miércoles, 7 de agosto de 2024

Moisés Jiménez Carbajal. Una política surrealista para los muertos

 


UNA POLÍTICA SURREALISTA PARA LOS MUERTOS

 

[Entrevista a Moisés Jiménez Carbajal[1],
editor de Saj… Saj. Boletín Estético Visceral]

 

 

 

Por Edward Álvarez Yucra

 




 

En el prólogo de esta primera edición de Saj… Saj, anuncias que esta no es una revista, sino un destino ciego de pensamiento. ¿Qué aleja esta idea de un nihilismo divagante? ¿Hay algún destino que intenta buscar al margen de los ya existentes?

 

«Un destino ciego del pensamiento» no es más que una afirmación indebidamente sincera. Responde al proceso de elaboración del boletín, cuyo plan inicial era un sentimiento informe, apenas diferenciable del entusiasmo. No obstante, hay ideas, puntos donde la fuga se glosa de imágenes y conceptos, motivos por los que gravita la significancia de los textos: la política y la muerte; política de los muertos, política de los condenados. Somos como condenados en la serrana noche de lo contemporáneo, envueltos en los vientos de una historia cuya crueldad impele balbuceos que se hacen gritos, formas, palabras e ideología. No hay nihilismo divagante, por lo menos desde la perspectiva churatiana del boletín: hay más bien un vitalismo ofertado a la condena, amañado en la injusticia de una historia castrante; una ante-fiesta de tipos que quisieran ver, que quisieran poder oír después de tanto ruido.

 

Lo curioso de este Boletín Estético Visceral es que retorna al surrealismo, que es, por mucho, el rostro de la vanguardia europea. ¿Por qué regresar a esta poética en pleno siglo XXI?

 

No se puede retornar a lo que siempre estuvo. El movimiento surrealista de hace un siglo no fue más que la disposición tecnificada del derrame irracional ―y por lo tanto vital― de unos ojos demasiado abiertos. Los torrentes múltiples de objetos, tiempos e imágenes, cuyo cauce es deglución y excreción de un periplo consumista sin fin; arrastra en paralelo la potencia de su desborde, constelación inaprehensible que murmulla el peso de lo invisible: las retorcidas y maravillosas pesadillas del hombre. Piensa por ejemplo en la encriptación sectaria de la maquina seminal de una red social: su algoritmo responde a la racionalización extrema de la conducta humana ¿Cómo respondemos a esta inédita forma de control? El error y la errancia de los sueños despiertos, la disposición diferencial del absurdo que nos hace símbolo y enigma en un mundo plagado de imágenes. La surrealidad o sobrerealidad ―desde la tecnificación de nuestra época― es el excedente que ha de encauzar las nuevas realidades más allá del capitalismo. La virtud de la locura habitará los nuevos cuervos.

 

Tal vez, más que racionalización extrema de la conducta humana, podría considerarse un infierno del estímulo. Las dinámicas de interacción virtual se mueven según el placer y consumo de los individuos. Pero claro, sí que se trata de un control sobre el imaginario y el tejido social. Esto me recuerda algo que me comentaste hace unos años, en la cuarentena: la poesía trasciende por la disrupción que produce. Y ante estos tiempos hipermodernos, en cierta forma, el surrealismo se resiste a este nuevo dominio de la técnica y mecanización de la vida.

 

De acuerdo. No obstante, hay que aclarar una diferencia fundamental. Cuando Aragón en Le paysan dice: «Hoy os traigo un estupefaciente procedente de los límites de la conciencia, de los confines del abismo» y después, lo emparenta con la imagen y su poder de perturbación y provocación incontrolada sobre el espacio de la representación, está develando la potencia de un narcótico fundamental en la praxis surrealista y que solo ahora, revestido de las dinámicas del capital y de la nueva tecnificación, se ha hecho un vicio masivo.  ¿Cuál sería la diferencia entre estos dos usos de la imagen, el del surrealista y el del que apenas difiere de un drogadicto? ¿No son lo mismo el magic of maybe de las redes y lo imprevisible surrealista? Los mecanismos de representación son distintos: es posible conocer a los magos y los ingentes hechizos algorítmicos que generan las innumerables imágenes hipnóticas del día a día; en cambio, la imagen surrealista es convulsiva porque no hay mago, y porque el enigma encarna desde un ser que siempre insiste, el abismo de lo incognoscible.

