UNA POLÍTICA SURREALISTA PARA LOS
MUERTOS
[Entrevista
a Moisés Jiménez Carbajal[1],
editor de Saj… Saj. Boletín Estético Visceral]
Por Edward
Álvarez Yucra
En
el prólogo de esta primera edición de Saj…
Saj, anuncias que esta no es una revista, sino un destino ciego de
pensamiento. ¿Qué aleja esta idea de un nihilismo divagante? ¿Hay algún destino
que intenta buscar al margen de los ya existentes?
«Un destino ciego del pensamiento» no es
más que una afirmación indebidamente sincera. Responde al proceso de
elaboración del boletín, cuyo plan inicial era un sentimiento informe, apenas
diferenciable del entusiasmo. No obstante, hay ideas, puntos donde la fuga se
glosa de imágenes y conceptos, motivos por los que gravita la significancia de
los textos: la política y la muerte; política de los muertos, política de los
condenados. Somos como condenados en la serrana noche de lo contemporáneo,
envueltos en los vientos de una historia cuya crueldad impele balbuceos que se
hacen gritos, formas, palabras e ideología. No hay nihilismo divagante, por lo
menos desde la perspectiva churatiana del boletín: hay más bien un vitalismo
ofertado a la condena, amañado en la injusticia de una historia castrante; una
ante-fiesta de tipos que quisieran ver, que quisieran poder oír después de
tanto ruido.
Lo
curioso de este Boletín Estético Visceral
es que retorna al surrealismo, que es, por mucho, el rostro de la vanguardia
europea. ¿Por qué regresar a esta poética en pleno siglo XXI?
No se puede retornar a lo que siempre
estuvo. El movimiento surrealista de hace un siglo no fue más que la
disposición tecnificada del derrame irracional ―y por lo tanto vital― de unos
ojos demasiado abiertos. Los torrentes múltiples de objetos, tiempos e
imágenes, cuyo cauce es deglución y excreción de un periplo consumista sin fin;
arrastra en paralelo la potencia de su desborde, constelación inaprehensible
que murmulla el peso de lo invisible: las retorcidas y maravillosas pesadillas
del hombre. Piensa por ejemplo en la encriptación sectaria de la maquina
seminal de una red social: su algoritmo responde a la racionalización extrema
de la conducta humana ¿Cómo respondemos a esta inédita forma de control? El
error y la errancia de los sueños despiertos, la disposición diferencial del
absurdo que nos hace símbolo y enigma en un mundo plagado de imágenes. La
surrealidad o sobrerealidad ―desde la tecnificación de nuestra época― es el
excedente que ha de encauzar las nuevas realidades más allá del capitalismo. La
virtud de la locura habitará los nuevos cuervos.
Tal
vez, más que racionalización extrema de la conducta humana, podría considerarse
un infierno del estímulo. Las dinámicas de interacción virtual se mueven según
el placer y consumo de los individuos. Pero claro, sí que se trata de un
control sobre el imaginario y el tejido social. Esto me recuerda algo que me
comentaste hace unos años, en la cuarentena: la poesía trasciende por la
disrupción que produce. Y ante estos tiempos hipermodernos, en cierta forma, el
surrealismo se resiste a este nuevo dominio de la técnica y mecanización de la
vida.
De acuerdo. No obstante, hay que aclarar
una diferencia fundamental. Cuando Aragón en Le paysan dice: «Hoy os traigo un estupefaciente procedente de los
límites de la conciencia, de los confines del abismo» y después, lo emparenta
con la imagen y su poder de perturbación y provocación incontrolada sobre el
espacio de la representación, está develando la potencia de un narcótico
fundamental en la praxis surrealista
y que solo ahora, revestido de las dinámicas del capital y de la nueva
tecnificación, se ha hecho un vicio masivo.
¿Cuál sería la diferencia entre estos dos usos de la imagen, el del
surrealista y el del que apenas difiere de un drogadicto? ¿No son lo mismo el magic of maybe de las redes y lo imprevisible
surrealista? Los mecanismos de representación son distintos: es posible conocer
a los magos y los ingentes hechizos algorítmicos que generan las innumerables
imágenes hipnóticas del día a día; en cambio, la imagen surrealista es
convulsiva porque no hay mago, y porque el enigma encarna desde un ser que
siempre insiste, el abismo de lo incognoscible.
En
el prólogo también haces mención del contenido político de Saj… Saj. Al parecer se trata de una política de los muertos hecha
por los muertos. ¿En qué consiste este tipo de política?
