HERRERA FLORES, ALFREDO: CAUSAS NATURALES. AREQUIPA, LA TRAVESÍA EDITORA, 2019, 74 PP.
Moisés Jiménez Carbajal[1]
Causas
Naturales es el nombre del
decimoprimer libro del poeta puneño Alfredo Herrera Flores. Publicada por La
travesía Editora el año 2019, la obra se suma a libros ya consagrados del mismo
autor, como Recital de Poesía (1990),
Montaña de Jade (1995) o Mares (2002). La edición es
materialmente novedosa, una especie de sobrecubierta negra muestra un luto
aparente que reviste una cubierta de aves en un fondo blanco, una casa también
se hace forma en ese centro; la contratapa muestra un camino de tonalidades
rojas en un paisaje altiplánico; signos ya de entrada extensivos a la idea del
título. Causas naturales, según
podemos colegir del epígrafe inicial, es la metáfora con que el lenguaje
periodístico y policial se refiere a la muerte que no fue por algún accidente o
por la mano del hombre. No obstante, la idea es más compleja, la idea común es
que una muerte por causas naturales «es el resultado de una enfermedad o un mal
funcionamiento interno del cuerpo no causado directamente por fuerzas
externas», pero el poeta extiende aún más la metáfora y consigna elementos que
han sido parte constitutiva de una vida y que son, a su vez, parte constitutiva
de una muerte.
Dos poemas largos son los dos grandes
centros del libro, significativos por su calidad y por su singularidad no
exenta de entereza. “Testamento elemental” tiene el tono genérico de los poemas
de vejez, donde el poeta tensa la riqueza de su experiencia con el tiempo
inexorable y su frágil instrumento en la palabra. Blanchot, en un texto también
testamentario, escribe: «Todo lo que decimos no tiende si no a ocultar la única
afirmación: que todo debe desaparecer y que no podemos permanecer fieles más
que velando por este movimiento que desaparece, al que algo entre nosotros,
algo que rechaza todo recuerdo, pertenece desde ahora». Alfredo Herrera vela
este movimiento en la paradójica palabra «dejar», a diferencia de un objeto que
un testamento deja, la palabra poética deja en la medida en que está afirmando
que se deja a sí misma: «Dejo suspendido en su vuelo el colibrí, / Dejo la sopa
caliente y los versos de Vallejo». El don del testamento es el propio testamento.
La experiencia íntima e inabarcable del poeta es solo posible en el verso que
rechaza todo recuerdo y, a la vez, nos lo regala en el fruto del poema: «Dejo
la música que he escuchado durante las tardes, / las canciones de la abuela y
los susurros de mi madre». Incluso la experiencia más interior se hace algo
ajeno: «Dejo lo que no es mío, lo que fue y lo que pudo ser a quien lo
necesite». El poema, así, se abre a una ausencia compartida y a la
desaparición, cuya sustancia es la muerte: «Dejo mis palabras como antes dejé
mis huesos». Y este sustantivo puebla todo el libro. El poeta habita el tiempo
a través de la palabra, y habita también su dinámica de extinción e imagen. El
modo patético y lúcido con que el poeta toma autoconciencia de esto es, en ciertas
partes, memorable.
El segundo gran poema del libro es
“Canciones para olvidar a Siylvia Plath”. El texto se divide en 16 partes y
exacerba la poética de la insuficiencia de la palabra. El interlocutor es la
poeta suicida norteamericana. La insuficiencia se nutre de la imposibilidad de
una respuesta: «tú permanecerás bajo el signo inequívoco de la ausencia», y del
conflicto insistente en la obra de ella sobre la relación entre palabra y
soledad y muerte. «La muerte, Sylvia, la vida / baja por tus ojos como yo por
tus palabras». Pero más que a la obra misma, lo que el poeta recuerda de ella
es el gesto definitivo que le otorgó un relieve luminoso; no exactamente el
suicidio, sino la vida en estado de suicidio: «Morir/ Es un arte, como
cualquier otra cosa / Yo lo hago excepcionalmente bien». Es así que la palabra y su carencia enciende su falta bajo el
signo de la muerte, y las causas naturales, pasan a tomar forma a través de
ella; ese es, de algún modo, la lección de Plath: «Más transparente que un relámpago
tu recuerdo nos persigue».
La existencia acecha con su insistencia, y
al final, las causas naturales son los signos que irremediablemente tenemos que
cargar. Más allá de la palabra, el poeta recuerda (y en su recuerdo contempla)
los lugares y momentos, las causas naturales y su condición de referente. La
casa: «somos la casa y su mesa y la leche»; las estrellas: «estrella celeste de
pandereta y sombrero»; el río: «nadie hay que resuelva el enigma de todas las
formas del río»; la noche: «ella toca la noche invisible /como lo haría con un
poema»; las cordilleras: «Cordillera, patria, lejanía de las piedras, en tus
entrañas vive la canción, la palabra»: todos estos significantes eslabonan una
cadena donde la causa está ausente, pero la voluntad melancólica —con su neblinosa intensidad— está muy presente. «Emprendo el
camino de regreso» se dice en el último poema, y «olvidarlo todo», para vivir
su propia muerte como predicaba Rainer María Rilke.
Para acabar, he de decir que el gran
testimonio y visión que plantea el libro no lo hace exento de irregularidad y
predilección por exponer imágenes más que por presentarlas, tampoco exento de
alguna insistencia retórica obnubilada por el verso libre.
Causas Naturales (2019)
de Alfredo Herrera Flores
[1] Estudió Literatura y Lingüística
en la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa. Ha publicado Opalia (2019), Kazimir (2019), Réquiem (2022)
y Papeles del dodo (Epilepsias) (2022).
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