martes, 16 de enero de 2024

Reseña sobre «Los juegos verdaderos» de Edmundo de los Ríos

 

DE LOS RÍOS, EDMUNDO: LOS JUEGOS VERDADEROS. AREQUIPA, SURNUMÉRICA SAC, 2017, 281 PP.[1]

 

 

Carlos Garcell Vera[2]

 

 

El siglo XX tiene muchas razones para ser recordado, especialmente en la literatura. La presencia de conflictos bélicos y protestas estudiantiles, en su desarrollo, han tenido consecuencias polémicas en la sociedad latinoamericana. Entre ellas, es infranqueable la presencia de la Revolución Cubana, cuya influencia marcó al continente sobremanera. En este sentido, la literatura peruana encontró un terreno fértil en la novela y la poesía social. La rebeldía se enraizó profundamente en la generación del 60, tanto a nivel nacional como regional. Así, a vísperas de la década del 70 y durante la consagración de los escritores del boom, surge la novela más trascendental del arequipeño Edmundo De los Ríos.

La obra consiguió una mención honrosa en el certamen Casa de las Américas (1968), publicándose instantáneamente en México y Cuba. Está compuesta de tres narraciones, las diferentes estaciones de una vida. El protagonista carece de nombre, pues puede ser cualquier personaje de la collera del barrio. El anonimato, de esta manera, no encuentra problemas para postularse como una identidad colectivizada, sin individuos.

La infancia de un grupo de amigos –Los halcones negros– abarca el primer relato; su estructura se asemeja a los relatos de collera, al estilo reynosiano: juegos infantiles, el descubrimiento de la sexualidad, personajes marginales, etc. En esta parte, se podrá encontrar una exposición breve y puntual de la sociedad arequipeña pasada. En la segunda, asume la voz del narrador uno de los niños, ya crecido. Con una beca universitaria en manos, se propone viajar hacia México con su mejor amigo. Las dudas y el miedo acechan continuamente, pues el viaje de estudios es una excusa que, con el cauce de la narración, irá desvelando una historia subyacente.

La novela narra –producto del pulso revolucionario– la aparición de guerrillas pequeñas a lo largo de Latinoamérica, centralizadas en México. Así, el protagonista y su compañero deciden emprender la travesía para cambiar la realidad sociopolítica del Perú, ideal extendido en la comunidad universitaria. El narrador entiende las consecuencias y trata de huir, pero las sombras de sus compañeros y del compromiso social son más fuertes. En este punto, resulta difícil eludir la presencia de otra obra con pocas afinidades, pero muy semejante en la complicada relación que existe entre el deber y los sentimientos, Memorias de un soldado desconocido: “Para el partido no existía el perdón. Muerte o fidelidad. Debíamos cumplir estrictamente la tarea encomendada por el partido. Y volver a nuestro pueblo como los espartanos, con el escudo o sobre nuestro escudo”. La imponente y sombría silueta del deber se interpone a los deseos individuales y pretende suprimirlos. En otras palabras, surge tanto la deshumanización como el desprendimiento. Ambas son las que provocan el conflicto en el protagonista: ¿Vale la pena sacrificarlo todo? ¿Se puede sacrificar todo sin siquiera dudarlo?

Luego de dolidas despedidas y mentiras a los parientes, el viaje inicia. Así, ya frustrada la experiencia revolucionaria, llegamos al último relato de la novela. El protagonista se encuentra vegetando en la cárcel, recuerda su experiencia en las reyertas y el cuerpo inerte de su amigo flotando en los cauces de un río. Como una epifanía, surge el desengaño. Retumban su infancia y juventud continuamente, dando la ilusión de una retrotopía que reemplaza el idilio frustrado. Aun así, no aparta sus deseos, pero en sus pensamientos y el entorno deja de existir la proyección de un porvenir mediante la revolución. La pulsión juvenil y sus conflictos han devenido en la degradación humana, que se manifiesta en la podredumbre de la cárcel y su estado agonizante. Las memorias, las mentiras y los reclamos silenciosos configuran una narración en tropel, vivaz y descarnada.

Los últimos delirios recaen en la salvación o traslado del presidiario, cuyos últimos pensamientos se dan entre la realidad, la supervivencia y los recuerdos. Así, se completa el tránsito de lo que, en principio, parece perfilarse como una novela de revolución hacia una novela antihistórica. Tal vez el aspecto más representativo de esto sea la circularidad del tiempo. La forma lineal, progresiva y factual, como se solía definir a la historia, es trastocada. El estado agonizante del presidario se filtra en la narración, provocando un devenir constante de recuerdos, relatos diferentes y autoengaños en una suerte de aleación caótica. Cabe resaltar que los elementos antihistóricos también se presentaron sutilmente al principio de la obra. Se puede observar en la primera página: “Se movilizan las patas, los traseros de rata, los ojos, las huellas. Semejan un murmullo sordo, persistente –procesión de Viernes Santo, por las calles fantasmagóricas del Señor de la Caña–“. Esto no es un elemento fortuito, pues esta narración organiza las anteriores y las manipula, presentándolas de manera fragmentaria intencionalmente.

