viernes, 7 de febrero de 2025

Reseña sobre «Causas naturales» de Alfredo Herrera Flores


HERRERA FLORES, ALFREDO: CAUSAS NATURALES. AREQUIPA, LA TRAVESÍA EDITORA, 2019, 74 PP. 

 

Moisés Jiménez Carbajal[1]

 

 

Causas Naturales es el nombre del decimoprimer libro del poeta puneño Alfredo Herrera Flores. Publicada por La travesía Editora el año 2019, la obra se suma a libros ya consagrados del mismo autor, como Recital de Poesía (1990), Montaña de Jade (1995) o Mares (2002). La edición es materialmente novedosa, una especie de sobrecubierta negra muestra un luto aparente que reviste una cubierta de aves en un fondo blanco, una casa también se hace forma en ese centro; la contratapa muestra un camino de tonalidades rojas en un paisaje altiplánico; signos ya de entrada extensivos a la idea del título. Causas naturales, según podemos colegir del epígrafe inicial, es la metáfora con que el lenguaje periodístico y policial se refiere a la muerte que no fue por algún accidente o por la mano del hombre. No obstante, la idea es más compleja, la idea común es que una muerte por causas naturales «es el resultado de una enfermedad o un mal funcionamiento interno del cuerpo no causado directamente por fuerzas externas», pero el poeta extiende aún más la metáfora y consigna elementos que han sido parte constitutiva de una vida y que son, a su vez, parte constitutiva de una muerte.

Dos poemas largos son los dos grandes centros del libro, significativos por su calidad y por su singularidad no exenta de entereza. “Testamento elemental” tiene el tono genérico de los poemas de vejez, donde el poeta tensa la riqueza de su experiencia con el tiempo inexorable y su frágil instrumento en la palabra. Blanchot, en un texto también testamentario, escribe: «Todo lo que decimos no tiende si no a ocultar la única afirmación: que todo debe desaparecer y que no podemos permanecer fieles más que velando por este movimiento que desaparece, al que algo entre nosotros, algo que rechaza todo recuerdo, pertenece desde ahora». Alfredo Herrera vela este movimiento en la paradójica palabra «dejar», a diferencia de un objeto que un testamento deja, la palabra poética deja en la medida en que está afirmando que se deja a sí misma: «Dejo suspendido en su vuelo el colibrí, / Dejo la sopa caliente y los versos de Vallejo». El don del testamento es el propio testamento. La experiencia íntima e inabarcable del poeta es solo posible en el verso que rechaza todo recuerdo y, a la vez, nos lo regala en el fruto del poema: «Dejo la música que he escuchado durante las tardes, / las canciones de la abuela y los susurros de mi madre». Incluso la experiencia más interior se hace algo ajeno: «Dejo lo que no es mío, lo que fue y lo que pudo ser a quien lo necesite». El poema, así, se abre a una ausencia compartida y a la desaparición, cuya sustancia es la muerte: «Dejo mis palabras como antes dejé mis huesos». Y este sustantivo puebla todo el libro. El poeta habita el tiempo a través de la palabra, y habita también su dinámica de extinción e imagen. El modo patético y lúcido con que el poeta toma autoconciencia de esto es, en ciertas partes, memorable.

El segundo gran poema del libro es “Canciones para olvidar a Siylvia Plath”. El texto se divide en 16 partes y exacerba la poética de la insuficiencia de la palabra. El interlocutor es la poeta suicida norteamericana. La insuficiencia se nutre de la imposibilidad de una respuesta: «tú permanecerás bajo el signo inequívoco de la ausencia», y del conflicto insistente en la obra de ella sobre la relación entre palabra y soledad y muerte. «La muerte, Sylvia, la vida / baja por tus ojos como yo por tus palabras». Pero más que a la obra misma, lo que el poeta recuerda de ella es el gesto definitivo que le otorgó un relieve luminoso; no exactamente el suicidio, sino la vida en estado de suicidio: «Morir/ Es un arte, como cualquier otra cosa / Yo lo hago excepcionalmente bien». Es así que la palabra y su carencia enciende su falta bajo el signo de la muerte, y las causas naturales, pasan a tomar forma a través de ella; ese es, de algún modo, la lección de Plath: «Más transparente que un relámpago tu recuerdo nos persigue».

La existencia acecha con su insistencia, y al final, las causas naturales son los signos que irremediablemente tenemos que cargar. Más allá de la palabra, el poeta recuerda (y en su recuerdo contempla) los lugares y momentos, las causas naturales y su condición de referente. La casa: «somos la casa y su mesa y la leche»; las estrellas: «estrella celeste de pandereta y sombrero»; el río: «nadie hay que resuelva el enigma de todas las formas del río»; la noche: «ella toca la noche invisible /como lo haría con un poema»; las cordilleras: «Cordillera, patria, lejanía de las piedras, en tus entrañas vive la canción, la palabra»: todos estos significantes eslabonan una cadena donde la causa está ausente, pero la voluntad melancólica —con su neblinosa intensidad— está muy presente. «Emprendo el camino de regreso» se dice en el último poema, y «olvidarlo todo», para vivir su propia muerte como predicaba Rainer María Rilke.

Para acabar, he de decir que el gran testimonio y visión que plantea el libro no lo hace exento de irregularidad y predilección por exponer imágenes más que por presentarlas, tampoco exento de alguna insistencia retórica obnubilada por el verso libre.

 

 

 

Causas Naturales (2019)
de Alfredo Herrera Flores





[1] Estudió Literatura y Lingüística en la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa. Ha publicado Opalia (2019), Kazimir (2019), Réquiem (2022) y Papeles del dodo (Epilepsias) (2022).

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