MEMORIAS DE UNA JUVENTUD REBELDE
[Entrevista
a Goyo Torres Santillana[1]
sobre su libro Paradero 25]
Por Edward
Álvarez Yucra
Esta
es su tercera novela publicada, después de Espejos
de humo y Pelota de trapo ¿Qué
tanta diferencia nota en esta nueva propuesta? ¿Inicia una nueva etapa?
¿Expresa una nueva tendencia o estilo?
Creo que en la producción de mi ficción
hay, de modo general, dos líneas de trabajo: una que podría llamarse literatura
para lectores jóvenes o juveniles y otra para lectores en general, aunque una
no incluye a la otra. Dentro de la primera estarían Cuando llegaron los huayruros, Pelota
de trapo y quizá Paradero 25. Y
en la segunda línea, Espejos de humo
y los libros de cuentos. Por otro lado, no inicio una nueva etapa, pero sí
tienen algo nuevo estos libros recientes: un mayor interés en el nivel del
lenguaje. Aunque siempre lo pensé, pero en particular en años recientes he
vuelto a la idea en la que la literatura es fundamentalmente trabajo del
lenguaje. Escribir es domar al lenguaje. Eso es lo que intento en los libros
publicados en estos años.
Si
mal recuerdo, Jorge Monteza catalogó Paradero
25 como una novela histórica en la presentación que tuvo en la Facultad de
Filosofía y Humanidades de la UNSA. Y en efecto, retrata un acto de rebeldía y
resistencia sobresaliente entre las memorias de antaño ¿Diría que su novela
plasma un acontecimiento que marca la impronta de una generación de jóvenes
arequipeños?
Creo que sí. En los años en que está ambientada
la novela, el país iniciaba una etapa convulsionada con la guerra interna y el
regreso a la democracia, luego de la dictadura militar. La ciudad no era ajena
a ese clima político. Los partidos políticos eran muy activos, tanto de
izquierda como de derecha. La dictadura militar estaba a punto de ceder paso al
regreso de la democracia. En esos años se elige la Asamblea Constituyente. El
clima social exigía la participación de las organizaciones sociales: La
Federación Departamental de Trabajadores de Arequipa (FDTA), la Asociación de
Urbanizaciones Populares de Arequipa (AUPA), el Sindicado Único de Trabajadores
de la Educación Peruana (SUTEP), la Federación de Universitarios de Arequipa
(FUA), etc. Eran entes muy activos y podría decirse que marcaban la agenda de
discusión política en la ciudad. Y entre esas organizaciones, existía la
Federación de Estudiantes Secundarios de Arequipa (FESA). El protagonista de Paradero 25 es un miembro de esta última.
Sin duda, la impronta política del momento marcó a la juventud de la época.
Los
personajes, en su mayoría, son jóvenes de quinto año de secundaria, pero
afrontan una problemática que excede su madurez y edad. Esto es curioso, porque
deja cierta duda sobre el público al que se dirige ¿Estaría de acuerdo si le
dijesen que su novela es juvenil?
Así la han catalogado algunos críticos,
aunque puede ser leída por cualquier lector, me parece. Uno de los ejes
temáticos ―la moral o la ética―, en realidad atraviesa a cualquier miembro de
la sociedad humana. Es verdad, al momento de escribir la novela tuve presente
un destinatario juvenil, pero no se limita a este. Lo que ocurre es que en estos
años que vivimos del siglo XXI, es poco creíble que estudiantes de secundaria
con 14 o 15 años tomen un colegio como medida de protesta; siento como que los
alumnos de secundaria se han infantilizado, es decir, serían incapaces de hacer
y pensar como los personajes de la novela por esa idea de tutelaje que la
educación ha impuesto en las tres últimas décadas. Pero sucede que en esos años
varios colegios en la ciudad hicieron huelgas promovidas por los alumnos. La
anécdota detonante en que se basa la historia fue una experiencia vital que
sucedió realmente. Y otro detalle, en aquellos años en la secundaria había
estudiantes mayores, algunos incluso llegaban a los veinte años en quinto de
secundaría. Hoy el sistema educativo ha estandarizado la edad máxima a 16 años
en el nivel secundario.
