se une a la causa
independentista, por ejemplo, o la mujer que tiene un hijo de un español y una
hija de un indio, sin que eso se explique. La novela es también un mecanismo
para interpretar nuestra realidad, las condiciones en las que nuestra sociedad
enfrenta su propia historia. Cuando un personaje refleja una de estas
condiciones es el lector quien hace el ejercicio de interpretación, que puede
ser, incluso, diferente a la intención del autor. No nos debe extrañar una
interpretación de cada personaje o de pasajes de la novela, pero sí debemos
hacer esfuerzos por interpretarlos y aplicar, posibles lecciones a nuestra
realidad. En varias ocasiones se ha explicado que, entre las causas de nuestra
difícil convivencia social, como país, está la distancia cultural que hay entre
nosotros mismos, la negación del otro, la exclusión y el centralismo, y al
parecer nadie podría escribir una novela ambientada en el Perú en la que no
visibilice uno de estos males.
Esta
negación del otro, que menciona, me hace pensar en nuestra condición
heterogénea y las dificultades de una conciliación entre culturas. ¿Las alas de
la libélula son tan frágiles como nuestra identidad nacional? ¿Son tan frágiles
como la paz en nuestra nación?
Una sociedad es frágil en cuanto sus
componentes, sus sistemas de gobierno o su estructura social son frágiles; y
esa fragilidad se manifiesta en males sociales como la informalidad, el bajo
acceso de la población a servicios básicos, la interrupción de procesos
políticos, la fragmentación de su población. La metáfora de las alas de la
libélula podría aplicarse a todo aquello que implique interrelaciones y
complementariedad. La paz, la convivencia armoniosa, el intercambio o la
sinergia cultural son procesos que se soportan en la fortaleza social.
Entonces, hay que aprender a mirarnos también, a cuestionarnos y a entendernos.
No a soportarnos y tolerarnos, sino a respetarnos.
Entre
las historias, también está la de una pareja de extranjeros. Uno de ellos es un
académico que busca presentar un proyecto de corte histórico y arqueológico a
una universidad cusqueña. ¿Qué tan vital considera la perspectiva foránea en la
restauración de un patrimonio y, por tanto, una identidad como la nuestra? ¿Hasta
qué punto la figura de Robert sale de lo exótico y busca lo comprometedor al
desentrañar el pasado peruano?
Tal vez sea
Robert, este personaje tan bien definido, el hilo conductor de la novela. Su
interés académico, su mirada objetiva respecto al entorno que está por
descubrir, su emoción y su propia historia sentimental van a dar un giro al
pasar de la frustración a la ambición y aprovechar aquello que tiene en sus
manos de manera inesperada. Pone en riesgo, entonces, su carrera académica y su
estabilidad emocional; pero se trata de un extranjero, alguien ajeno a los
problemas internos de una sociedad que no conoce o que recién está descubriendo.
Lo que tiene en sus manos, simbólicamente también, es ese patrimonio del que
hablas, que, por supuesto, es nuestra identidad. Si repasamos al personaje, él
no emite opinión sobre lo que encuentra o lo que ve, simplemente observa,
nosotros somos los que sufrimos nuestra propia historia, una historia de
violencia, interrupciones, frustraciones, pero que, al mismo tiempo, es una
historia gloriosa, de mucho sacrificio y orgullo, que, dicho sea de paso, hay
que seguir rescatando, construyendo.
Ruth,
la esposa de Robert, es quién observa en mayor medida la fragilidad de la
relación conforme atraviesa distintos umbrales en la trama. Asimismo, este
punto de vista es el que descubre el significado de las alas que posee una
libélula. Me da la impresión de que tiene un sentido un tanto desalentador,
pues si el amor es tan frágil como las alas de la libélula, entonces no tiene
tantas probabilidades de sobrevivir al paso del tiempo. ¿Qué podría decir sobre
esta naturaleza efímera del amor? ¿Cómo piensa que la ha retratado en su
novela?
El pesimismo, o el desaliento, no tiene
sentido sin la esperanza, la renovación. No solo el amor, sino también la
lealtad o la fraternidad, por ejemplo, son tan fuertes como frágiles. La
decisión de Ruth puede reflejar el fracaso del amor, pero también puede
significar la fortaleza del individuo para lograr reponerse, seguir
manteniéndose en pie y tomar un nuevo rumbo, posiblemente hacia un nuevo
fracaso, pero con la esperanza de que eso no suceda.