Hartos del paradigma reductor de imágenes
grandiosas y visiones esplendorosas; hartos de la idea de ver en nuestros
grandes videntes la traducción de una metáfora, de ese hacer de la visión el
mortuorio significar de la literatura, quisimos seguir la fatalidad de la
dicción churatiana en su insólita praxis.
Sabemos según Churata, que los muertos nunca descansarán en paz, la noción de
descanso es inadmisible y no responde a una redención, ni a un reivindicar de
su memoria para que los vivos puedan vivir un mundo más justo; los muertos
buscan siempre el germen de su destino en el llanto viejísimo de un bebé, la
conjunción de mil generaciones en la aurora de una nueva vida.
Política para los muertos en la
disposición de flujos para una continuidad vital de los seres, no solo en su
reproducción, también en la alegría germinal de cualquier incipiente amor y
dolor. Abrirnos a esta sobrerealidad es, a su vez, hacer más visible la
violencia de lo discontinuo, del retorcimiento de la cultura occidental
expresada en sus leyes y su falsa democracia. Una democracia de los muertos
contempla recuperar de la enfermedad de la cultura los circuitos vitales de un
mundo que se ahogará seguramente en la fiesta de la vida, y no en la enfermedad
de un lenguaje que, en sus infinitos dispositivos, ahoga de aire y no de agua.
Sin embargo, el boletín lejos de mostrar
la posibilidad de una política para los muertos, muestra cuán imposible es este
proyecto cuyo alcance apenas comprendemos. La masacre perpetrada por la señora
Boluarte es la contarespuesta a la necropolítica planteada por Churata: ellos
quieren morir en los vivos matándolos y no vivir en los muertos engendrándolos;
ellos quieren cuantificar la presencia irrepetible de una raza, para ejercer la
dicción gozosa de un individualismo enfermo; crear las leyes en los diques de
la vida, deviniendo en la asquerosa emanación de su propia justicia, de su
propio flujo de seminación masturbatoria. Las pinturas de Grovas, por ejemplo,
son la expresión de una raza aplastada y ahogada en la verde caca de una nación
ajena. Las partituras, por ejemplo, el ruido inveterado por donde no puede
fluir la poesía. Etcétera.
El
ensayo de Heiner Valdivia que figura en este número habla sobre una suerte de
surrealismo andino, cuyo asidero está en la cultura andina desde sus ritos y
cosmovisión. ¿Suscribes la idea de un surrealismo andino? ¿Qué podrías sumar o
matizar de esta tesis?
Fuera de una tecnificación excesiva y un
evidente sentido ahistórico, el ensayo de Heiner no deja de ser provocativo.
Más que un surrealismo andino, lo que parece proponer Heiner es la
universalización antropológica de lo surreal. A veces olvidamos que la
traducción correcta de surréalisme es
sobrerealismo; en este sentido, podemos decir irresponsablemente que todo orden
de lo real conlleva un orden de lo sobre-real, o que incluso el supuesto orden
de lo real inscribe en su origen el desmontaje de su dispositivo de
representación, la quebradura espectral por donde emergen las imágenes no repartidas.
En sí lo andino es una categoría telúrica occidental, que responde a una
historia de colonización discursiva que se rastrea desde la extirpación de
idolatrías hasta el indigenismo: la sobre-realidad de lo andino sería la
depuración intempestiva de todo lo que queda del mundo andino. Algo que
difícilmente nos concierne, algo que duerme en el quechua y el aymara, algo que
parpadea en los alfabetos telúricos del ande y en la experiencia telúrica de
las personas que viven en él.
Surrealismo,
sobrerrealismo, suprarrealismo… estos membretes apelan mucho a lo que sale de
la realidad o está por encima de ella. De ahí la confusión que puede darse al
pensar en lo fantástico, lo mágico, lo mítico, lo sagrado y lo absurdo. ¿Lo
surreal funde todo esto? ¿O va más allá de todo ello?
Que sigamos hablando del surrealismo por
sobre otras vanguardias revela que más que una evidente vigencia, existe una
nostalgia por esos grupos que quisieron totalizar las diversas formas de poiesis y los distintos espacios aún
incognoscibles. La tiranía del surrealismo fue políticamente eficaz y funde
todos los elementos que me has dicho solo desde este plano. Más allá de la politización
de la estética, es fructuoso asir lo que permanece de todo ese tiempo salvaje a
partir de una perspectiva distinta. Va más allá en el sentido de una raíz que
genera nuevas relaciones subterráneas con el nuevo imaginario mágico, mítico,
sagrado de nuestra época.
