lunes, 27 de mayo de 2024

Heiner Valdivia. Ética y política de un no-autor

 


ÉTICA Y POLÍTICA DE UN NO-AUTOR

 

[Entrevista a Heiner Valdivia[1]
sobre su libro Pliegos marginales]

 

 

 

Por Edward Álvarez Yucra

 

 




Tienes un largo historial de publicaciones en materia poética, ¿Pliegos marginales viene a concluir algún ciclo en tu obra general?

 

Así es, empecé a inicios del 2000, con una inscripción poética que jugaba y experimentaba con las formas y los materiales, los formatos y las disposiciones plásticas, la experimentación y la inasible percepción de los límites poéticos. Para mí, Pliegos marginales no es una culminación en sí sobre una poética, pero sí de una etapa en particular de poesía escrita por mí hasta aquí; concebida tras un nombre, una denominación en específico.

 

Y que, sin embargo, permanece desconocida….

 

Por eso la idea de la negación del autor con el tachado del nombre. No me importa autosilenciarme y jugar con eso. Y es que incluso, ya desde un libro muy anterior, Terapias y diagnósticos del Dr. Petrus Carmichael, usaba recursos similares como la heteronimia; y también con el libro El silencio, he hablado sobre esos argumentos: el silencio como forma poética, el vacío o la nimiedad de los actos del lenguaje en la construcción del poema, del cual el autor no se puede desprender. El autor no se desprende totalmente de su obra, de la práctica y el haber de la poesía, sino que registra en ella un periodo en observación o remisión de lo que hace, una etapa que revaluar, una pausa necesaria, una conclusión quizás.

En mi poesía escrita hasta aquí, he tenido tres etapas primordiales: el silencio y la negación, tras nueve años en los que no escribía nada; la vorágine y la experimentación; y la cálida visión del juego y el ensueño. A partir de ahí, no sé qué devendrá; el autor o el nominal sujeto que escribe será un espejismo de su propia poética, un símbolo agregado a una página en blanco, un farsante espantapájaros leyendo lo que escribió, un signo de lo que ya aconteció, como lugar de denominación. Eso me genera ya muchas dudas y temores, que, a pesar de todo, en esa fehaciente práctica, me divierte abordar.

 

Ahora que mencionas esta tensión entre el temor y la diversión, los «Poemas exhumados» me transmiten el cansancio del lenguaje, una fatiga de la creatividad que, en cierta forma, remite al proceso manual de la escritura; a la brillantez que no sirve sin diligencia. ¿Escribir es un deseo y, a la vez, un deber? ¿Cómo lo miras?

 

No creas que eso fue un producto arbitrario y lúdico. No. Ha habido una especie de deliberación y de riesgo por casi dos años en el proceso y tratamiento sobre qué hacer con la poesía; escribir, «intencionalmente» como cansado o en el estado de resaca que mencionas, ha sido muy difícil. Lo fue, justamente, para no caer en el panfleto o la burda parodia y tratar de mantener una neutralidad, que no deja de revelar esa farsa sobre la escritura, recurriendo al plagio, la copia, la imitación, la fragmentación; procesos textuales que también forman parte de la creación.

En cierta manera el juego también se convierte en una ley, en un pacto consensuado. A veces disfruto más creando y creando que corrigiendo y agobiándome con la formalidad de la obra para que consiga su resolución final, la cual no deja de ser una decisión sobre lo arbitrario, que rebusca el eterno brillo cansino de la perfección y la belleza. Esa puede ser mi ética personal a la hora de situarme frente al acto creativo.

 

¿El artista hace todo eso para alcanzar esa cansina perfección y belleza?

