martes, 24 de septiembre de 2024

José Gabriel Valdivia. Apostillas a la poética del yo en el primer Hidalgo

 

APOSTILLAS A LA POÉTICA DEL YO EN EL PRIMER HIDALGO

 

[Entrevista a José Gabriel Valdivia[1]
sobre su libro Poemas sin mayoría de edad de Alberto Hidalgo]

 

 

 

Por Edward Álvarez Yucra

 





 

Partamos por lo personal. ¿Cuándo fue la primera vez que escuchó hablar de Alberto Hidalgo? ¿Cuándo lo leyó por primera vez? ¿Qué poemas lo cautivaron?

 

Cuando era estudiante de Literatura en la UNSA entre 1979 y 1985. Lo leí en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Humanidades de dicha universidad. Había una buena cantidad de sus libros. También en la Biblioteca Municipal de la ciudad, donde moraban los más de cinco mil ejemplares de su biblioteca personal que fue traída desde Buenos Aires. Su último deseo fue descansar en paz en su tierra natal y de paso dejar sus libros propios y ajenos, así como un número considerable de obras artísticas y retratos suyos. Muchos poemas me cautivaron, en espacial el titulado «Semáforo» que sirvió para dar nombre a una revista de poesía. Además, su gran temperamento iconoclasta que, a cualquier joven cautiva, y sobre todo el testimonio de Arturo Corcuera, contado en una visita que hicimos a Lima, y plasmado en su poema «Nada de elegías a Alberto Hidalgo», donde le llama «viejo canario de la gran flauta». Esta última frase sirvió para dar título a otra revista, porque simbolizaba la rebeldía e iconoclasia en aquel momento juvenil.  

 

¿Qué puede decir de su generación? ¿La poesía de Hidalgo fue bien recibida en la Arequipa de los 80?

 

Por lo menos en el grupo literario universitario Polen de Letras, que formamos con Nilton del Carpio y Esther Villafuerte, fue un old capitan de nuestro barco. En una entrevista hecha al poeta y crítico Washington Delgado, que publicamos en la revista La gran Flauta, le inquirimos sobre el papel del genial libelista y poeta en la literatura peruana. Fruto de ese interés, ha quedado mi artículo «El escribano infinito» (1987). En Ómnibus, otro grupo generacional de los ochenta, Alonso Ruiz Rosas, uno de sus integrantes, escribió otro artículo: «El ingenioso Hidalgo» (1984).

Como consecuencia de esa admirada recepción, está la Antología poética (1987), preparada como un homenaje al centenario de su nacimiento, en la que tuve una protagónica participación.

 

En ese artículo suyo, que lleva por título «El escribano infinito: Alberto Hidalgo», menciona cuatro momentos en la obra poética de Hidalgo: uno postmodernista y futurista, otro vanguardista, otro del amor perdido y otro peruanista y egolátrico. ¿Por qué prefirió abordar los poemas sin mayoría de edad del primer momento?

 

Porque son los poemas producidos en Arequipa, antes de su partida hacia Buenos Aires, Argentina. También, porque nos dicen mucho de su inquieto espíritu experimentalista; además de su inquieta visión cosmopolita combinada con su afecto localista.

 

Considerando que Hidalgo fundó dos revistas en Arequipa, una llamada Anunciación y otra llamada La Semana junto a Miguel Ángel Urquieta, además de publicar dos libros de poesía y dos de prosa, ¿cuál le parece que sería su lugar en una suerte de historia literaria de Arequipa?

 

Es el inaugurador de la renovación poética en Arequipa y luego en el Perú. La revista Anunciación, como su nombre lo dice, es inauguradora y fundadora, antes que Aquelarre, de la renovación postmodernista, vía el regionalismo, y un anticipo de las vanguardias por sus aires cosmopolitas y desde un espacio no capitalino.

 

Curioso. Aquelarre suele ser el referente más aludido en el panorama literario. Es una pena no contar con una hemeroteca para comparar la óptica de cada revista en esta distancia cronológica. No obstante, tal vez Aquelarre prevalece más en la memoria porque César Atahualpa Rodríguez no se alejó de la ciudad; se fue por un tiempo a Lima, pero no migró del todo, como sí lo hizo Hidalgo. Y bueno, después del postmodernismo de Rodríguez, la vanguardia quedó en manos de Guillermo Mercado; a mi entender.

 

El número 3 de la revista quincenal Anunciación está fechado en el 30 de agosto de 1915 y corresponde al Año 1 de su aparición. Su director literario es Alberto Hidalgo y su director artístico, Lautaro Gutiérrez Ballón. En este número aparecen poemas de César A. Rodríguez, Alberto Hidalgo, entre otros. Y algunas prosas como las de Miguel Ángel Urquieta.