La novela, además de acertar en la prosa y las técnicas narrativas –como el monólogo interior constantemente utilizado–, ha sido un caso excepcional en el país y en el continente. A diferencia de otras obras latinoamericanas, que han tratado el tema de las revoluciones desde una visión aparentemente consensuada, en Los juegos verdaderos la crítica se dispara en diversos ángulos, sin reglas ni convenciones. Claramente, el contexto político del país fue una preocupación continua, pero los medios de protesta y disconformidad también. Por ello, la novela genera una sensación de discordancia con la ideología imperante en su contexto.

Por último, cabe reconocer la obra de Edmundo De los Ríos y no perder de vista su espacio en la literatura arequipeña. Es frecuente hallar este tipo de casos disonantes entre grietas y agujeros, escondidos del canon. Más allá de un acto de justicia, es una necesidad sociocultural, posiblemente ontológica; una objeción al panorama narrativo nacional, que llega a ser homogeneizante. Así, tal vez, dejen de existir los “autores y obras extrañas” escondidos entre manuscritos amarillentos y bibliotecas.

 


 

Los juegos verdaderos (2017) de
Edmundo de los Ríos[3]





[1] Reseña publicada por primera vez en Nuveliel. Revista de literatura y humanidades. Año 2. Nro 2, pp. 77-80.

[2] Es Bachiller en Literatura y Lingüística por la Universidad Nacional de San Agustín. Miembro del comité editorial de Nuveliel. Revista de literatura y humanidades (Arequipa, 2019-presente), donde también ejerce de reseñador de obras literarias y entrevistador. Fue organizador y ponente en: I Coloquio Internacional de Estudiantes de Literatura UNSA (2020) y II Coloquio Internacional de Estudiantes de Literatura UNSA (2021), realizados en homenaje a los escritores arequipeños contemporáneos Teresa Ruiz Rosas y Oswaldo Chanove respectivamente. También ha participado en la organización y presentación de libros, eventos culturales y un concurso en Homenaje a César Atahualpa Rodríguez, realizado en septiembre del 2022. Actualmente es estudiante de la Maestría en Estudios Avanzados en Literatura Española y Latinoamericana de la Universidad Internacional de la Rioja.

Reseña sobre «La medusa» de Augusto Aguirre Morales

 

AGUIRRE MORALES, AUGUSTO: LA MEDUSA.

AREQUIPA, LA TRAVESÍA E. I. R. L, 2019, 91 PP.[1]

 

 

Fidel Augusto Huachohuillca Leguía[2]

 

 

En 1916 se publicó la primera y única edición (hasta hace poco) de La medusa, una novela corta o también conocida como noveleta que, a pesar de su singularidad, pasó durante mucho tiempo desapercibida para el canon literario peruano. Sin embargo, no lo fue para la comunidad intelectual, existen notas referidas en diarios como La República hechos por el nobel Mario Vargas Llosa y el reconocido antropólogo y escritor Rodrigo Montoya. Asimismo, su autor, Augusto Aguirre Morales (1888, Arequipa) mantuvo una profunda amistad con intelectuales de la talla de Abraham Valdelomar y José Carlos Mariátegui, contemporáneos suyos con los cuales conformó una generación abocada a la exploración y manifestación de nuevas formas estéticas dentro de la literatura.

Tuvo que pasar un poco más de un siglo para que las nuevas generaciones puedan disfrutar de la reedición de La medusa. Es gracias a La Travesía Editora que es posible llevar a cabo una loable labor en el rescate de esta obra literaria y estimular el interés en el resto de la producción literaria de Aguirre Morales. Existen muy pocas referencias que hagan posible un balance sobre este libro, por ello resulta sumamente pertinente que se redescubra un texto que formó parte de los cimientos del género narrativo moderno en el Perú.