 

Lo hace todo para tratar de entender lo que no nos queda claro después de siglos y siglos en arte y poesía, para no aprender a mirarla en el rostro de un cuadro ni saber leerla en un poema. De qué ha servido todo eso. ¿Nos conforta lo que contemplamos? ¿Es realmente una percepción elevada? ¿Hay una cualidad extrínseca al objeto? ¿Hay un bien valorativo dentro de la obra? ¿Es lo sublime y lo inmanente lo que se consigue? Son interrogantes que ni tú ni yo podremos responder fehacientemente con la absoluta verdad, pero que lo inexplicable, lo fulgurante del arte y la poesía, ese arrobo misterioso que siempre te toca muy hondamente, puede mostrarse como si fuera un tiempo trasladado a otro espacio. No sé, quizá sea un tipo de conciencia paralela, un orbe distinto, un tipo de entidad o un leguaje que te secuestra.

 

En la presentación que tuvimos en El Cultural, declaraste que este libro es tal vez el más político que has hecho, al menos en cuando a manifestación explícita refiere.

 

Es político en cuanto al lenguaje y la cirrosis que se le hace desde el experimento hasta la formalidad de un texto. Una afrenta contra el principio de lo poético quizás, en un estudio posvanguardista, que tal vez sea lo más alejado de la poesía, con una morfología particular desde la negación del texto. Por eso el uso de los pliegos y la copia, el facsímil y el borrador de poesía, usando un poco las técnicas de la no-creatividad de Kenneth Goldsmith con el conceptualismo que siempre he seguido, el minimalismo y otras vertientes de vanguardia. Tal vez estos conceptos sean nuevos para la mayoría de la gente, pero ya se vienen aplicando como sistemas precreativos sobre el sentido y el uso de la literatura y la poesía en tiempos más actuales.

En una parte de los pliegos, también acuso al sistema editorial imperante, con unos estamentos que cuestionan el proceso del libro como un producto en específico del mercado, un objeto consumible. El sistema fomenta más literaturas homogéneas que marginales, similares y no singulares, cuestionables y no controversiales. Todo esto cuestiona el hecho del creador desde una pendiente que lo ironiza y lo convierte en otro proceso similar al de la poesía. Importa más ese proceso, su evaluación y procesamiento de información, su desmontaje de belleza y pericia poética; sobre todo, en un mundo como el de hoy, invadido por la tecnología, la presencia de las redes, el Internet, el código binario, la Inteligencia Artificial, los influencers y cualquier otra cosa semejante. Conscientes de todo esto, algo más singular y extraño que se le haga al lenguaje es para mí un total acto de política; y es hacer del acto creativo de la poesía un total acto de crítica y cuestionamiento también a sus elementos o contenidos.

 

¿Por qué el “no-autor” en vez del “autor anónimo”?

 

La anonimia consigna una presencia negada del autor renacentista o una presencia contra esa lógica aristotélica imperante, era algo muy usado en los textos medievales, en la literatura picaresca y la alquímica para ocultar la identidad de algunos autores que pensaban distinto a la escolástica y la teología dominante…

 

La autoría seguía siendo importante pese a la censura….

 

Claro, pero importa más la idea del texto y el ámbito de la interrogante y lo desconocido de las ideas por encima de la seguridad de los nombres. Aparte de eso, concebir un anonimato, hoy en día, sería algo absurdo y hasta romántico, entendiendo que todo el mundo hoy desea la bulla y la egolatría de sus nombres replicados en las redes, en sus post burlescos y negligentes en Facebook, Instagram, Twitter; como algo que leí por ahí, que los nuevos rebeldes serían aquellos que se silencian ante tanta estridencia tecnológica. Diría que eso solo sería como el brillo de un glamour y un espejismo que nos quita la vitalidad y nos vuelve anémicos o endémicos en esa repetición de lo que parecemos o aparentamos ser; los quince minutos de fama como lo diría Andy Warhol.

El no-autor, se presenta de una manera irónica, que ―ojo― no es una negación total como lo afirmaría Heidegger, sino una reafirmación de otros aspectos adyacentes, paradójicos o similares al concepto del autor que pueden ser análogos a la autoría, a otro proceso, y que parte de todo este juego conceptual sobre el concepto del escritor ya desde hace mucho tiempo aseverado y tratado. Desde El Quijote, las novelas-flujos como el Finnegan´s wake de James Joyce, Los ejercicios de estilo de Raymond Queneau, las novelas sobre el absurdo de Samuel Beckett, Walter Benjamín y su Libro de los pasajes, los diarios de Andy Warhol ―nuevamente mencionado―, La nueva novela de Juan Luis Martínez, o el ejemplo de Félix Feneon y sus Novelas de tres líneas, para citar algunos ejemplos del vasto grado de orientación sobre el autor ante el texto, su contexto, estructura y su responsabilidad ética o no, con el uso invariante y funcional de su lenguaje y la manera cómo se volvería un instrumento nuevo de expresividad.