Cuando terminé de escribir la novela me di
cuenta de varios de estos personajes o sucesos simbólicos, que no me había propuesto
al principio. No dije «voy a escribir una novela sobre la fragilidad del amor o
sobre el mestizaje, o sobre la violencia política», yo escribí una historia con
los elementos de una realidad que me ha cuestionado, que me cuestiona como
ciudadano y como escritor, he construido una ficción tratando de liberarme de
recuerdos y pensamientos, enfrentando a mis propios demonios y fantasmas, y lo
que ha resultado es una historia de ambiciones y deslealtades, sueños e
ideales, fracasos y esperanzas.
Hay
una parte en la que se cruzan los tiempos de dos de las historias en la Plaza
central de la ciudad, lugar que congrega protestas de distintas causas, pero
también de un mismo ímpetu. ¿Esta repetición o semejanza entre hechos de
distintas temporalidades representa el significado del tiempo circular? ¿La
idea del tiempo circular, mencionada en un momento de la obra, nos remite a
esta reincidencia conflictiva en la sociedad?
El pensamiento andino, la cosmovisión
andina, de la que no podemos desprendernos por más que nos hayan impuesto otras
formas de concepción del mundo, del tiempo, de la trascendencia, es circular.
Esta circularidad se manifiesta de muchas maneras sin que podamos advertirla;
en la danza, por ejemplo, o en la esperanza de reencontrarnos con un ser
querido. A diferencia del pensamiento occidental, donde todo tiene un inicio y
un final, en el mundo andino todo vuelve a un punto de reencuentro o reinicio,
y a cada momento estamos emprendiendo nuevos caminos. Aquí la memoria juega un
papel muy importante, la memoria es como un punto de referencia en ese círculo,
pues si olvidamos un hecho, personal o colectivo, es seguro que lo vamos a
volver a cometer.
Cuando Ruth se encuentra en Cusco siendo
testigo de una protesta social, lo que ve, finalmente, es todas las protestas
sociales que se han producido ahí, o en el mundo, como en un círculo, y la más
notable protesta en Cusco fue la rebelión de Túpac Amaru. Entonces, sí, hay una
imagen circular, incluso cinematográfica, si se quiere, porque nos presenta
esos dos sucesos como si fuera uno solo, superpuesto, pero en realidad es un
retorno, una vuelta de círculo, o de tuerca, si se quiere. Cuando Ruth es
testigo de un suceso contemporáneo, que puede ser leído como una constante
repetición de hechos similares, se convierte en testigo de la historia, es
decir, de la memoria de una sociedad, de un pueblo, de una nación, como quiera
llamarse. En ese mismo episodio hay otro hecho similar, el grito de Fernandito
Túpac Amaru, que se produce hace 200 años y que hasta hoy resuena, también en
el sentido de circularidad o de retorno.
¿Diría
que estamos condenados a repetir la misma tragedia? ¿O hay la posibilidad de
que en una de estas repeticiones logre alcanzarse resultados diferentes?
La conservación de la memoria histórica es
importante, tanto como la interpretación de los hechos. Las fechas, los lugares
y los personajes son importantes, pero no estamos haciendo los adecuados
ejercicios de interpretación de esos sucesos, los proyectos de los personajes o
el potencial de los lugares. Celebramos, o conmemoramos las batallas del
bicentenario de nuestra independencia, pero no aprendeos de las batallas que
enfrentamos, como el terrorismo, la delincuencia, la pandemia o la inseguridad
ciudadana. ¿Cómo habrían actuado nuestras autoridades para enfrentar la
pandemia si hubieran leído La peste, de Camus, o Ensayo sobre la
ceguera, de Saramago? ¿Hemos aprendido lo suficiente de la época del
terrorismo, de sus causas, para evitar otra situación similar? ¿Cuántos
intentos de descentralización o regionalización o desconcentración del poder
hemos tenido en los últimos cincuenta años?
Ya
que menciona la descentralización, Cusco, Puno y Arequipa resuenan en la obra;
a veces porque las situaciones se dan en estos espacios y otras porque son
referentes necesarios para captar el contexto, cosa que noto con la alusión a
Mariano Melgar. Para usted, personalmente, ¿qué significan estos espacios? ¿Qué
le viene a la mente al pensar en ellos?
