lunes, 5 de febrero de 2024

Reseña sobre «Doble acento para un naufragio» de Yuleisy Cruz Lescano

 

CRUZ LESCANO, YULEISY: DOBLE ACENTO PARA UN NAUFRAGIO/ DUPLO SOTAQUE PARA UM NAUFRÁGIO. PENICHE: EDIÇÕES FANTASMA, 2023, 160 PP.

 

El movimiento es indispensable para darle vida a un poema si por él comprendemos la manifestación orgánica de un artefacto estético; en este caso, literario. La vibración de los sonidos en la escritura y la continuidad de las imágenes ensamblan la profundidad de la cual participamos al leerlo. Tal vez el título, quizá una estrofa o simplemente un par de versos resuenan cual goce en la mente de quién es partícipe. Y es que, a partir de una primera impresión, basta con recibir el impacto de una rosa entre todo el racimo de palabras. Hay poemas superiores a otros, así como hay poemas peores que otros. Esto solo apunta a un aspecto clave del quehacer poético: las dificultades de mantener la simetría del movimiento.

Naturalmente, no es fácil sostener el movimiento de un poema largo, así como no es fácil condensar todo el movimiento en un poema corto. Los estilos encuentran su forma según los potenciales del escribidor. Tal vez esto es muy perceptible en la poesía germinal, aquella ubicada entre el inicio de un trayecto y la peculiaridad de una anécdota. Los prospectos suelen optar por una de estas dos vitalidades, pueden velar por el crecimiento de su obra o simplemente asumir su brevedad. Por el momento, no es pertinente debatir cómo influye una decisión u otra en la calidad de lo escrito, lo fundamental está en enfocar Doble acento para un naufragio de Yuleisy Cruz Lescano desde estas consideraciones.

Si debo ser franco, muchos potenciales de este libro se devanean entre altibajos que interfieren en la plenitud del movimiento. Temas que lindan con lo trillado, figuras poco ingeniosas y ritmos desiguales retumban entre la nada minúscula cantidad de cuarenta y cinco poemas. Es aquí cuando cabe imaginar que los fragmentos más bellos de estas piezas pudieron encontrar una mejor versión a la cual integrarse. Piénsese en el tercer poema titulado “Presagio”: «He cerrado muchos ojos/ muchas bocas/ pero nunca he abierto la ventana/ para dejar que un alma vuele hacia el cielo»[1]. Los versos iniciales antelan un avance más panorámico y sutil, pero las imágenes son interrumpidas de forma abrupta por una segunda persona que mata la emotividad creciente: «Mi amor, / quisiera y espero/ que vuelva la mía primero». La poesía puede jactarse de tocar las subjetividades, pero no de manera tan predecible, al menos no de este modo si se trata de manejar la intensidad del lenguaje.

Otro defecto puede notarse en el dificultoso control de la rima. Ciertamente, antes debo elogiar el esfuerzo de recobrar una sensibilidad sonora tan menoscabada por la cultura audiovisual y las transformaciones del versolibrismo. El ritmo que ofrece la rima no es más que un desafío enorme y rara vez asumido por poetas jóvenes; una sensibilidad que asimile con éxito esta orfebrería no abunda en nuestros días. Ahora bien, el poemario toma el reto, pero no consigue grandes resultados. Por poner un ejemplo, “Libro olvidado” es un poema que intenta integrar la rima en su continuidad, pero flaquea en su ritmo: «Sirve una llave/ para surcar puertas abiertas, / un reloj despertador/ para madrugar despiertas/ indicación de un paraíso»[2]. La llave dista de alcanzar eufonía con el despertador; probablemente son objetos oportunos en la atmósfera retratada, mas no puede verse la misma pertinencia para la rima. Esto supone las complicaciones de despertar una consciencia sonora en una época audiovisual. La rima tiene los riesgos de hacer notar por mucho la cacofonía.

Un aspecto más que deja mucho que desear es la linealidad que abandona las expectativas estéticas y se desvía en la demanda social. Véase el poema “Teatro de libertad”: «Llora sangre dorada una estrella, / mientras Lujain Al-Hatlhoul grita/ “basta”/ culpable de ser mujer/ joven, moderna, fuerte y bella»[3]. Los trozos de literalidad en un poema no son cosa fácil de manipular, al igual que la rima, tienen dificultades en su estilo para evitar volverse en un panfleto o en información mediática. Cuando las palabras no alcanzan, buscamos la poesía; pero cuando nosotros no alcanzamos para la poesía, esta nos devuelve a las palabras. En este poema se da el caso, dada la descripción vana del motivo central y el sujeto aludido. No basta con denunciar la injusticia, hace falta extenderla desde sus efectos trascendentales.

Hasta este punto, los bajos han sido bastantes; no así, los altos sacan a flote esta obra. Por poco tal vez, pero he de matizarlos del mismo modo; o siguiendo el título, lo que conviene ahora es observar el segundo acento del naufragio.