 

¿El no-autor tiene relación con el “no-lugar” de Marc Augé? ¿De dónde viene el concepto?

 

No tanto. Me parece que el no-lugar se puede sujetar al concepto de la psicogeografía, la antropología, la deriva emocional con el lugar y el Situacionismo. Más bien, el no-autor es un neologismo que abarca más el desarrollo del concepto de Heidegger sobre el ser y no-ser, también desde la visión del no-autor de Goldsmith en contraposición a la figura del poeta-genio, como un simple fantoche escribiente del Romanticismo. Aquí el escritor es visto como un suceso del lenguaje y del texto, un simple procesador de información, un copista marginado, una anecdótica representación del nombre dentro del mundo de la escritura, como también una diatriba contra el objeto artístico de Hegel, como una metafísica cognitiva y dialéctica, presta a la dinámica social, valoración y una función normativa del bien estético y una función formadora en su sociedad. Es como una epistemología obligada sobre el sentir, incluso nos podemos poner irónicos y remitirnos hasta la frase de Shakespeare: «Ser o no ser», pero que aquí la cuestión válida es «no-ser para crear», quizá una paradoja o una dicotomía del sujeto y su acto de decir las cosas.

Tal vez estos pliegos se resisten a ser textos, y hay que ojearlos y mirarlos como una incomodidad del sentir y la expropiación del sentido sobre el texto y su finalidad posterior, como un proceso trunco para el estado del artista, hecho de errores y fragmentaciones, actos nimios y parajes minúsculos, bosquejos y aventuras temáticas.

Casi siempre es el goce estético el que prima en las irrisorias búsquedas de los artistas y los escritores, y me pregunto: ¿Eso no siempre ha sido la trampa de la enunciación y su volitivo énfasis de capturar la realidad? ¿El juego ditirámbico de hacer algo de lo similar una perfecta sincronía y metáfora de lo que no hay? No se ponen a pensar o replantearse sobre los esbozos, los bosquejos anteriores, los signos tachados en la hoja, los bocetos, las ideas primarias, que consisten, tal vez, en actos más válidos e importantes que la obra misma en su resolución final. Con Pliegos… he intentado ponerme del lado del otro extremo de la cuestión artística, en su extremo más radical y riesgoso; no desde la sublimidad y la belleza del objeto, su culminación expectante y contemplativa, más bien me he regocijado con el tránsito de algo que nunca estaba acabado del todo ni intenta estarlo; como una obra abierta y plural, que me discute lo que hago y reclama datos más precisos y elementos olvidados, mientras mira desde la otra orilla la absoluta arbitrariedad del signo en la obra como un estado más lingüístico, si se puede decir así.

 

En una parte del conjunto de pliegos, respondes a las formulaciones que hace Ulises Carrión sobre la metáfora y dices que prefieres llamar a las metáforas «ornatos suprasemánticos».

 

Pliegos marginales no deja de ser un texto casi parricida y autárquico, es una disolución hegemónica sobre lo existente y algo emancipado que no tiene un referente previo, y esos pliegos solo se criticarían a sí mismos, disolviéndose en ese pleito, ya que es su propia hipótesis, crítica y resolución, un tipo de texto autónomo. En ese pliego uso las afirmaciones de Ulises Carrión, que nos habla sobre la metáfora valida y creativa, vital para el proceso poético, un poco supeditado aún al concepto lógico aristotélico sobre la imitación, la sublimidad, y el uso semántico y fonético de las metáforas; es más una ironía, en el que tomo sus palabras y me burlo de ese acto, porque ningún poeta o ser humano puede decir fehacientemente qué es la poesía; solo puede sentirla o al menos intuirla, sin llegar a la parodia y el panfleto literario.