¿En qué consiste esa idea de tutelaje
en la educación que menciona?
Cuando indico infantilización o el
tutelaje hablo que en las últimas décadas se ha prolongado la etapa infantil
del desarrollo humano hasta los 15 o 18 años de edad. A los 45 años siguen
llamando joven a un individuo, cuando en décadas pasadas eran adultos mayores.
Hoy los padres buscan trabajo para los hijos de 25 o 30 años. Quizá el ejemplo
práctico en nuestro medio sea ver a los padres acompañar a los hijos y dejarlos
en la universidad, cosa impensable en los años 70 u 80. Mi abuela, con la que
me crie, nunca fue a la universidad; ni siquiera a mi graduación. Con
infantilización de la juventud, entonces, me refiero a esa actitud
sobreprotectora de los padres y el propio sistema educativo que ha creado
generaciones de cristal como ciudadanos; mujeres y hombres sin conciencia
social.
Retomando el contraste entre los
jóvenes y el problema, me viene a la mente Los
juegos verdaderos de Edmundo de los Ríos; historia en la que el desencanto
de sueños y entusiasmos juveniles se hace notar con creces entre la crudeza de
las revoluciones. ¿Hay desencanto en esta novela? ¿Hay esperanza? ¿Hasta qué
punto hay una cosa u otra?
Creo que la vida
misma nos presenta desencantos y esperanzas a diario. Hay un desencanto en la
novela respecto a la amistad y la política, pero hay una enorme esperanza en el
amor. El amor es una de grandes utopías inventadas por el género humano. En ese
sentido, busqué que la novela resulte verosímil en el mundo representado. Uno
de los narradores es un muchacho de tercero de secundaria que experimenta los
primeros asaltos del amor por una chica. Quizá sea la única historia de otras
que teje la novela que culmina con esperanza. Como sabes, la literatura no es
una copia de la realidad, pero es una excusa hermosa para crear un mundo
paralelo donde nuestras carencias se realizan.
Claro,
se trata de alcanzar, como dice Luis Hernández, «la soñada coherencia». Pero
entonces, si el único derrotero visible es el amor de una pareja de
estudiantes, ¿significa que hay esperanza en los actos que parten de lo mínimo?
Por supuesto, sin que ello niegue la posibilidad de una acción colectiva de
mayor rango.
A ver, creo que el amor no se limita al
amor erótico de pareja. Pensar en el prójimo, pensar en el bien común también
son variantes del amor. Las utopías humanas como el sueño de una sociedad más
justa, la preservación del planeta, son una muestra de amor por la especie
humana, amor por las generaciones venideras. Hacer el bien es una muestra de
amor desinteresado. Rescata animales callejeros sin esperar recompensa alguna
es un gesto de amor por los seres vivos. Entonces, cuando me refiero al amor
como un discurso esperanzador estoy hablando en ese sentido.
Hay toques de comedia que no pasan por
alto, sobre todo con la presencia de Carlanga. ¿Qué tan importante consideró
estas pinceladas humorísticas al escribir la novela? ¿Le parecen imprescindibles
en la esencia del relato?
Ese aspecto del humor es un elemento nuevo
que introduje en esta novela. Pensé mucho en este punto. Pero la vida misma se
encarga de mostrarte que en un salón de clases tienes la variedad que describe
al género humano: el chistoso que hace reír a todos, el chancón que siempre es
el primer lugar en todos los grados, el bacán que anda enamorando a todas las
chicas, aquel otro que gana todas las peleas, etc. Lo único que hice es
trasladar a la ficción ese fresco de la vida estudiantil del colegio. Creo que
la literatura peruana en general es muy seria y dramática por la presencia
marcada del realismo. Uno de los pocos que trabaja humor en su ficción es
Alfredo Bryce Echenique, por ejemplo. Yo introduje a Carlanga para ver qué
resultaba.
¿A
qué cree que se debe la primacía de ese realismo en la narrativa peruana? ¿Cuál
es el motivo de que se haya cultivado más que otros géneros, como, por ejemplo,
el fantástico?