 

En el prólogo también haces mención del contenido político de Saj… Saj. Al parecer se trata de una política de los muertos hecha por los muertos. ¿En qué consiste este tipo de política?

 

Hartos del paradigma reductor de imágenes grandiosas y visiones esplendorosas; hartos de la idea de ver en nuestros grandes videntes la traducción de una metáfora, de ese hacer de la visión el mortuorio significar de la literatura, quisimos seguir la fatalidad de la dicción churatiana en su insólita praxis. Sabemos según Churata, que los muertos nunca descansarán en paz, la noción de descanso es inadmisible y no responde a una redención, ni a un reivindicar de su memoria para que los vivos puedan vivir un mundo más justo; los muertos buscan siempre el germen de su destino en el llanto viejísimo de un bebé, la conjunción de mil generaciones en la aurora de una nueva vida.

Política para los muertos en la disposición de flujos para una continuidad vital de los seres, no solo en su reproducción, también en la alegría germinal de cualquier incipiente amor y dolor. Abrirnos a esta sobrerealidad es, a su vez, hacer más visible la violencia de lo discontinuo, del retorcimiento de la cultura occidental expresada en sus leyes y su falsa democracia. Una democracia de los muertos contempla recuperar de la enfermedad de la cultura los circuitos vitales de un mundo que se ahogará seguramente en la fiesta de la vida, y no en la enfermedad de un lenguaje que, en sus infinitos dispositivos, ahoga de aire y no de agua.

Sin embargo, el boletín lejos de mostrar la posibilidad de una política para los muertos, muestra cuán imposible es este proyecto cuyo alcance apenas comprendemos. La masacre perpetrada por la señora Boluarte es la contarespuesta a la necropolítica planteada por Churata: ellos quieren morir en los vivos matándolos y no vivir en los muertos engendrándolos; ellos quieren cuantificar la presencia irrepetible de una raza, para ejercer la dicción gozosa de un individualismo enfermo; crear las leyes en los diques de la vida, deviniendo en la asquerosa emanación de su propia justicia, de su propio flujo de seminación masturbatoria. Las pinturas de Grovas, por ejemplo, son la expresión de una raza aplastada y ahogada en la verde caca de una nación ajena. Las partituras, por ejemplo, el ruido inveterado por donde no puede fluir la poesía. Etcétera.

 

El ensayo de Heiner Valdivia que figura en este número habla sobre una suerte de surrealismo andino, cuyo asidero está en la cultura andina desde sus ritos y cosmovisión. ¿Suscribes la idea de un surrealismo andino? ¿Qué podrías sumar o matizar de esta tesis?

 

Fuera de una tecnificación excesiva y un evidente sentido ahistórico, el ensayo de Heiner no deja de ser provocativo. Más que un surrealismo andino, lo que parece proponer Heiner es la universalización antropológica de lo surreal. A veces olvidamos que la traducción correcta de surréalisme es sobrerealismo; en este sentido, podemos decir irresponsablemente que todo orden de lo real conlleva un orden de lo sobre-real, o que incluso el supuesto orden de lo real inscribe en su origen el desmontaje de su dispositivo de representación, la quebradura espectral por donde emergen las imágenes no repartidas. En sí lo andino es una categoría telúrica occidental, que responde a una historia de colonización discursiva que se rastrea desde la extirpación de idolatrías hasta el indigenismo: la sobre-realidad de lo andino sería la depuración intempestiva de todo lo que queda del mundo andino. Algo que difícilmente nos concierne, algo que duerme en el quechua y el aymara, algo que parpadea en los alfabetos telúricos del ande y en la experiencia telúrica de las personas que viven en él.

 

Surrealismo, sobrerrealismo, suprarrealismo… estos membretes apelan mucho a lo que sale de la realidad o está por encima de ella. De ahí la confusión que puede darse al pensar en lo fantástico, lo mágico, lo mítico, lo sagrado y lo absurdo. ¿Lo surreal funde todo esto? ¿O va más allá de todo ello?

 

Que sigamos hablando del surrealismo por sobre otras vanguardias revela que más que una evidente vigencia, existe una nostalgia por esos grupos que quisieron totalizar las diversas formas de poiesis y los distintos espacios aún incognoscibles. La tiranía del surrealismo fue políticamente eficaz y funde todos los elementos que me has dicho solo desde este plano. Más allá de la politización de la estética, es fructuoso asir lo que permanece de todo ese tiempo salvaje a partir de una perspectiva distinta. Va más allá en el sentido de una raíz que genera nuevas relaciones subterráneas con el nuevo imaginario mágico, mítico, sagrado de nuestra época.