Lo que hago es devolver teoría con teoría, poesía con poesía, estructura con proceso, estética con fealdad; tal vez sea muy injusto, hermético y demasiado crítico o difuso en esos argumentos, pero casi todos los preceptos de Carrión son tratados desde una suerte de antipoética militante, desde una negación consentida entre ambos, como un dialogo entre dos poetas que nunca llegaron a conocerse y ni siquiera están en el texto mismo, sino en unas citas expropiadas y epitextos disfuncionales, fuera de un contexto, escritos en unos adminículos literarios al final de las páginas. Es como si fueran bagatelas teóricas colgadas desde una negación.

Con respecto a esa parte, el uso que hacemos de la metáfora hasta puede ser una retórica ya demasiado gastada, usadas hasta el cansancio, como las «kenningar» inglesas que Borges detallaba en sus estudios sobre poesía, metáforas de metáforas que ya dejaron de tener el mismo efecto y se pierden en su semántica usada por la pragmática y los contextos, y hasta ser prácticamente irresolubles en su entendimiento. Y por ahí iba más mi crítica y discusión, como «ornamentos o atavíos de significados», metáforas que ya no conectaban dos semas por su contigüidad o proximidad, entre dos contextos ambiguos y distintos, conectados por la imagen y la rúbrica retórica de la comparación.

 

En «Radiofonías», otro de los cuadernillos que conforman los pliegos, manifiestas que el color rojo de la letra en todo el conjunto se debe a que simboliza una suerte de resurrección del poeta en otro ser ajeno a su materia lingüística, un no-poeta.

 

Exacto, ese pliego de «Radiofonías» es exactamente un facsímil de lo real, puesto que se hizo para atender a la presentación del libro, tal y como estaba, usando una silla vacía en la presentación con sus dos presentadores; representaba la ausencia o la distancia del no-autor frente a su obra. Es más, no tendría por qué estar ahí, ya había una emisión radiofónica, dictada por una voz impropia y artificiosa que leía un manifiesto. Esta negación tiene sentido solo si realmente aún subsiste la poesía, está muerta o se ha escondido en un lugar que es inaccesible para la mayoría de la gente o está presente en cada ser. Y no estoy hablando de la poiesis y esa metafísica especulativa sobre el acto del lenguaje y el uso que se le hace para representar un tipo de contexto, sino del lugar de su ocurrencia, de su incipiente banalidad o crisis.

Hoy en día, los productos poéticos que se ejecutan, ¿son realmente poesía?, ¿o ya se perdió ese estado? Lautréamont decía que la poesía está en todos, tal vez democratizó el acto de lo poético, similar en todos, pero le abrogó la pérdida de un misterio indescifrable, una interrogante de dudosa evocación, una verdad imponderable que sentir; y Rimbaud lo remató diciendo que el «yo es otro», y Breton también hablaba que la poesía nos iba a liberar del juego del raciocinio y el feudo lógico.

Cada poeta tiene un concepto distinto sobre qué es el fenómeno de la poesía, y desde ahí, la poesía ha surgido más del novismo, el espectáculo mediático, con la circense parodia del autobombo, la tediosa cotidianeidad, el parafraseo coloquial y la expresión lingüística del desenfado juvenil; simples enunciados y palabras bien o mal ordenadas, pero muy pocos pueden decir que eso es poesía. Quizá sea una poeticidad del sufrido entorno, las quejicas de una pubertad insolente, o el psicologismo vago de una poética sobre el incómodo sentir, y demás cosas; claro que sí sucede, como en cualquier lugar y estado, pero poesía, ese es un lugar muy reservado para pocos. Y que, a las finales, no se trata del lenguaje o la palabra en sí, es todo lo contrario a ese sumario.