Esta reedición contiene un prólogo, 16 capítulos y un epílogo, solo la última parte es la única añadida en este nuevo tiraje de 500 ejemplares. El libro cuenta con una hermosa portada que luce un ambiente marino y en el extremo superior se visualiza una medusa que parece recibir un resplandeciente color por parte del reflejo que muestra el ocaso del sol. Mientras en la contraportada se puede leer una breve apreciación del escritor limeño Gustavo Faverón. De igual manera, contiene una solapa en la que se puede observar una corta semblanza del autor arequipeño que se alude a su participación en los periódicos de su época, su amistad con Valdelomar y se hace menciones a sus demás textos literarios, de los cuales aún se conserva cierto conocimiento.

Por lo demás, se mantiene la dedicatoria y prólogo redactado por Augusto Aguirre Morales. Igualmente, es imposible deprenderse de esa sensación que nos transmite el narrador al adentrarnos en un mundo que encierra terribles episodios, los mismos que suscitan inquietudes en el protagonista, y que, por si no fuera poco, se van relatando la mayor parte de la historia en primera persona. Dicho personaje funge como verdugo de la voz narrativa, pues, el desempeño de cada palabra puede parecernos una catarsis, pero también es una reminiscencia a las acciones del enunciador. Por lo tanto, depende de cómo lo entendamos, la escritura puede significar un descargo de las emociones resguardadas en la psiquis de quien relata los hechos o, por otro lado, puede conllevar al acto de revivir momentos turbadores que más bien sopesan en el narrador. Producto de ello da como resultado esta particular noveleta en la que se perciben matices psicológicos, filosóficos y poéticos.

El narrador-protagonista vive en medio de una crisis existencial que se percibe a través de las constantes cavilaciones que emite y dan cuenta de la pequeñez que esta encarna ante el vasto universo del cual forma parte. Del mismo modo, hay una especie de historia paralela que vincula al protagonista con una mujer que viene a ser la persona amada y anhelada por él, pero ella vive junto a su bebé y un hombre que la maltrata cada vez que se le presenta la ocasión. No cabe duda de que lo más atrayente es el tema que se cuece en el texto, pues a pesar de alternar características colindantes entre la reflexión y la descripción, se concibe, además, un sentido pesimista de la vida.

El primer capítulo inicia con la siguiente frase: “La vida es una espiral eterna de tentáculos de medusa”[3], a partir de ahí se denota el vínculo de la vida con este animal invertebrado habitante de los mares. Pero, ¿qué tiene que ver una medusa con la vida? ¿qué relación guarda lo uno con lo otro? Una primera impresión puede captar el carácter sensorial que despliega la medusa, el tener una piel (si así podemos decirlo) bastante sensible lo hace un animal perceptivo a los movimientos de otros seres marinos con los que habita en el océano. Aquello puede dejar entrever la fragilidad del ser humano frente al mundo, mejor dicho, aún, el hombre no se puede comparar con la infinidad que presenta el universo. Además, claro está, el otro tipo de sensibilidad al que se puede aludir es la que tiene que ver con los dotes artísticos, pues algo que caracteriza al artista es su capacidad de creación ya sea a través de la escritura, la pintura, la escultura, etc. Así, ambas sensibilidades, la de la medusa y la del artista, son necesarias para sus sobrevivencias.

El carácter conceptual de la obra de Augusto Aguirre Morales se encuentra esgrimido por la reflexión del narrador ante lo que la “medusa” significa para él. Su nimiedad ante la vastedad que el universo se encuentra en reiteradas ocasiones. Se produce la concientización del protagonista y la crisis existencial no se hace esperar para hacerse cada vez más latente. Mientras, en un plano paralelo, su acercamiento a lo femenino se evidencia en el lenguaje que utiliza al referirse a ella, transmite un carácter afectivo. Los rasgos de deseo, sublimación y apreciación estética nos evocan el “enamoramiento” que siente el protagonista. Por lo tanto, resulta posible comprender dos dimensiones: uno reflexivo y uno afectivo.

El plus de esta edición viene de la mano de Fidel Ydme. Un epílogo que nos devela un poco más el sentido que encierra La medusa. Si bien, en su momento, Augusto Aguirre Morales fue considerado como un importante pilar del movimiento Colónida, aparte de ser un amigo íntimo de Abraham Valdelomar, se desconoce que sucedió luego, pues, “quién sabe qué circunstancias se interponen, para que la última entrega de nuestro autor quede insospechadamente distanciada de los estudios sobre aquel increíble año”[4].

Ydme presenta algunas ideas relacionadas al Decadentismo, un movimiento literario que imperaba a fines del siglo XIX en Europa y luego tuvo su paso por Hispanoamérica. Sin embargo, “por sí misma [la corriente decadentista], no pudo ser novedosa para el autor en cuanto influencia, ni para el movimiento Colónida que lo incluye”[5]. Si bien, uno de los propósitos de los estudios literarios es poder sistematizar los textos, además de brindarnos un panorama donde se encuentren clasificados debido a su género o corriente a la que pertenecen; La medusa –sostiene Ydme– comparte particularidades con el Decadentismo. Las novelas dentro de este movimiento “dota[n] a sus protagonistas de un sistema de valores, en cuya faceta conviven actitudes enfermizas, emociones exacerbadas o [un] confinamiento metafísico propio, por exclusión al colectivo”[6].