Claro, lo que sucede es que el realismo
como género aparece en Occidente en un momento de crisis de la sociedad. El
realismo es un discurso estético de la modernidad y su objetivo era retratar la
sociedad con sus defectos y taras humanas para motivar una reflexión y una
crítica, y a partir de ello, repensar el rumbo a seguir. Esto se acentuó entre
las dos guerras mundiales que vivió Europa en la primera mitad del siglo XX, lo
que, a su vez, desencadenó el existencialismo. En países periféricos como el
nuestro, la presencia del realismo es muy acentuada, lo que demuestra que hay
cuestiones pendientes por resolver. Mientras haya algo que criticar, mientras
la sociedad tenga deudas por saldar, el realismo seguirá vigente. Y esto tiene
sentido porque ese es uno de los principios estético y éticos con que surge el
realismo decimonónico.
La
forma de narrar la historia es bastante concisa y los puntos de vista cambian
seguido en cada capítulo. ¿A qué autores le debe estas técnicas? ¿De qué
narradores aprendió estas maniobras?
Sí, es verdad eso del cambio de las
focalizaciones. Lo hice para que de alguna manera el lector se comprometa y
arme el pequeño rompecabezas al final de la lectura, cosa que no exige la
historia contada de manera lineal. También se utilizan varios registros
lingüísticos y formatos de la cultura popular como el guion radial. Creo que
todo eso, de modo inconsciente, viene de Cortázar, Puig, Cabrera Infante y
Joyce; fueron lecturas de varios años.
¿A
qué narradores de la región arequipeña, antiguos o contemporáneos, le parece
qué debemos atender? Lo pregunto como simple lector y como académico en
constante formación.
Bueno, sin irnos muy atrás, un poco anterior a mi generación creo que hay que leer y hacer estudios de Carlos Herrera, Teresa Ruiz Rosas. De los años noventa que es la época con la que me identifico, tenemos a Yuri Vásquez, Mary Ann Ricketts ―cuyo único libro, Tentaciones de Ariana, debería reeditarse―, Juan Pablo Heredia, Fernando Rivera que acaba de publicar un libro interesante de cuentos. Luego están los autores que aparecieron con el nuevo siglo: Orlando Mazeyra, Jorge Monteza, Rosario Cardeña. Más recientemente, Yero Chuquicaña. Existen muchos autores que están publicando en medio de este siglo, pero creo que a los que he mencionado hay que seguirlos con atención porque son los que están cimentando la tradición narrativa de Arequipa en el nuevo siglo. Por mencionar un ejemplo, «Mateo Yucra» de Juan Pablo Heredia debe ser en estos momentos el cuento arequipeño más estudiado en artículos y tesis en la ciudad, el país y el extranjero. Por otro lado, la ficción de Yuri Vásquez ya merece ser estudiada de una manera más sistemática. Desde mi perspectiva, es el autor más prolijo, serio y con una producción sostenida y de indudable calidad, tanto en novelas como en narrativa breve.
9 de julio del 2024
[1]
Goyo Torres es Licenciado en Literatura y Lingüística por la Universidad Nacional de
San Agustín. Ha realizado estudios de Maestría y Doctorado en Literatura
Peruana y Latinoamericana en la Universidad Nacional Mayor de San Maros. Ha
publicado trabajos de crítica y creación. Entre los títulos recientes: El amor después del amor (2002), Técnicas narrativas (2004), Cómo motivar la lectura: ensayos de
literatura, educación y sociedad (2005), Polifonía del silencio: la literatura en Arequipa, 1995-2005 (2006,
coautor), Cuando llegaron los wayruros
(2015), Nada especial (2016), Aires del sur. Cuerpos de reflexión crítica
(2017), Paralelo Sur: Antología esencial
del cuento surperuano (2020, coautor) y Paradero
25 (2023). Con la novela Espejos de
humo (2010) quedó finalista del Concurso de Novela Breve de la Cámara
Peruana del Libro; con “¡Hierba santa, hierba santa!” ganó el Copé de bronce en
la XVII Bienal de cuento Copé 2012 y con Pelota
de trapo (2022) ganó el IX Premio Altazor de Novela Infantil. Actualmente
es docente de la Escuela de Literatura y Lingüística de la UNSA.
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