Ese color rojo era para mí una restitución de la vitalidad perdida del poeta. Ahora la poesía se escribe con pastillas y endorfinas, son medios virales, demagogias narcisistas y paquetes culturales heredados en cadenas infinitas. El ser de hoy en día ya no es el mismo que el de Nietzsche o Heidegger, incluso es tan distinta como el tipo de la Edad media o el del Imperio Romano. Cambian nuestros conceptos con la historicidad, tanto su moral como ética, somos fluctuantes y amorfos, pero la poesía puede ser la misma si se le sabe evocar debidamente, ha habido una metamorfosis en cada individuo, ya no somos los mismos que esas ideas que nos representan, y por ello también la poesía es otra cosa para esta generación, al menos desde su ubicuidad y morfología.

Quería establecer una presunción sobre el nuevo-artista, uno que devenga del ser neo-vanguardista, uno que desajuste los torrentes pasionales de la poesía por hipos y tartamudeos, uno que observe el periplo de la esterilidad y el vacío, sobre el juego de las formas y no su fin, que sea más afín a su constitución de ser posmoderno, actual o lo que sea, mirando al procesamiento del lenguaje que nos invade mucho más que hace doscientos años, con la Inteligencia Artificial, la implementación del código y la ingente cantidad de datos e información, que incluso nos hace la tarea de la creatividad; pero no es la resolución de la problemática sobre el arte y la poesía, ya que sigue siendo la misma discusión sobre el artificio y la metáfora, siendo invadidos hoy de una cultura eminentemente visual y un lenguaje persuasivo por todos lados. Para mí es más importante lo que se le hace a ese tipo de lenguaje que lo que puedes decir temáticamente y técnicamente en una novela, en un poema o en cualquier otro objeto artístico. Siento que el proceso revalúa lo que es el ser humano en ese camino, esa mística de la fascinación sobre el error, esas experiencias sensoriales alrededor de lo que nunca vimos en un objeto, desde ese no-autor o no-poeta. Podemos virar desde ahí hacia una nueva mirada de este no-poeta y auscultar más que su realidad, podemos ver los instrumentos y materiales que debe cuestionar.

 

Si mal recuerdo, Willard Díaz se refirió a ti, en una reseña, como una especie arequipeña de Oulipo de un solo hombre. ¿Te agrada ese apelativo?

 

Sin caer en vanidad, por ahí también alguna amistad me dijo que soy como una especie de César Aira o el hombre orquesta que toca su sordina; buenos apelativos, epítetos y denominaciones siempre te los van a poner; y no me importan. En el caso de Willard no me molesta para nada, es mi amigo y le tengo mucho aprecio, va más por una ironía, ni tampoco me molestaría por otro que puede llegar por ahí. Todo pasa también porque mi escritura ha sido como camaleónica, como un lagarto que se ha pegado a la piedra y se ha adaptado a contextos y formatos, quizás por eso subsiste, ante otras poéticas contemporáneas de mi generación que ya han dejado de acontecer.

Ahora que lo mencionas, he explorado en diversas vertientes literarias y artísticas, corrientes vanguardistas; e investigado y leído mucho más de lo que puedo escribir. Y en mi caso, solo me he valido de tres recursos a lo largo de esta vida escritural para enfrentar la literatura, la cual no es un ejercicio para conseguir un diploma ni halagos, ni ganar un premio copiando poéticas, ni un oficio o una profesión asalariada. Lo he hecho gracias al pulso firme de la lucidez, la pasión y la intuición.

 

Bueno, Heiner, debemos concluir. Pero antes, debo admitir que tu obra siempre me ha parecido algo excéntrica desde que un amigo mío me prestó tus libros. Sin embargo, creo que es tu toque personal. Pienso que el arte conceptual puede ser dos cosas: una sobrecarga de absurdo que solo intenta llamar la atención o una confesión que sintetiza el concepto mismo de la trayectoria del autor; es decir, de su obra. Eso último es lo que aprecio más de este libro-objeto. ¿Tú cómo defines el conceptualismo?