De esta manera, mediante rasgos puntuales se establece una proximidad con las características que presenta la novela corta de Aguirre Morales. Sin duda alguna, el sentido metafórico es prevalente en la narración del protagonista, pero al tener como premisa que la medusa es lo equivalente a la misma realidad, ¿nos lleva a pensar que resulta un elemento nocivo? Son pocas las referencias bibliográficas a esta excepcional obra, no obstante, vale la pena que las investigaciones no se hagan de esperar y nos brinden nuevas perspectivas de interpretación que enriquezcan nuestra tradición literaria.

 

 

 

La medusa (2019)[7]





[1] Versión corregida. Reseña publicada por primera vez en Nuveliel. Revista de literatura y humanidades. Año 2. Nro 2, pp. 81-84.

[2] Es Bachiller en Literatura por la UNMSM. Ha participado como ponente en el VII Congreso Nacional de Escritores de Literatura Fantástica y Ciencia Ficción y en el Coloquio Interdisciplinario Imágenes y palabras: estudios críticos a los discursos literarios y cinematográficos. Actualmente es integrante del cineclub Voyeur Salvaje y forma parte de un grupo de investigación de ética y literatura (Gdeseyl) en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la UNMSM.

[3] Aguirre Morales, A. (2019). La medusa. Arequipa: La Travesía Editora, p. 13.

[4] Ibídem, p. 83.

[5] Ibídem, p. 84.

[6] Ibídem, p. 85.

Reseña sobre «AIRESDELSUR» de Goyo Torres Santillana

 

TORRES SANTILLANA, GOYO: AIRESDELSUR. CUERPOS DE REFLEXIÓN CRÍTICAAREQUIPA, QUIMERA EDITORES, 2017, 270 PP.[1]

 

 

Mauro Quispe Navarro[2]

 

 

El libro nos ofrece un panorama de la crítica literaria realizada en nuestra ciudad, práctica que, como afirma el autor, no la respalda una institucionalidad sólida. En ese sentido, AIRESDELSUR es una iniciativa notable al reunir, en un solo bloque, textos dispersos que permanecían ocultos en publicaciones especializadas; sin ninguna posibilidad de contacto con un público más amplio. Contribuye a visibilizar una disciplina que, si bien ha tenido pocos cultores, sobresale por su continuidad y calidad, y que se ha desarrollado en paralelo a la capitalina, centro cultural hegemónico y excluyente. La compilación se divide en tres secciones tituladas “Itinerario”, “Desde las entrañas” y “Palabras territoriales”. A continuación, expondremos cada una.

En “Itinerario”, Goyo Torres abre el compendio con un monográfico titulado “¿Qué es la crítica literaria?”. En este se interroga sobre la especificidad de la disciplina crítica. Para resolverlo, se remonta a los orígenes. Con un estilo didáctico, expone los tránsitos de la reflexión, desde Aristóteles pasando por el romanticismo y el giro epistémico que implicó el estructuralismo y su devenir posestructuralista. Así mismo, esquematiza la diferencia entre el saber y el hacer literario, propuesta que esclarece el error común de confundir la práctica artística con los estudios literarios. Estos se dividen, como lo desarrolla Torres, en tres: la historiografía, la crítica y la teoría literaria. Saberes que no se oponen, al contrario, sus fronteras se difuminan con el fin de presentar una reflexión holística del fenómeno literario.

La segunda parte del análisis presenta una visión panorámica de la disciplina crítica en el país. Torres se cuestiona sobre la identidad conflictiva de una sociedad heterogénea como la nuestra, conflicto que se refleja en sus prácticas culturales. Por lo tanto, ¿se debe hablar de una crítica peruana o limeña? Como centro cultural del país, ha extendido su identidad criolla como lo nacional. Este centralismo excluyente se ha instituido en desmedro de una articulación sólida. En esta línea, Riva Agüero será quien inaugure, de forma sistemática, los estudios literarios. A este le seguirá Sánchez, cuya obra estará marcada por el paradigma positivista. De esta época datarán los tantos volúmenes historiográficos. La figura de Mariátegui aparece en efecto, crítico lúcido, de quien Torres destacará la clasificación propuesta en los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. Una segunda generación seguirá la propuesta metodológica de la escuela estilística. Paralelamente, un tercer grupo reflexionará sobre el fenómeno literario en su dimensión social y cultural, tomando el paradigma estructuralista y sociológico; tendrá como mayor representante a Antonio Cornejo Polar. Por último, la corriente posestructuralista agrupará a personajes como Miguel Ángel Huamán, López Maguiña, García Bedoya, entre otros.