En «Hijas del agua», texto teatral que figura en una sección de estos pliegos, un personaje llamado Belia dice: «Para el público es evidente que el escritor debe decir la verdad, sin doblegarse ante los poderes y sin engañar a los débiles». ¿Dirías que es una ironía más entre tantos diálogos? ¿O te parece que hay certeza en lo dicho?
El proceso de construcción del texto del
grupo Disidencias convierte en inadecuada cualquier certeza. El montaje de
textos de distinta índole, si bien no esboza un discurso integral, sí forma el
pálpito de una acusación contra un orden teatral estético y social. En su
representación, las palabras son solo devenires necesarios del ritual del
cuerpo y de la comunidad, las palabras se disuelven en esa búsqueda espacial de
intensidades. La frase, aunque irónica, esconde la certeza de que el Público
hace evidente o visible su tiranía, incluso si es una tiranía de la verdad y lo
justo. Amo la forma en que se han montado tantas contradicciones e imágenes
dialécticas, creo imposible que un verdadero texto comunitario no las presente.
El «Poema polifónico» pareciera una suerte de cadáver exquisito, que, sabemos, busca enriquecerse por la arbitrariedad. Sin embargo, su objetivo está claro en la introducción, donde se afirma que la muerte está presente si uno guarda silencio ante los hechos desastrosos. ¿La poesía surrealista, entonces, confronta la muerte? ¿Es catarsis? ¿Es más que catarsis?
Sí, aunque a comparación de un cadáver exquisito el elemento del azar no ha sido el marco cohesivo, el grupo ha tratado de encontrar la continuidad rítmica de cada frase. Ha habido un control ex profeso que solo hace más grande el fracaso. Casi ninguno de los fragmentos nos pertenece, salvo los balbuceos de los muertos que están al medio. Es cierto, la muerte se afirma si uno guarda silencio, pero este texto quiere sugerir otra cosa: que cada vez es más difícil el silencio, el morir la propia muerte de la que hablaba Rilke; y que, por lo tanto, en este imposible silencio, no se puede oír la muerte. Por ello nuestro «Poema polifónico» no es un poema, es solo un cuadro conceptual cuyo título bien podría ser: «No podemos oírlos».
No es catarsis. Es montaje de la
frustración y devenir en rabia.
En
un sentido amplio, ¿qué de surrealista tiene Arequipa?
El americano, expresión voluptuosa de una comunidad austera y reprimida. Siempre me pareció el sueño erótico de un jesuita a punto de ir de misión a la selva.
La basura en el río, ingeniosamente
expresada en el libro de Miguel Cordero: Cantos
contaminados. La basura en la corriente hace visible la potencia infinita
de las cosas y su aleación onírica con el inconsciente consumista de la ciudad,
canta más historias que los aburridos muros de sillar.
Sin embargo, creo que lo más surreal de
Arequipa es su potencia sígnica para generar azares objetivos. Su disposición
urbana afirma una continuidad de laberinto donde el azar se puede objetivar en
nuestro deseo, o en nuestra pesadilla. La orilla de los ríos, las grutas del
valle, la luz nocturna de los parques y los escondrijos del demonio auguran la
disposición paranoica de un destino nocturno. Arequipa es la ciudad más lúdica
del Perú. Es una lástima que los arequipeños no lo sean.
Suena
más romántica que surrealista esta potencia sígnica….
Lo es también. Después de todo el
surrealismo es la exacerbación política y estética de motivos románticos como
el sueño, las correspondencias de la imagen, la locura, la espectralidad,
etc. Pero no lo es si lo entendemos
desde ese romanticismo hispano y trasnochado, lleno de esa carga simbólica de
referentes ―río, campiñas, volcanes, sillar― que aún son vigentes precisamente
porque se quiere enmascarar su propia destrucción.
¿Algunos
surrealistas peruanos que recomiendes leer?
Ellos están en otra parte. En las gradas
de San Francisco oigo el murmullo de Luzgardo. Lima es bella porque Moro es
bello, etc.
6 de agosto del 2024
[1] Estudió Literatura y Lingüística
en la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa. Ha publicado Opalia (2019), Kazimir (2019), Réquiem
(2022) y Papeles del dodo (Epilepsias)
(2022).
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