 

No quisiera redundar en lo teórico, pero hay que tener en cuenta que la revuelta de lo conceptual consiste en recapacitar sobre lo abstracto de la idea originaria, y que siempre se opuso contra el formalismo de la obra (fondo y forma) para los honoríficos y glorificados críticos del arte y de la poesía. Hasta hoy en día se sigue discutiendo el objeto encontrado de Marcel Duchamp, con el mingitorio invertido; si eso es arte o no, eso no tiene discusión. Nunca lo fue, creo yo; es más, Duchamp nunca las vio así, sino que para él sus objetos eran poemas y poesías del azar encontrado, sea dadaísta o surrealista. Hace siglos que nos venimos riendo de lo tendencioso del fenómeno artístico y de las viejas escuelas y academias que quieres hacer de lo inmanente o lo maravilloso: una botella de plástico reciclable con sus argumentos y teorías.

Te recuerdo que la risa estrafalaria de Alfred Jarry es más vital que cualquier fórmula, que el estridente ruido de la poesía de Rimbaud marcó el sesgo de lo moderno en el individuo, y pasa lo mismo con el absurdo ateísta e hímnico de Lautréamont, que hubiera pasado por un loco o un excéntrico como tú lo llamas. Siempre los poetas y los artistas hemos sido la expiación de esa moral conservadora que muchos consignan y que se resisten a cambiar por la dinámica social, somos los castigados y los decadentes, los raros y lo singulares, los dementes y los incomprendidos, pero nadie nos puede quitar la mirada de la anticipación, del desdén profetizado.

Con respecto al «arte conceptual» más contemporáneo, esa es una etiqueta engañosa del mercado y las galerías de arte que inventaron una artificiosa demanda de objetos y un sistema de valoraciones para ser compradas a cifras irritantes como estratosféricas. Era su bolsa de valores, puesto que el verdadero arte, el de los maestros, eran objetos intangibles y museísticos, especulando en un tipo de arte bluff,. No niego que haya buenos artistas conceptuales, que los hay claro que sí, pero los más interesantes han sido los que han trabajado con el material del lenguaje a nivel plástico y teórico, y te puedo mencionar a Sol LeWitt, Lawrence Weiner, Ana Mendieta, Luis Camnitzer, Maurizio Catelan, Yves Klein, en el que importa más su lado de lingüística o mensaje, como lo hacía referenciar la obra de Joseph Kosuth con la silla, quizá hasta del código del que se vale, esa es una problemática tan vieja como el arte mismo y que, quizá, nos habla más de la poética del espacio y el tratamiento usado que otra cosa, de las ideas que generan otras ideas. En el mundo del arte tú miras hacia el suelo, te rascas el ombligo y levantas la mirada, y todo te va a parecer artístico, y pasa que las ideas se agotan también y se repiten, como que la poesía también se puede cansar o parecer otra cosa ante ojos indignos que no saben leerla, eso tal vez sea la cuestión del arte conceptual contemporáneo.

 

¿Qué sigue ahora? ¿Qué preparas para la siguiente etapa después de Pliegos…?

 

Hay muchos proyectos. Ahora el proyecto más cercano que se viene es un monumental libro sobre cine, tal vez el más ambicioso dentro de la historia de la literatura arequipeña, un compendio de mis comentarios sobre cine. Siempre por cada libro que escribo hay como diez que aparecen tras bambalinas y se acercan, y no sé cómo me llegan. Y también, ahora, me centraré más en la posibilidad del relato, le daré más espacio a la narrativa, donde actualmente vengo desarrollando un segundo libro de cuentos y tengo el proyecto, aún en desarrollo, de tres novelas, también en el género del ensayo con dos libros a cuestas y ya muy desarrollados: uno sobre el surrealismo y otro sobre poetas peruanos poco valorados o mencionados en la poesía peruana del siglo XX. Tengo también un texto sobre microteatros. En poesía también tengo muchos libros inéditos, ya veré qué les hago en el transcurso del tiempo, y no sé, tal vez terminé escribiendo guías telefónicas, tesis para estudiantes, manuales de comportamiento para señoritas de internados, un recetario de comida, me gusta mucho también la tentación del fracaso, triunfar aun sabiendo que pude fracasar en el intento.