Completa el artículo una propuesta de periodización de la crítica literaria en Arequipa. Siguiendo los paradigmas que ha guiado la reflexión literaria, plantea cuatro periodos: crítica impresionista, crítica estructuralista, modernización y posestructuralismo. El primero se extiende desde el siglo XIX hasta la década de 1970; el segundo hasta 1995; el tercero hasta el 2000 y el cuarto hasta nuestros días. Apreciamos cómo el fenómeno literario discurre hacia su profesionalización: si en sus inicios la crítica se desarrollaba en el espacio periodístico, conformada por una élite letrada o arraigada en la disciplina histórica y jurídica –los casos de Francisco Mostajo y Juan Guillermo Carpio Muñoz–; poco a poco, sin abandonar este espacio, se irá configurando un grupo proveniente de las aulas agustinas, especialistas en estudios literarios.

Estos, al migrar a la capital, se convertirán en referentes importantes de la disciplina literaria, hablamos de Raúl Bueno, Enrique Ballón Aguirre y los hermanos Antonio y Jorge Cornejo Polar. Justamente Antonio fundará la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, órgano académico que congregará y difundirá la producción crítica nacional y los estudios latinoamericanos. Marcados por la impronta de sus maestros, se conformará un grupo que ejercerá cátedra en la facultad de letras y propiciará su renovación académica, introduciendo nuevos paradigmas epistémicos como el estructuralismo y la sociocrítica; entre sus representantes destacan Willard Díaz y Tito Cáceres Cuadros.

Para concluir, acorde con la periodización trazada, Torres identifica una cuarta generación que adoptará la corriente posestructuralista como teoría interpretativa. La mayoría de sus integrantes hicieron estudios de posgrado en el extranjero. Cabe mencionar la migración a nuevos espacios geoculturales como una constante para la renovación de los estudios literarios. Así mismo, el cambio de los formatos divulgativos: de la sección periodística se pasará a las revistas especializadas y a las tesis de licenciatura y posgrado, estas últimas sin mayor difusión.

La sección “Desde las entrañas” reúne cinco trabajos críticos, inscritos, según la periodización, en el período impresionista y estructuralista. El primero “La poesía en Arequipa”, ensayo de Francisco Mostajo, es una revisión historiográfica de los orígenes coloniales de la poesía arequipeña. Entre sus valoraciones estéticas y datos biográficos, reclama la ausencia de archivos que atesoren las producciones de dicho período. Considerando la escuela barroca de la metrópoli y las referencias a su impronta en sus colonias, se interroga sobre el valor estético de los “gongoristas en Arequipa”, interrogante sin resolver debido a la ausencia de un acervo material. Al texto de Mostajo le sucede “Palma: un caso de intertextualidad y comparatismo” de Tito Cáceres Cuadros. Desde un marco estructuralista, con las propuestas sobre la intertextualidad de Gerard Genette, analiza la tradición “Muerte en vida”, tejiendo relaciones entre el relato de Palma y la tradición de la Monja Gutiérrez. Aunque Tito Cáceres pertenece a una generación de críticos arequipeños del siglo XX, la distancia entre su ensayo y el de Mostajo llama a la reflexión sobre ese vacío de ochenta años.

El tercer ensayo “La poesía arequipeña de la generación del 80” de Juan Alberto Osorio hace un inventario completo de vates arequipeños. Resalta la importancia de las revistas literarias locales en la difusión de propuestas poéticas, publicaciones que representaron espacios de reflexión y encuentro, verdaderos dispositivos culturales. En trece entradas, Osorio analiza las características poéticas de esta generación, advierte la poca presencia de mujeres, el desapego de lo andino y la relevancia de lo urbano como espacio poético. En el cuarto trabajo: “Nueva lectura de los Perros hambrientos”, Willard Díaz realiza una lectura narratológica de la obra de Ciro Alegría. A través de los presupuestos de Bremond y Greimas, evidencia la estructura cíclica de la novela.

