TODOS
SOMOS ESTRELLAS
Título de la cinta: Todos somos estrellas
Género: Documental
Directora: Patricia Wiesse Risso
Año de estreno: 2017
Por Edward
Álvarez Yucra[1]
Todos
somos estrellas (2017)[2]
El documental de Patricia
Wiesse Risso todavía se muestra rescatable entre las producciones del cine
nacional. Vale la pena mencionar su estreno en el Vigésimo primer Festival de
Cine de Lima (2017), su reconocimiento al ganar el primer lugar en el Octavo
Festival de Cine de Cusco, CINESUYU (2018) y la proyección que tuvo en Arequipa
el 17 de enero del 2020, donde recibió buena acogida. Todos somos estrellas trae a escena una figura desolada, sumida en
aflicciones, pero consciente de la naturaleza que adoptan en su vida. Felipe
Degregori, hermano del reconocido antropólogo Carlos Iván Degregori,
protagoniza el largometraje para abrir las puertas de su ser, compartir los
espacios de su morada y las profusas facetas de su historia. Claramente, no se
trata de un testimonio quejumbroso, tampoco de uno que se jacte de sobreponerse
al mar de tribulaciones. Por el contrario, el film consigue ahondar en la
oquedad más profunda del exdirector cinematográfico.
La cinta inicia con las
memorias del hermano, fallecido en el 2011; su presencia bifurca la nostalgia
por los pasajes familiares. Anécdotas, fotografías, poemas; los recuerdos se
funden con la precariedad del domicilio. La sombra que cubre el pensamiento de
Felipe cobra brío con el color ocre de las paredes desgastadas, las cajas empolvadas
y demás objetos entorno al desorden. Cada habitación da cuenta de un deterioro
constante, quizá reflejo de sus cavilaciones. Asimismo, conocemos parte de su
obra, el aprecio latente hacia films como Abisa
a los compañeros (1980), Todos somos
estrellas (1993) y Translatina
(2010), converge con visiones de un pasado tan confortante como inestable. A
través de ellos, se hace presente su sensibilidad, las circunstancias de sus
proyectos muestran una versión distinta de sí mismo.
Degregori habita un
aislamiento, asfixiante a decir de cualquiera, pero conforme con las
expectativas de su realidad. Su condición no pasa por alto la compañía de sus
vecinos o amigos de barrio, pasar el tiempo con alguien se asemeja a un acto
antropofágico, si es que no vampírico: beber de horas ajenas para revitalizarse,
sin perder de vista que se trata de un acto recíproco. Charlar un rato en casa,
salir a un bar o caminar por la calle signan el pacto. Los planos consiguen una
efusión resaltable gracias a la música de fondo, nos sumerge, con melodías
afines al jazz, en la urbanidad cotidiana.
Además, la cámara acierta
en este tipo de escenas, nos pone en la óptica de una persona más, algo ávida y
curiosa por las conversaciones del grupo, como quién se acerca paulatinamente a
una reunión de desconocidos para echar un vistazo. No es de sorprender este
ángulo, una de las mayores virtudes de todo documental radica en penetrar al
fondo del asunta. Es casi normal sentir que avanzamos por espacios íntimos,
incluso, por rincones donde ronda la tentación al suicidio.
Fragmento
fotográfico[3]
«Lo que se llama una razón para vivir es, al mismo tiempo, una excelente razón para morir», apunta Albert Camus en El mito de Sísifo (1942). Lo cierto es que nuestro protagonista reserva el deceso como una de sus opciones, llegue a él espontáneamente o por obra suya. Los lazos exteriores parecen asolados, sin remedio alguno; renunciar al amor ―entre sus declaraciones― lo resigna no tanto a la ausencia de los seres queridos, cuanto más a la de un nuevo porvenir. Su homosexualidad lo sitúa en un entramado de lontananzas, no adolece de confusiones propias, pero es consciente de las tensiones que acarrean manifestaciones así en la sociedad ―tema relevante en Translatina―. Las razones para reanimarse van extinguiéndose y están reflejadas en una litografía pegada a la pared, consumida poco a poco por las termitas.
La imagen de quién fue una promesa para el cine peruano, aquel que retrató uno de los momentos exorbitantes de violencia política en su ópera prima, ahora mora cerca al Rímac con la ironía de ser una estrella, como todos los actores de la vida ―si usamos la metáfora calderoniana―, mientras forma parte de la comedia humana. Este énfasis dramático, o artificio balzaquiano, cala con creces en la producción que lo llevó a la banca rota: Todos somos estrellas. Así, fulge sin agitación ni premura por resistirse a su papel, simplemente luce el lado indeleble de toda persona. He ahí el acierto en el título, por parte de Wiesse Risso, para resumir la ironía del ser, y más precisamente, la del hermano que prevaleció a espaldas del célebre intelectual Carlos Iván Degregori.
Fragmento fotográfico[4]
[1] Es Bachiller en Literatura y Lingüística por la Universidad Nacional de
San Agustín de Arequipa y director de la revista Nuveliel. Obtuvo el primer lugar en los Juegos Florales de la misma
universidad en la categoría de Ensayo (2018). Ha participado como ponente en
diversos eventos académicos tanto a nivel nacional como internacional.
Asimismo, ha colaborado con ensayos y reseñas en diferentes revistas y
plataformas virtuales. Actualmente cursa la Maestría en Humanidades de la
Universidad Católica San Pablo.
[2] Imagen
recuperada de: https://www.filmaffinity.com/es/film787653.html
[3] Imagen
recuperada de: https://www.culturacusco.gob.pe/noticia/imagen/este-viernes-26-de-marzocinesuyu-contigo-en-casapresentara-el-documental-todos-somos-estrellas/
[4] Imagen
recuperada de: https://lum.cultura.pe/actividades/documental-todos-somos-estrellas
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