 

 

 

14 de mayo del 2024






[1] Heiner Valdivia (Arequipa, 1978). Es poeta, narrador, ensayista y crítico de cine. Ha publicado los libros de poesía: Vesperia (2004), El denario habitual (2013), Eklosión (2015), el tríptico de libros: Terapias y diagnósticos del Dr. Petrus Carmichael (2016), Anticéfalos (2017), Voluptas Mystica (2018), el libro de microrrelatos, Insectario Doméstico (2018), la muestra de poesía visual Paragrafias (2019), el libro-filme en homenaje al escritor francés Jean Genet, Cuerpo confinado (2020), el libro virtual 75 Haikus (2020), el libro de ensayos Cine y poesía. Ensayos sobre la función y el espacio de lo poético en el cine (2020), ganador del concurso: Fondos Concursables Plan ‘El Regreso’, el libro La plaga coronada y otros cuentos (2021), seguido de Breviario poético (2022), Palimpsestos (2022), El silencio (2023) y su más reciente texto experimental Pliegos Marginales (2023). Ha colaborado en las revistas Espinela, Poetika, Gabinete Mabuse, Quehacer y otras revistas del medio local.

viernes, 17 de mayo de 2024

Augusto Carrasco. Desafiarse a uno mismo, despedirse de uno mismo

 


DESAFIARSE A UNO MISMO, DESPEDIRSE DE UNO MISMO

 

[Entrevista a Augusto Carrasco[1]
sobre su libro R. D.]

 

Por Edward Álvarez Yucra

 






¿Cómo definirías tu poesía? Me resulta curiosa esa forma tan sutil que tienes de enlazar imágenes simples e introducir referentes tan concretos y reales de Arequipa.

 

Me parece una tremenda falta de geometría y teología la pregunta. Pero, como soy asimétrico y ateo, responderé que mi poesía es rocoto relleno, es Fluxus, es Huayco E.P.S., es Neobarroco, es Popular, es Chichiste, es compartir empanada de camote en una playa de Punta de Bombón, a las cuatro de la tarde, con la mujer que amas.

            Sobre tu comentario, lo agradezco y autorizo.

 

Me siento viejo cuando escucho cosas referentes a Chichiste, pero al pensar en acontecimientos como el Arequipazo, se me pasa. Tocas ese hecho histórico en este libro, pero sin caer en propagandas ni panfletos, ¿cómo te cuidas de no caer en despropósitos así?

 

En primer término, el compromiso es con la palabra, el insumo básico del poema. Trabajando la palabra se puede hablar de lo que sea sin caer en chauvinismos. Cuando escribo hago que mis personajes existan en un contexto determinado, el contexto muestra, habla, señala. Los personajes interactúan con él, están inmersos en el contexto, así como César está inmerso en el poder, como Hinostroza en la palabra. Entonces digitar el contexto es como pintar un escenario, es la base del poema. Sobre esa base se colocan los personajes que prestan sus voces para construir la ficción. Pero el escenario, es decir, el contexto, no es ficción, es lo real. Entonces los personajes no necesitan denunciar nada, los personajes viven sus aventuras, luchan sus batallas, celebran sus victorias y velan sus derrotas. Tienen una dignidad vital. Cuando los muestro dentro del contexto es el lector el que genera una relación entre contexto/personaje. Allí se produce la reflexión sobre el hecho histórico. Ese es el modo simple en que puedo explicar el proceso que sigo para hablar de ciertos temas.

 

En la «Última nota del editor» se menciona que el título inicial era Romántica Despedida, pero al final fue cambiado por R. D. ¿A qué se debe esta abreviación en siglas? ¿Por qué preferiste lo uno en lugar de lo otro?

 

Oh sí, por vergüenza, por supuesto. Mi editor dijo: es un título muy cursi. Y efectivamente lo es. Así que me propuso cambiarlo. Pero esquivé esa katana. Porque tengo un fuerte compromiso con ese título, verás, para el Augusto Carrasco del 2008 es un statement: ese título significó despedirse de todo lo que había escrito hasta ese momento, y estoy hablando de buenos años de escritura. ¿Y para qué? Para comenzar de cero, bajo la premisa de intentar una vanguardia. Romántica Despedida significaba esa decisión que me llevó a escribir todo esto. Así que honré ese compromiso bajo la forma de siglas: R. D. y mi editor estuvo contento, y, ciertamente, yo también.