Retomando la cadencia rimada, tal parece que piezas como “Déjame” y “Nave” se afinan lo suficiente para transmitir con sutileza, por un lado, el ideal de paz: «Déjame soñar por tu alma, / déjame serena en posible calma, / en medio de verde y azul pérdida, / déjame durmiendo sobre la vida/ con los ojos libres a la fugaz corriente, / con estrellas desveladas en la frente»[4]. Y por otro, la tribulación del avance en la travesía marina: «Las penurias son alianzas/ del tiempo que se abate/ contra el remo quebrado/ en el arrecife enfadado, / que combate y combate»[5]. En efecto, los deseos del bienestar solo tienen probabilidad de concretarse al asumir el dolor que conlleva realizarlos; esta es una figuración recurrente de la metáfora del viaje, en este caso, marítimo. Añadamos también que los retratos del duelo no sirven solo para compartir congoja; antes bien, empujan el desengaño para perfilar de modo realista el bienestar propio.

El cuidado de uno mismo es ajeno a los fines egoístas. La poeta lo clarifica en “Ego” con un retrato análogo al mito de Narciso: «y el hombre a sí mismo halagando/ con signos venenosos sin reflejo/ se mira en el espejo/ es solo Ego que olvida/ las semillas escondidas/ en un cajón»[6]. Como es de esperarse, el exceso de ego promete la soledad y, con ella, la extinción de un futuro que pueda ser sembrado. “Humanidad” complementa dicha idea con el anhelo de convertir el deseo en deber dentro de la existencia, «donde el sentir no es todavía mano, / mas un presagio lejano, / que empieza a moverse en el aire»[7]. La individualidad cerrada se abre a través de la generalidad del deseo, pero para que esto funcione, el deseo requiere integrar a los individuos más allá de la libertad absoluta de un sujeto en sí y para sí.

Aparte de la cadencia sonora, hay poemas que recobran imágenes de ternura, cuyo desarrollo otorga las claves de esta poética. “Mi refugio” sopesa la crueldad de la vida al contrastar con las ambiciones colosales o las heridas más profundas. Más que huir hacia una torre de marfil, el poema habla de guardar la felicidad que habita en los detalles, pues habrá momentos en los que ellos podrán resguardarnos. Esto es venir de menos a más: «Mi refugio es tan pequeño, / se pierde dentro de una sonrisa, / en una taza de café caliente, / con una voz chiflada entre los dientes, / respira cosas escondidas/ que los otros no ven»[8]. Con este supuesto, ya no sorprende la pasividad y el consuelo que transmiten dos de sus poemas más rescatables: “Deseo” y “Sin quejas”. Las figuras de ambos son poco comunes; el primer poema juega con la imagen del perro, mientras el segundo elogia la ancianidad.

Los dos poemas confiesan la necesidad de encontrar lo auténtico y perennizarlo hasta el fin de los tiempos: «Quiero adoptar un perro/ que sea solo mío, / para no ser de nadie, / de ninguna raza, / de ningún dueño»[9]. El can sopesa los dolores de la soledad, su compañía funciona como una alteridad disponible que le permite a la voz del poema explorar y reconocer sus bondades. Aceptando que el yo se reconoce gracias al otro, la presencia de este animal doméstico figura como el ente que conduce al ser. Por tanto, una vez descubierto el ser, la cuestión es aprender a contemplarlo. Para hacerlo se requiere lentitud y se encuentra más vigente que nunca en la vejez: «¿Cómo te puedes quejar de la vejez?/ Te da tiempo/ para contemplar los retratos de nubes, / mientras esperas sentada/ en el umbral del horno/ de tostar el mundo»[10]. Las quejas son dispensables una vez alcanzada la serenidad que nos consuela ante la muerte.

Como apunte final, debo recordar que el movimiento de esta poesía aún sigue en ciernes, lo cual no determina fracaso alguno, sino aciertos muy limitados que vale la pena mencionar. La belleza de lo simple, al igual que otras, necesita tiempo para madurar, pero por lo pronto, Yuleisy Cruz Lescano ofrece algunas rosas de este resplandor. Un amigo me dijo una vez: «una expresión sincera merece una respuesta sincera»; eso es lo mínimo que puede tener un poema para comenzar a moverse y, a su vez, es lo mínimo que necesita un poema para ser comentado. Esperemos que este resplandor logre superar los obstáculos que lo eclipsan; todavía hay mucho florecimiento por delante.

 

 


Doble acento para un naufragio (2023)
de Yuleisy Cruz Lescano



[1] Cruz Lescano, Y. (2023). Doble acento para un naufragio/ Duplo sotaque para um naufrágio. Peniche: Edições Fantasma, p. 20.

[2] Ibídem, p, 24.

[3] Ibídem, p. 76.

[4] Ibídem, p. 36.

[5] Ibídem, p. 38.

[6] Ibídem, p. 82.

[7] Ibídem, p. 120.

[8] Ibídem, p. 132.

[9] Ibídem, p. 88.

[10] Ibídem, p. 98.

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