Mi experiencia vital ha transcurrido en
estos espacios, en general en el sur del país, y esa particularidad se refleja
inevitablemente no solo en la novela, sino también en mi obra poética, incluso
en el ensayo ―tengo un libro que analiza la narrativa cusqueña, por ejemplo―.
He sido testigo de algunos hechos que se han trasladado a la ficción en mi
novela y eso me hace, de alguna manera, protagonista. La alusión a Melgar
también es un punto de quiebre en la novela y en la historia del Perú, como lo
es la alusión a Agustín Gamarra, realista que luego cambia a las filas
patriotas, hasta ser quien da el último discurso independentista en Cusco, en
1825. No hay un afán de exaltación ni al territorio ni a los personajes, lo que
hay es una presencia, de una visibilidad, de romper con la mirada centralista y
excluyente a la que nos han acostumbrado.
En
una de sus presentaciones, mencionó que el resultado del Concurso de Novela
Corta Julio Ramón Ribeyro 2023 fue un motivo de alivio, ya que le dio la
certeza de haber concretado por fin su obra. Considerando su trayectoria como
escritor y esta experiencia en especial, ¿qué consejos de escritura les daría a
los jóvenes novelistas y a los novelistas principiantes?
Sí, el premio fue un alivio, como si
culminara una tarea y la maestra me dijera que está bien hecha y además me
diera un beso. También dije que los premios literarios son como pequeñas
venganzas, y las venganzas no son más que las ganas de volver a ver a alguna
persona, o a nosotros mismos, en otras circunstancias. Claro que me alegré y lo celebré, porque de
todas maneras es una buena noticia. Ahora, presentarse a concursos, publicar en
revistas o en libros; el solo hecho de escribir, requiere de una cuota de
valentía, y, ya en una carrera literaria, se requiere de mucha valentía, pues
van a ser más los fracasos que los éxitos, tenemos que acostumbrarnos al
silencio y no al aplauso, la incomprensión va ser como una capa que nos cubre o
una coraza que nos rodea. Los jóvenes novelistas o poetas no necesitan
consejos, necesitan leer y escribir, todas las lecturas sirven incluso para
saber cómo no hay que escribir, y todos los escritos sirven, más aún, los que
se desechan o van a parar a la basura. La literatura es el arte de borrar
palabras. Y esto de leer y escribir, escribir y leer, se llama persistencia. Es
cierto que la vida, la sociedad, el hambre o la soledad aprietan, nos atacan y
desalientan, para enfrentar eso están las profesiones y los oficios y la
entereza personal, que se construye desde adentro.
17 de julio del
2024
[1]
Lampa, Puno (Perú, 1965),
estudió literatura, periodismo y tiene estudios de maestría en literatura
latinoamericana y de comunicación para el desarrollo. Ha obtenido el Premio
Copé de Oro de la VII Bienal de Poesía, en 1995, y el premio nacional de poesía
convocado por la Municipalidad de Paucarpata el mismo año; el 2016 ha sido
finalista del premio internacional de poesía “Pilar Fernández Labrador”, de
Sevilla, España. Ha publicado los libros de poesía Etapas del viento y de las mieses (1986), Recital de poesía (flor de cactus editores, 1990), Elogio de la nostalgia (con prólogo de
Pablo Guevara, Lluvia editores, 1995), Montaña
de jade (Premio Copé de Oro de Poesía, ediciones Copé, 1996), Mares (Lago sagrado editores, 2002), El laberinto (2008), Coca (2009), Mare nostrum (Universidad Nacional del Altiplano, 2013), Mar de la intensidad (Cascahuesos
editores, 2014), Falsedad bellísima
(Cascahuesos – cartonera editores, 2015), Causas
naturales (con prólogo de Marco Martos, La Travesía editores, 2019) y Acerca de la palabra imán (Hijos de la
lluvia, 2020). Sus cuentos y otros textos literarios y artículos periodísticos
se han publicado en revistas de varios países y diarios de distintos formatos.
Mantiene la columna “El barco ebrio” y el blog “La silla prestada”. Poemas y
cuentos suyos se publicaron en Alemania, Argentina, Cuba, Colombia, Venezuela,
España, Bolivia y Perú. Ganó el Concurso de Novela Corta Julio Ramón Ribeyro
2023 con su más reciente obra, Las alas
de la libélula.
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