El número 1 de Aquelarre aparece a fines del año 1916, según Jorge Cornejo Polar y es coetánea de Colónida ―surge el mes de enero de 1916― según Vladimiro Bermejo. La revista tuvo pocos números ―quizás dos o tres― entre 1916 y 1917, pero el grupo se mantuvo activo hasta 1919. En consecuencia, la revista y grupo Anunciación inauguran la transformación de la poesía en Arequipa y en el Perú.

Guillermo Mercado insurge con un poemario individual en 1924 y luego en 1928 publica Un chullo de poemas, que es saludado en el primer número de la revista Chirapu ―enero de 1928―, donde también publica un poema César A, Rodríguez. Antes apareció su poemario La torre de las paradojas (1926), reseñado por Miguel Ángel Urquieta ―residente en La Paz, Bolivia― en el número 4 de la revista Amauta ―Nro. 4 de 1926 en Lima.

Como ves, en la década del veinte los jóvenes protagonistas de la década anterior han emigrado; incluido Percy Gibson, que viaja a Lima y luego marcha a México. Por ello, la figura solitaria de Guillermo Mercado ilumina la ruta poética hasta la llegada de los jóvenes poetas de los años cincuenta, ante el ostracismo y el silencio editorial de César A. Rodríguez.

 

Recuerdo una ponencia suya en el I Coloquio de Estudiantes de Literatura UNSA, realizado en el 2020. Al hablar de los poemas sin mayoría de edad, sugirió una suerte de diferencia entre el postmodernismo y el antimodernismo poético. Me gustaría que retome un poco esa explicación, pero no sin agregar otro término que noté en este libro: ¿Qué diferencia el postmodernismo, el antimodernismo y el prevanguardismo? ¿Cómo es mejor entender estos rótulos?

 

El facilismo didáctico de los estudios literarios inventó varios ismos que no se manifestaron plenamente en nuestra literatura. Casos patéticos son el romanticismo y el modernismo. No tuvimos auténticos románticos, menos modernistas, como en otros países latinoamericanos. Por eso se inventa un Melgar romántico y hasta pre-romántico. De igual modo, un Chocano modernista. Hoy sabemos que estas invenciones fueron postizas.

Lo único que nuestros poetas asimilaron fue la musicalidad modernista. Lo de antimodernista es un juicio ideológico, a partir de confrontar la torre de marfil con la vena popular o regional. Si el modernismo fue hegemónico en elementos formales, en la temática no caló en la sensibilidad de los jóvenes discípulos de Manuel González Prada. Otras fueron las inquietudes de fondo: el mal llamado criollismo costeño o el cholismo serrano. En cuanto al prevanguardismo, se lo debe entender, siguiendo a Mariátegui, como la muestra del ímpetu cosmopolita, impulsado por el antihispanismo. Los poetas otean otras poéticas europeas, pero también quieren afirmar lo no hispánico que perciben en sus comarcas o aldeas profundas.

 

Algo sustancial en la poética de Hidalgo es el llamado egotismo, que usted bien abarca en el estudio preliminar de este libro. Pero, a simple vista, no pareciera novedoso si recordamos a José Santos Chocano y Alberto Guillén, quiénes también demuestran esta pretensión de posicionarse en el panorama literario de manera estrepitosa. ¿Cuál es el rasgo insigne que lo distancia de estos otros poetas peruanos?

 

Hidalgo inscribe una poética del yo. Los otros dos son yoístas románticos. En Hidalgo, la percepción del sí mismo no solo es psicoanalítica, sino también una afirmación del sujeto y de su singularidad, que no se debe confundir con el individualismo psicologista o postcapitalista.

 

Una de las cosas que usted rebate constantemente es el malentendido futurismo que la crítica ha destacado por mucho tiempo en la poesía de Hidalgo. Y es así como encuentra una amalgama de influencias en la que figura la de Marinetti, pero sin acaparar toda la perspectiva estética. En vista de que la crítica se ha limitado mucho a comentar los rasgos futuristas, ¿cuáles otros rasgos son más productivos para abordar y apreciar en la poesía de Hidalgo?

 

El rasgo fundamental es la deshispanización de nuestra poesía. Aunque tardía, fue muy necesaria y permitió nuevas miradas estéticas, venidas de lo ajeno europeo. El esfuerzo de las vanguardias en general, fue la noción de empresa que Raúl Bueno ya percibió ―aunque no estudie a Hidalgo. Esa noción de empresa cultural ―americanismo― que miró a Europa desde América y sus espacios propios; no desde las estéticas europeas. Esa tarea que lograron sus máximos exponentes y que hoy es un gran legado para todas las generaciones venideras de poetas. La última etapa de la poesía de Hidalgo puede ser leída desde estos presupuestos teóricos.