Concluye la sección, César Delgado Díaz del Olmo. De su libro Diálogo de los mundos: ensayos sobre el Inca Garcilaso, se selecciona el prólogo y un fragmento del primer capítulo. El estudio está dirigido a develar la estructura profunda de los Comentarios Reales, pues, a ese nivel, subyace un proyecto de nación. Con un marco asentado en la teoría psicoanalítica y la simbología antropológica, propondrá una lectura novedosa del proyecto garcilasista, una identidad marcada por el mestizaje y el bastardismo. En el momento de su publicación, el libro de Díaz del Olmo renovó la crítica académica “plagada de hispanismos y esteticismos”, según afirma José Antonio Mazzzotti, puesto que se aleja del carácter europeo y renacentista de Garcilaso.

“Palabras territoriales” es la última sección que reúne diversos artículos académicos, los cuales se caracterizan por su escritura especializada y su agudeza analítica. Además, evidencian el carácter interdisciplinario de los nuevos estudios literarios, principio de la apertura epistémica de la segunda mitad del siglo XX. Los textos fueron presentados en congresos académicos o forman parte de proyectos de mayor envergadura. El primer artículo, “Rosa cuchillo. Desencuentros entre mito e ideología política” de Carlos Caballero, aborda la novela de Oscar Colchado desde la teoría decolonial. En ella, como afirma el autor, analizará el encuentro conflictivo entre el discurso del proyecto político revolucionario de PCP-SL y el discurso mítico-religioso de las comunidades andinas. De este modo, sostiene que la novela de Colchado Lucio hace una relectura geocultural del discurso revolucionario del PCP-SL. Para ello, utilizará los principios teóricos de Rodolfo Kush sobre la ubicación geocultural de los sistemas de pensamiento y reflexiones de las teorías poscoloniales y decoloniales. Es interesante cómo cuestiona la lectura de Ubilluz, de carácter monológico, y que, como muchos otros, no tomaron en cuenta la peculiaridad problemática de los contextos de enunciación en los marcos teóricos.

El siguiente artículo “Trazando sonidos. Espacios de conflicto en las literaturas de tradición oral” de Jhonatan Corzo reflexionará sobre la ambigüedad conceptual dentro de los estudios sobre la oralidad y la especificidad del objeto aún no resuelta. Para ello analizará los espacios en conflicto entre la oralidad y la escritura, espacios en los que la oralidad ocupa un lugar subalterno al momento de estudiarla, difundirla, definirla y acercar sus producciones a los conceptos de arte y cultura. Por lo tanto, dado su carácter marginal dentro de una episteme y marco teórico letrado, que ajusta su especificidad a marcos occidentales, su abordaje –como afirma el autor– siempre tendrá una raíz equívoca. En el tercer artículo, “La influencia de la alquimia en Borges y Ribeyro: en búsqueda de un centro epigramático y un enigma inexistente”, Pierina Moscoso expone las relaciones intertextuales entre los cuentos “Silvio en el rosedal” de Julio Ramón Ribeyro y “El aleph” de Jorge L. Borges. Mediante las categorías de la literatura comparada, demostrará las relaciones no solo temáticas y conceptuales, sino también estructurales.

Jorge Monteza en “José María Arguedas y el diálogo intercultural a través del arte” reflexiona sobre el lenguaje artístico-ficcional de Arguedas como una estrategia comunicativa que permite el diálogo cultural en conflicto, entre la modernidad y el mundo andino. Cierra la sección, y el libro, el artículo de Goyo Torres, “Escribir desde el cuerpo: narrativas de violencia y crueldad en tres testimonios del conflicto armado interno en el Perú, año 1980-2000. Los cuerpos de la memoria”. En tres testimonios de víctimas, recopilados por la Comisión de la Verdad y Reconciliación, el autor expondrá las estrategias discursivas de los mismos para constituirse en discursos de denuncia, reivindicación y memoria oral. Resalta el papel de las corporalidades representadas en ellos para afianzar los fundamentos testimoniales, discursos de resistencia que disputan con el poder la construcción de la memoria nacional.

La publicación de AIRESDELSUR. Cuerpos de reflexión crítica contribuye a completar el panorama de la crítica literaria peruana con una muestra de trabajos que cuestionan las lecturas canónicas y abren caminos nuevos a la reflexión. No obstante, pierde algo de vigor en su voluntad revisionista con el escaso número de artículos sobre literatura regional. A excepción de Mostajo y Osorio, persiste una carencia que dificulta ampliar los estudios concernientes a la producción literaria en Arequipa u otros espacios afines. En síntesis, sin que esta observación le quite méritos al libro, Goyo Torres ha iniciado un debate al que, esperemos, se sumen otras voces.







[1] Versión corregida. Reseña publicada por primera vez en Nuveliel. Revista de literatura y humanidades. Año 2. Nro 2, pp. 59-64.

