martes, 16 de enero de 2024

Reseña sobre «Los juegos verdaderos» de Edmundo de los Ríos

 

DE LOS RÍOS, EDMUNDO: LOS JUEGOS VERDADEROS. AREQUIPA, SURNUMÉRICA SAC, 2017, 281 PP.[1]

 

 

Carlos Garcell Vera[2]

 

 

El siglo XX tiene muchas razones para ser recordado, especialmente en la literatura. La presencia de conflictos bélicos y protestas estudiantiles, en su desarrollo, han tenido consecuencias polémicas en la sociedad latinoamericana. Entre ellas, es infranqueable la presencia de la Revolución Cubana, cuya influencia marcó al continente sobremanera. En este sentido, la literatura peruana encontró un terreno fértil en la novela y la poesía social. La rebeldía se enraizó profundamente en la generación del 60, tanto a nivel nacional como regional. Así, a vísperas de la década del 70 y durante la consagración de los escritores del boom, surge la novela más trascendental del arequipeño Edmundo De los Ríos.

La obra consiguió una mención honrosa en el certamen Casa de las Américas (1968), publicándose instantáneamente en México y Cuba. Está compuesta de tres narraciones, las diferentes estaciones de una vida. El protagonista carece de nombre, pues puede ser cualquier personaje de la collera del barrio. El anonimato, de esta manera, no encuentra problemas para postularse como una identidad colectivizada, sin individuos.

La infancia de un grupo de amigos –Los halcones negros– abarca el primer relato; su estructura se asemeja a los relatos de collera, al estilo reynosiano: juegos infantiles, el descubrimiento de la sexualidad, personajes marginales, etc. En esta parte, se podrá encontrar una exposición breve y puntual de la sociedad arequipeña pasada. En la segunda, asume la voz del narrador uno de los niños, ya crecido. Con una beca universitaria en manos, se propone viajar hacia México con su mejor amigo. Las dudas y el miedo acechan continuamente, pues el viaje de estudios es una excusa que, con el cauce de la narración, irá desvelando una historia subyacente.

La novela narra –producto del pulso revolucionario– la aparición de guerrillas pequeñas a lo largo de Latinoamérica, centralizadas en México. Así, el protagonista y su compañero deciden emprender la travesía para cambiar la realidad sociopolítica del Perú, ideal extendido en la comunidad universitaria. El narrador entiende las consecuencias y trata de huir, pero las sombras de sus compañeros y del compromiso social son más fuertes. En este punto, resulta difícil eludir la presencia de otra obra con pocas afinidades, pero muy semejante en la complicada relación que existe entre el deber y los sentimientos, Memorias de un soldado desconocido: “Para el partido no existía el perdón. Muerte o fidelidad. Debíamos cumplir estrictamente la tarea encomendada por el partido. Y volver a nuestro pueblo como los espartanos, con el escudo o sobre nuestro escudo”. La imponente y sombría silueta del deber se interpone a los deseos individuales y pretende suprimirlos. En otras palabras, surge tanto la deshumanización como el desprendimiento. Ambas son las que provocan el conflicto en el protagonista: ¿Vale la pena sacrificarlo todo? ¿Se puede sacrificar todo sin siquiera dudarlo?

Luego de dolidas despedidas y mentiras a los parientes, el viaje inicia. Así, ya frustrada la experiencia revolucionaria, llegamos al último relato de la novela. El protagonista se encuentra vegetando en la cárcel, recuerda su experiencia en las reyertas y el cuerpo inerte de su amigo flotando en los cauces de un río. Como una epifanía, surge el desengaño. Retumban su infancia y juventud continuamente, dando la ilusión de una retrotopía que reemplaza el idilio frustrado. Aun así, no aparta sus deseos, pero en sus pensamientos y el entorno deja de existir la proyección de un porvenir mediante la revolución. La pulsión juvenil y sus conflictos han devenido en la degradación humana, que se manifiesta en la podredumbre de la cárcel y su estado agonizante. Las memorias, las mentiras y los reclamos silenciosos configuran una narración en tropel, vivaz y descarnada.

Los últimos delirios recaen en la salvación o traslado del presidiario, cuyos últimos pensamientos se dan entre la realidad, la supervivencia y los recuerdos. Así, se completa el tránsito de lo que, en principio, parece perfilarse como una novela de revolución hacia una novela antihistórica. Tal vez el aspecto más representativo de esto sea la circularidad del tiempo. La forma lineal, progresiva y factual, como se solía definir a la historia, es trastocada. El estado agonizante del presidario se filtra en la narración, provocando un devenir constante de recuerdos, relatos diferentes y autoengaños en una suerte de aleación caótica. Cabe resaltar que los elementos antihistóricos también se presentaron sutilmente al principio de la obra. Se puede observar en la primera página: “Se movilizan las patas, los traseros de rata, los ojos, las huellas. Semejan un murmullo sordo, persistente –procesión de Viernes Santo, por las calles fantasmagóricas del Señor de la Caña–“. Esto no es un elemento fortuito, pues esta narración organiza las anteriores y las manipula, presentándolas de manera fragmentaria intencionalmente.

La novela, además de acertar en la prosa y las técnicas narrativas –como el monólogo interior constantemente utilizado–, ha sido un caso excepcional en el país y en el continente. A diferencia de otras obras latinoamericanas, que han tratado el tema de las revoluciones desde una visión aparentemente consensuada, en Los juegos verdaderos la crítica se dispara en diversos ángulos, sin reglas ni convenciones. Claramente, el contexto político del país fue una preocupación continua, pero los medios de protesta y disconformidad también. Por ello, la novela genera una sensación de discordancia con la ideología imperante en su contexto.

Por último, cabe reconocer la obra de Edmundo De los Ríos y no perder de vista su espacio en la literatura arequipeña. Es frecuente hallar este tipo de casos disonantes entre grietas y agujeros, escondidos del canon. Más allá de un acto de justicia, es una necesidad sociocultural, posiblemente ontológica; una objeción al panorama narrativo nacional, que llega a ser homogeneizante. Así, tal vez, dejen de existir los “autores y obras extrañas” escondidos entre manuscritos amarillentos y bibliotecas.

 


 

Los juegos verdaderos (2017) de
Edmundo de los Ríos[3]





[1] Reseña publicada por primera vez en Nuveliel. Revista de literatura y humanidades. Año 2. Nro 2, pp. 77-80.

[2] Es Bachiller en Literatura y Lingüística por la Universidad Nacional de San Agustín. Miembro del comité editorial de Nuveliel. Revista de literatura y humanidades (Arequipa, 2019-presente), donde también ejerce de reseñador de obras literarias y entrevistador. Fue organizador y ponente en: I Coloquio Internacional de Estudiantes de Literatura UNSA (2020) y II Coloquio Internacional de Estudiantes de Literatura UNSA (2021), realizados en homenaje a los escritores arequipeños contemporáneos Teresa Ruiz Rosas y Oswaldo Chanove respectivamente. También ha participado en la organización y presentación de libros, eventos culturales y un concurso en Homenaje a César Atahualpa Rodríguez, realizado en septiembre del 2022. Actualmente es estudiante de la Maestría en Estudios Avanzados en Literatura Española y Latinoamericana de la Universidad Internacional de la Rioja.

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