 

Eso último que menciona es interesante. El último Hidalgo evoca constantemente al Perú en sus libros. Y este sentimiento por su tierra natal es conmovedor, hasta cierto punto al menos; pero tampoco deja de ser controvertido. En sus primeros poemas figuraban retratos de lo negativo, lo precario y hasta lo satírico de la sociedad arequipeña. ¿Cómo hay que comprender esta filiación y disidencia con su hogar?

 

En primer lugar, Hidalgo precozmente adquiere una conciencia adolescente de la poesía. Y no pretende ser un poeta de la tristeza, el dolor, la melancolía, sino más bien un poeta enérgico que sobrepasa la dimensión familiar, pero no la social, que retrata en poemas dedicados a personajes como: la frutera o el peón del campo. De la misma manera, escribe sobre temas del entorno arequipeño: el volcán Misti, la chichería, la yanta, el festejo, entre otros. Finalmente, no le es ajeno el progreso, la guerra, el automóvil, el yo, pero desde su conciencia poética.

La rebeldía y las disidencias son fruto del espíritu antioligárquico de la época que en todos los jóvenes se manifiesta. En él, este contexto se orienta y se consustancia en su pluma libelista, en su dandismo antiburgués, que le inspiran González Prada, Valdelomar, Mariátegui y Federico More.

 

El “canibalismo” y la “antropofagia” al que apela en su estudio me resultan categorías orientadas al uso de las influencias culturales del exterior para fundar una identidad nacional; pero, en este caso, es una identidad literaria. ¿De qué manera el individualismo de Hidalgo fagocita los influjos de afuera para fundar una poesía peruana? ¿No es contradictorio que un individualista busque un perfil colectivo?

 

Reitero que el egotismo de Hidalgo es una poética de afirmación del sujeto singular que quiere fustigar al burgués. En un primer momento es puramente estético con visos de soberbia y altivez contra el burgués, pero después, con su comprensión del socialismo y de Mariátegui ―lo ideológico―, surge una combinación de lo estético con lo ético ―valoración de lo propio. Los primeros pasos de Hidalgo son consecuencia de su mirada al otro europeo trágico ―la guerra― y al progreso épico ―la máquina― que se consustancian en una renovación lirica ―formal, técnica y temática.

 

Es aquí cuando me viene a la mente Walt Withman. Usted también lo ha notado en su libro, cuando menciona que sería necesario y productivo examinar la influencia de Withman en los poetas contemporáneos al primer Hidalgo. ¿Esta consciencia de un yo que habla por todos, esta tendencia a celebrarse a uno mismo y cantarse a uno mismo, qué tan decisiva es en la poética de Hidalgo? ¿Sobresale mucho la influencia de Withman o hay otras influencias más cruciales?

 

El flujo del yo en toda su poesía es una marca de su estro poético. Y no se le debe confundir con egolatría o individualismo. Se debe tomarlo desde la teoría del sujeto singular que necesita afirmarse y contradecir al hombre-masa. El dandismo es una forma de hacer ver esa singularidad, esa pose del artista genuino que no tiene más armas que su arte o poesía para imponerse en el mundo. No hay que olvidar que Rubén Darío y José Santos Chocano se inspiran en el poeta norteamericano, pero desde una perspectiva romántica. El YO que instala Hidalgo es mucho más moderno y atrevido, más “sujeto” y encarna lo humano desde una fuerza solidaria como el “demasiado humano” de Nietszche.

 

En su estudio también cita uno de los epígrafes futuristas que usa Hidalgo. Me refiero al que dice: «contradecirse es vivir». Y poco después afirma que «contradecirse, también, es escribir».  Me gustaría enlazar esta idea con otra que resalta en la biografía literaria incluida en el libro, precisamente cuando usted define el compromiso artístico de Hidalgo como «el ejercicio del oficio que trate de tamizar toda la realidad por el ojo de la escritura». Ambas ideas me dan un concepto algo ambicioso, tal vez la poesía como un instrumento de poder para renovar la realidad; como si las palabras del poeta estuvieran muy cerca de las cosas y solo necesitase su voluntad para ejercer ese poder sobre ellas.

 

La lectura del Tratado de Poética, publicado por Hidalgo en 1944 y de Diario de mi sentimiento (1937) resulta clave para comprender la relación entre vida y poesía. De este modo el hombre real se encuentra y desencuentra con el hombre-mito (poeta). Entonces el ejercicio de la poesía es la praxis de los titanes, así como de los grandes hombres es el espacio del progreso. La relación entre las palabras y las cosas es muy dialéctica y plantea una ardua lucha entre el signo y el símbolo. Los poetas van más allá de las palabras hasta volar en símbolos. Los signos se prenden a las cosas y las identifican y las comunican gracias a los hombres.