 

En «Hijas del agua», texto teatral que figura en una sección de estos pliegos, un personaje llamado Belia dice: «Para el público es evidente que el escritor debe decir la verdad, sin doblegarse ante los poderes y sin engañar a los débiles». ¿Dirías que es una ironía más entre tantos diálogos? ¿O te parece que hay certeza en lo dicho?

 

El proceso de construcción del texto del grupo Disidencias convierte en inadecuada cualquier certeza. El montaje de textos de distinta índole, si bien no esboza un discurso integral, sí forma el pálpito de una acusación contra un orden teatral estético y social. En su representación, las palabras son solo devenires necesarios del ritual del cuerpo y de la comunidad, las palabras se disuelven en esa búsqueda espacial de intensidades. La frase, aunque irónica, esconde la certeza de que el Público hace evidente o visible su tiranía, incluso si es una tiranía de la verdad y lo justo. Amo la forma en que se han montado tantas contradicciones e imágenes dialécticas, creo imposible que un verdadero texto comunitario no las presente.

 




El «Poema polifónico» pareciera una suerte de cadáver exquisito, que, sabemos, busca enriquecerse por la arbitrariedad. Sin embargo, su objetivo está claro en la introducción, donde se afirma que la muerte está presente si uno guarda silencio ante los hechos desastrosos. ¿La poesía surrealista, entonces, confronta la muerte? ¿Es catarsis? ¿Es más que catarsis?

 

Sí, aunque a comparación de un cadáver exquisito el elemento del azar no ha sido el marco cohesivo, el grupo ha tratado de encontrar la continuidad rítmica de cada frase. Ha habido un control ex profeso que solo hace más grande el fracaso. Casi ninguno de los fragmentos nos pertenece, salvo los balbuceos de los muertos que están al medio. Es cierto, la muerte se afirma si uno guarda silencio, pero este texto quiere sugerir otra cosa: que cada vez es más difícil el silencio, el morir la propia muerte de la que hablaba Rilke; y que, por lo tanto, en este imposible silencio, no se puede oír la muerte. Por ello nuestro «Poema polifónico» no es un poema, es solo un cuadro conceptual cuyo título bien podría ser: «No podemos oírlos».

No es catarsis. Es montaje de la frustración y devenir en rabia.

 

En un sentido amplio, ¿qué de surrealista tiene Arequipa?

 

El americano, expresión voluptuosa de una comunidad austera y reprimida. Siempre me pareció el sueño erótico de un jesuita a punto de ir de misión a la selva.

La basura en el río, ingeniosamente expresada en el libro de Miguel Cordero: Cantos contaminados. La basura en la corriente hace visible la potencia infinita de las cosas y su aleación onírica con el inconsciente consumista de la ciudad, canta más historias que los aburridos muros de sillar. 

Sin embargo, creo que lo más surreal de Arequipa es su potencia sígnica para generar azares objetivos. Su disposición urbana afirma una continuidad de laberinto donde el azar se puede objetivar en nuestro deseo, o en nuestra pesadilla. La orilla de los ríos, las grutas del valle, la luz nocturna de los parques y los escondrijos del demonio auguran la disposición paranoica de un destino nocturno. Arequipa es la ciudad más lúdica del Perú. Es una lástima que los arequipeños no lo sean.

 

Suena más romántica que surrealista esta potencia sígnica….

 

Lo es también. Después de todo el surrealismo es la exacerbación política y estética de motivos románticos como el sueño, las correspondencias de la imagen, la locura, la espectralidad, etc.  Pero no lo es si lo entendemos desde ese romanticismo hispano y trasnochado, lleno de esa carga simbólica de referentes ―río, campiñas, volcanes, sillar― que aún son vigentes precisamente porque se quiere enmascarar su propia destrucción.

  

¿Algunos surrealistas peruanos que recomiendes leer?

 

Ellos están en otra parte. En las gradas de San Francisco oigo el murmullo de Luzgardo. Lima es bella porque Moro es bello, etc.

 

 

 

 

6 de agosto del 2024

 

 


 Equipo editorial de Saj.. Saj

 



[1] Estudió Literatura y Lingüística en la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa. Ha publicado Opalia (2019), Kazimir (2019), Réquiem (2022) y Papeles del dodo (Epilepsias) (2022).

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