[2] Es bachiller en Literatura y Lingüística. Prepara su tesis de licenciatura sobre la novela de Susana Guzmán, En mi noche sin fortuna. Ha participado en coloquios de estudiantes de Literatura de la PUCP y UNFV. Así mismo, formó parte del comité organizador del I Coloquio de estudiantes de Literatura UNSA 2020).

Reseña sobre «Contrateorías» de Carlos Arturo Caballero Medina

 

CARLOS ARTURO CABALLERO MEDINA: CONTRATEORÍAS. ESTUDIOS DE CRÍTICA LITERARIA, QUIMERA EDITORES, AREQUIPA, 2017, 379 PP.[1]

 

 

Luisa Andrea Calderón Vite[2]

 

 

En Contrateorías. Estudios de crítica literaria, Carlos Caballero pone en evidencia la urgente necesidad de emprender una crítica genuinamente latinoamericana, actividad que implica la elaboración de una epistemología propia que permita generar una interpretación y desenvolvimiento crítico lejos de formalismos y estructuras que sobrevienen en la imposibilidad de leer y entender la realidad de nuestros propios discursos.

El texto ofrece una experiencia enriquecedora y didáctica, pero sobre todo muy personal. En palabras del autor, esta es resultado de una primera mirada crítica de naturaleza historiográfica, emotiva e inmediata a una mucho más comprometida y completa, una «militancia crítica»; notable en la obra y lograda con precisión. Cabe añadir, consecuencia de la práctica de este tipo de perspectiva hacia todos los discursos, que no solo concierne a los de índole literario, sino también cinematográficos, políticos y referentes a la blogósfera; tal cómo avizoraba en La mirada virtual (2016). Colegimos, entonces que la crítica necesariamente debe ser plástica, no lejana a contextos cercanos y cotidianos; un instrumento vital y de constante ejercicio. Asimismo, ha de ser fundamental para hacer de las experiencias de lectura, más allá de un goce inmediato, algo que nos permita entender que todos los discursos deben ser discutidos, deconstruidos y, sobre todo, situados.

El libro está compuesto por una breve introducción y tres capítulos, que a su vez se componen por artículos y ensayos: “Mario Vargas Llosa, literatura y política”, “Contrateorías”, “Novela y Violencia Política”. Es preciso señalar que cada una de estas secciones no albergan pretensiones totalizadoras o adoctrinantes. No obstante, sí implican una atenta lectura y dominio teórico básico, importante para un tránsito adecuado en el texto que garantice además de la comprensión de la obra, una oportuna interpretación y posterior ejecución.

El capítulo “Mario Vargas Llosa. Literatura y política” se compone por cuatro trabajos académicos que versan sobre la actividad del escritor peruano (Nobel de Literatura, 2010) en la ficción y la crítica literaria. Del mismo modo, se expone también su teoría de la novela, en la que Vargas Llosa sostiene la importancia de separar la novela de la realidad. En ambos tipos de textos emana un discurso que pese a haberse generado desde vertientes políticas distintas, en el transcurrir de su carrera literaria, poseen una mirada hegemónica.

Es conveniente precisar que desde aquí se evidencia la lucidez con la que Caballero realiza estos planteamientos, dado que muchos de los cuestionamientos sobre la crítica de Vargas Llosa se han respondido de forma subjetiva e incluso mordaz. No obstante, el abordaje del autor permite tener los recursos que no solo dan cuenta de la ideología de Vargas Llosa, sino también del porqué de la misma, lejos de cualquier apasionamiento o personalización. Entre ellos, es oportuno destacar el trabajo sobre Historia de Mayta (1984) y la obra de Arguedas en La Utopía Arcaica (1996); pues en esta última se analiza la concepción que sobre el indigenismo posee Vargas Llosa, resultando contradictorio con respecto a la mirada crítica hacia la literatura peruana.

“Contrateorias”, quizá la sección elaborada con mayor pericia e indagación, consta de cuatro artículos; desde el primero se propone la necesidad de generar una crítica disruptiva mediante el acercamiento al concepto de "sabotaje crítico" de Manuel Asensi Pérez: cuestionar los discursos hegemónicos en relación a nuestro contexto sociocultural.

En el segundo resalta lo fantástico y su semejanza con la virtualidad en “La noche bocarriba” de Julio Cortázar sin perder relación con el psicoanálisis, los sueños y la realidad, por lo que es una invitación a realizar procesos intertextuales. El simplismo del poeta Alberto Hidalgo, en relación a su propuesta estética, constituye el tercer artículo; y, por último, “Contrateoría: el malestar de la crítica” evidencia que lo contestatario de la crítica debe empezarse desde una mirada atenta a los presupuestos teóricos empleados.

