martes, 14 de mayo de 2024

Reseña sobre «Todos somos estrellas» de Patricia Wiesse Risso

 



TODOS SOMOS ESTRELLAS

 

 

 

Título de la cinta: Todos somos estrellas

Género: Documental

Directora: Patricia Wiesse Risso

Año de estreno: 2017

 

 

Por Edward Álvarez Yucra[1]

 

 


Todos somos estrellas (2017)[2]

 

El documental de Patricia Wiesse Risso todavía se muestra rescatable entre las producciones del cine nacional. Vale la pena mencionar su estreno en el Vigésimo primer Festival de Cine de Lima (2017), su reconocimiento al ganar el primer lugar en el Octavo Festival de Cine de Cusco, CINESUYU (2018) y la proyección que tuvo en Arequipa el 17 de enero del 2020, donde recibió buena acogida. Todos somos estrellas trae a escena una figura desolada, sumida en aflicciones, pero consciente de la naturaleza que adoptan en su vida. Felipe Degregori, hermano del reconocido antropólogo Carlos Iván Degregori, protagoniza el largometraje para abrir las puertas de su ser, compartir los espacios de su morada y las profusas facetas de su historia. Claramente, no se trata de un testimonio quejumbroso, tampoco de uno que se jacte de sobreponerse al mar de tribulaciones. Por el contrario, el film consigue ahondar en la oquedad más profunda del exdirector cinematográfico.

La cinta inicia con las memorias del hermano, fallecido en el 2011; su presencia bifurca la nostalgia por los pasajes familiares. Anécdotas, fotografías, poemas; los recuerdos se funden con la precariedad del domicilio. La sombra que cubre el pensamiento de Felipe cobra brío con el color ocre de las paredes desgastadas, las cajas empolvadas y demás objetos entorno al desorden. Cada habitación da cuenta de un deterioro constante, quizá reflejo de sus cavilaciones. Asimismo, conocemos parte de su obra, el aprecio latente hacia films como Abisa a los compañeros (1980), Todos somos estrellas (1993) y Translatina (2010), converge con visiones de un pasado tan confortante como inestable. A través de ellos, se hace presente su sensibilidad, las circunstancias de sus proyectos muestran una versión distinta de sí mismo.

Degregori habita un aislamiento, asfixiante a decir de cualquiera, pero conforme con las expectativas de su realidad. Su condición no pasa por alto la compañía de sus vecinos o amigos de barrio, pasar el tiempo con alguien se asemeja a un acto antropofágico, si es que no vampírico: beber de horas ajenas para revitalizarse, sin perder de vista que se trata de un acto recíproco. Charlar un rato en casa, salir a un bar o caminar por la calle signan el pacto. Los planos consiguen una efusión resaltable gracias a la música de fondo, nos sumerge, con melodías afines al jazz, en la urbanidad cotidiana.

Además, la cámara acierta en este tipo de escenas, nos pone en la óptica de una persona más, algo ávida y curiosa por las conversaciones del grupo, como quién se acerca paulatinamente a una reunión de desconocidos para echar un vistazo. No es de sorprender este ángulo, una de las mayores virtudes de todo documental radica en penetrar al fondo del asunta. Es casi normal sentir que avanzamos por espacios íntimos, incluso, por rincones donde ronda la tentación al suicidio.

 

Fragmento fotográfico[3]

 

«Lo que se llama una razón para vivir es, al mismo tiempo, una excelente razón para morir», apunta Albert Camus en El mito de Sísifo (1942). Lo cierto es que nuestro protagonista reserva el deceso como una de sus opciones, llegue a él espontáneamente o por obra suya. Los lazos exteriores parecen asolados, sin remedio alguno; renunciar al amor ―entre sus declaraciones― lo resigna no tanto a la ausencia de los seres queridos, cuanto más a la de un nuevo porvenir. Su homosexualidad lo sitúa en un entramado de lontananzas, no adolece de confusiones propias, pero es consciente de las tensiones que acarrean manifestaciones así en la sociedad tema relevante en Translatina. Las razones para reanimarse van extinguiéndose y están reflejadas en una litografía pegada a la pared, consumida poco a poco por las termitas.

La imagen de quién fue una promesa para el cine peruano, aquel que retrató uno de los momentos exorbitantes de violencia política en su ópera prima, ahora mora cerca al Rímac con la ironía de ser una estrella, como todos los actores de la vida ―si usamos la metáfora calderoniana, mientras forma parte de la comedia humana. Este énfasis dramático, o artificio balzaquiano, cala con creces en la producción que lo llevó a la banca rota: Todos somos estrellas. Así, fulge sin agitación ni premura por resistirse a su papel, simplemente luce el lado indeleble de toda persona. He ahí el acierto en el título, por parte de Wiesse Risso, para resumir la ironía del ser, y más precisamente, la del hermano que prevaleció a espaldas del célebre intelectual Carlos Iván Degregori.

 

 

Fragmento fotográfico[4]



[1] Es Bachiller en Literatura y Lingüística por la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa y director de la revista Nuveliel. Obtuvo el primer lugar en los Juegos Florales de la misma universidad en la categoría de Ensayo (2018). Ha participado como ponente en diversos eventos académicos tanto a nivel nacional como internacional. Asimismo, ha colaborado con ensayos y reseñas en diferentes revistas y plataformas virtuales. Actualmente cursa la Maestría en Humanidades de la Universidad Católica San Pablo.

[2] Imagen recuperada de: https://www.filmaffinity.com/es/film787653.html

[3] Imagen recuperada de: https://www.culturacusco.gob.pe/noticia/imagen/este-viernes-26-de-marzocinesuyu-contigo-en-casapresentara-el-documental-todos-somos-estrellas/

[4] Imagen recuperada de: https://lum.cultura.pe/actividades/documental-todos-somos-estrellas

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Valeria Montes Pastor. Mariposa nocturna entre grietas y memoria

  MARIPOSA NOCTURNA ENTRE GRIETAS Y MEMORIA   [Entrevista a Valeria Montes Pastor [1] sobre su libro Oda a las polillas ]     Por...