 

Claro, sin duda. Pero me da la sensación de que hay un acto heroico en esa idea del poeta que busca el progreso y apela a un superhombre, tal vez un metarrelato que se ha disuelto en la metamorfosis de la cultura liberal en el presente.

 

Eso corresponde a la mitificación moderna del poeta, alejada de Hölderlin y Baudelaire, que luego retomó Rilke. Pero en los vanguardistas latinoamericanos es otra la visión del hombre y también la del poeta. Tema que hoy la postmodernidad ha deconstruido sin poder crear una nueva narrativa.

 

Hay un poema que me inquieta en la antología que conforma el libro. Hablo de «Estética», que cierra la selección y pertenece a Tu libro (1922). Es uno de mis favoritos en mi muy limitado conocimiento de la obra de Hidalgo. Lo es porque siempre lo he leído como un arte poética que no necesariamente responde a una confesión amorosa; de hecho, relaciono ese “tú” al que se dirige el poema a cierto espíritu de modernidad, cierta genialidad que ha llevado al poeta al descubrimiento de una lírica original y grandilocuente. Pero, al mismo tiempo, no hay una disquisición total con la idea de la musa; ese “tú” puede ser la musa, pero ese amor que produce en el “yo” del poema es eminentemente moderno y renovador.

 

De acuerdo. Ese poema implica también una ruptura, quizás la primera, en el devenir poético de Hidalgo. Representa el abandono pleno del modernismo, el encuentro con otra musicalidad, el estruendo mudo de lo emocional que invade el cuerpo y que no es una búsqueda técnica, sino un hallazgo del ser para la poesía. Desde este momento se puede advertir lo que él intuitivamente llamaba trascendentalismo, es decir, la poesía en su honda plenitud que reclama esclarecerse en el verso, en el poema.

 

El libro titula Poemas sin mayoría de edad de Alberto Hidalgo. Solo para esclarecerlo, ¿«Poemas sin mayoría de edad» quiere decir: «poemas de juventud»? ¿Cuántas connotaciones tiene el título?

 

Se debe entender en el contexto de una sociedad patriarcal y autoritaria. Los jóvenes impedidos de hacer muchas cosas y conducidos por sus padres, buscan salir de ese estado a través de la libreta electoral y asumir su autonomía plena. Tiene una carga ideológica el título, pero es también lo que tú has inferido más la connotación de rebeldía.

 

¿Qué otros poetas arequipeños del siglo XX es necesario rescatar? Aclaro que no necesariamente deben ser contemporáneos de Hidalgo. ¿Qué poetas cree que merecen un estudio o un libro como el que usted ha publicado?

 

Creo que, en un orden cronológico, deben ser parte de nuestros clásicos. Hasta el momento, y de la generación siguiente: Enrique Huaco y Edgar Guzmán.

 

 

 

 

19 de septiembre del 2024









[1] José Gabriel Marcelino Valdivia Álvarez es poeta, crítico literario, periodista y docente universitario. Nació accidentalmente en la maternidad del distrito de Bellavista-Callao-Lima, un 26 de abril de 1959, pero radica desde muy niño en la ciudad de los volcanes.

Hizo sus estudios superiores en la Universidad Particular Católica Santa María (Comunicación Social) y en la Universidad Nacional de San Agustín (Literatura y Lingüística). En esta última se graduó como magíster en Comunicación con la tesis Dimensiones de lo público y privado en la sociedad peruana, obteniendo felicitación pública. Actualmente ha concluido el doctorado en Literatura Peruana y Latinoamericana en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima.

Su labor investigativa empezó a ser reconocida el año 1994, cuando obtuvo el Premio Nacional de Ensayo José Carlos Mariátegui, promovido por la Universidad Nacional Jorge Basadre Grohmann de Tacna con el estudio José Carlos Mariátegui y la emancipación regional. El año 1997 participó como investigador literario en la colección UNSALIBROS/El PUEBLO, preparando antologías de poetas arequipeños, escribiendo sus biografías y elaborando sus biobibliografías. Los años 2001 y 2005 ganó el Primer Premio de Investigación en el área de Ciencias Sociales, por la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa.

En el campo de la investigación literaria ha publicado tres libros sobre el poeta Mariano Melgar: Biografía literaria (2015); Mariano Melgar: Antología esencial (2015) y Mariano Melgar, 200 años: Crítica, Nación e Independencia (2016). El año 2023 presentó Poemas sin mayoría de edad de Alberto Hidalgo, un estudio de la poesía juvenil, que viene acompañado de una biografía y una biobibliografía completa de nuestro gran poeta vanguardista.

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