De acuerdo al autor, la contrateoría implica volcar la teoría contra sí misma, dejar de instrumentalizarla y esquematizarla para una interpretación antojadiza y parcializada que impide la reflexión. Toda teoría al ser concebida, posee un marco político o ideológico que de una forma u otra explica su naturaleza, pese a esto todas han coincidido en la generación de una serie de interrogantes o contrapuntos que ponen en discusión lo hegemónico y se contraponen al mismo y sus discursos. Al día de hoy, sin embargo, la aplicación teórica consiste en un discurrir notoriamente técnico, dado para la perpetuación de una instrumentalización acrítica; ello explicaría que gran parte la crítica nacional y latinoamericana haya permanecido durante largo tiempo sujeta al uso y enseñanza de presupuestos de corte estructuralista, que han dado como resultado enunciaciones laxas y alejadas de premisas que las hagan verdaderamente significativas.

El autor propone entonces, tomar distancia de aquello que nos inhabilita con respecto a la concepción del pensamiento crítico; así pues, debe hacerse frente y reflexionar sobre los alcances que la posmodernidad, la cual devino en la comercialización y futilidad de la enseñanza; y lo neoliberal, que apelando a lo inmediato ha restringido severamente los procesos de reflexión, dando como resultado el ausentismo de una verdadera critica en la crítica.

La falta de ejercicio de una interrogación constante ha dejado lugar a una crítica indiferente y hasta por momentos complaciente con elementos del poder, nada dialogante e incluso inaccesible. La contrateoría no pretende engendrar un discurso que neutralice el resto de perspectivas que puedan brindar los diversos presupuestos, contrariamente, propone generar una crítica cuestionadora ejercida con la conciencia de una precisa adaptación y estudio de estas.

Dado que la práctica de una teoría se genera incluso antes de aplicarla sobre un determinado objeto de estudio, constituye entonces una actitud interpretativa que plantea generar una verdadera coherencia y ejecución en todo el proceso, lo que implica un constante cuestionamiento de aplicación y contraste en sus presupuestos.

La última parte de la obra, “Novela y violencia política” gira en torno a las relaciones de poder y discurso entre la novela peruana y la violencia política, en unas de las décadas de mayor conflicto en el país: los ochenta y parte de los noventa. La revisión de la crítica efectuada a algunas novelas de Perú y Argentina no es gratuita, lo expuesto en “Contrateorías” (segunda sección del libro) cobra fuerza en este punto. Dado que existen presupuestos teóricos que, al ser abordados desde una perspectiva lejana, no concatenan con los discursos latinoamericanos; haciendo que se genere una interpretación simplista sobre estos, como lo vemos con la idea de comunidad en la novela Candela quema luceros (1988) de Félix Huamán Cabrera, que aborda la violencia del Estado y su ejercicio de un discurso hegemónico frente a la comunidad andina con su propio ideario. Igualmente, se hace una revisión de lo que la crítica ha dicho sobre La hora azul (2005), novela de Alonso Cueto. Más adelante, a través de Michel Foucault, el autor analiza Ciencias morales (2010) del argentino Martin Kohan, donde se visualiza el ejercicio del poder a través de sus instituciones y cómo de forma progresiva e insospechada modifica el pensamiento de los individuos; este artículo recurre bastante al pensamiento del reconocido filósofo francés. En este caso, en Ciencias morales, dicha institución es, oportunamente, la escuela. Por último, en Retablo (2004) de Julián Pérez Huarancca, se propone una entrada psicoanalítica desde Julia Kristeva, la cual habla sobre la violencia política en el Perú.

El libro se cierra con una precisa bibliografía que da cuenta de la solidez del texto. Agregar estos términos resulta ser un prometedor aporte para los estudios de crítica latinoamericana desde nuestra región. Esta propuesta toma en cuenta los aciertos y limitaciones de las teorías literarias a fin de ejemplificar un juicio precavido, así como una iniciativa para repensar los estudios literarios en nuestros propios espacios. Además, cabe mencionar la relevancia de reorientar los remanentes críticos hacia las otredades literarias, cuya prevalencia persiste fuera de los discursos canónicos o hegemónicos; subjetividades que necesitan una mirada legitima para generar una verdadera experiencia “emancipadora” a través de la crítica.







[1] Versión corregida. Reseña publicada por primera vez en Nuveliel. Revista de literatura y humanidades. Año 2. Nro 2, pp. 65-69.

[2] Egresada de la Escuela Profesional de Literatura y Lingüística, UNSA. Docente de lengua y literatura. Certificada por Minedu en Pensamiento crítico y creativo y Desarrollo de las competencias socioemocionales.

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