 

¿Qué tipo de despedida es esta? ¿Cómo se siente?

 

Como te comenté, para el Arbusto Carrasco del 2008 simbólicamente significaba decirle adiós al romance con la escritura juvenil que desarrollaba en ese entonces. Le dije chau a eso y le di la bienvenida a una madurez técnica y conceptual. Cuando eres joven cuesta despedirte de tus garabatos, de tus monstritos. Por eso es importante el título.

 

Hay bastantes citas en tus poemas. ¿De dónde viene la necesidad de aludir a diversos escritores y pensadores que, incluso, no pertenecen al ámbito de la poesía? ¿Crees que es la forma de encontrar la originalidad en la escritura actual? 

 

Luis Hernández tiene un poema chiquito que dice: «una forma / de escribir poesía / es vivir epigrafiando». Creo que algo así me pasa, porque siempre que hablo estoy citando. Y cuando escribo también aparecen las citas, aparecen palabras de otras personas que hacen más poderoso el texto. Obras veces elijo yo colocar algunas referencias a otros creadores para mantenerlos con vida, como un homenaje. Y no solo estoy haciendo pases a escritores, sino que hay múltiples referencias a músicos, artistas, académicos, gente de barrio, amigos, etc. Más allá de las citas puras, pienso que R. D. es un dispositivo que presenta gran cantidad de intertextos que están allí para ser activados por los curiosos y los atentos. Es como un juego, pero también como un reto. Me gusta generar ese entramado intertextual. Espero que un día alguien lo resuelva. 


¿Te gusta desafiar al lector? ¿La poesía busca ponerlo a prueba siempre?

 

Más que desafiar al lector, me gusta desafiarme a mí. Cuando escribo, pienso, en primer término, en mí. En lo que quiero decir versus lo que debo decir. Así es que comienzo con una escritura simple que luego voy recorriendo y ensanchando, rediseñando y extendiendo. Eso avanza de acuerdo a la investigación, que es necesaria, porque siempre parto de un concepto. ¡Sí, caramba! Me gusta el concepto, así como el api y los legos. Claro, hay un trabajo detrás siempre y yo agradezco a los lectores curiosos que se dejan sorprender por el artefacto que les pongo, y se emocionan con su funcionamiento y encuentran más atajos y huevos de pascua que los que dejé inicialmente.

                          

La flor, la rosa en especial, figura constantemente en ciertos poemas. Y esto está más que presente en la sección que abre el libro: «El humo de la rosa». Me resulta curioso que una cosa tan bella viva entre tanta precariedad. ¿Qué representa para ti esta flor?

 

Y claro, tienes toda la razón, es la representación de la destrucción. En un inicio surgió ese título: «El humo de la rosa» como esta imagen de lo que queda luego de la combustión, y eso es lo que yo quería representar para hablar de mi país, ese humo que se ve a lo lejos, ese humo luego de que se ha quemado todo. Porque eso siento que fueron la conquista, y la guerra con Chile, y el conflicto armado interno: incendios que arrasaron con todo. Y lo que yo veo que ha quedado es solo el humo, el humo de la rosa. En el libro juego con dos flores: la retama y la rosa. La retama para representar a las víctimas de las diversas violencias en nuestro país, partiendo del huayno del maestro Dolorier. La rosa apelando a la vida, a lo que está vivo y crece y late fuerte en cada pecho. En «El humo de la rosa», evidentemente, todo esto ya no existe, así como la sandía que el leñador partió en dos.





Y así como la rosa incurre en desencanto, ¿dirías que pasa lo mismo con el tema del amor? «En 1992 invadí un terrenito al lado de su corazón» tiene un poco de eso. El amor tose, sonríe y tiene una mirada infame.

 

Claro, es que este libro, como te comenté, habla de la violencia en diversas formas. Y una de ellas es la precariedad. Que está presente en todo el libro ya que los personajes se ubican en el margen. La sección que comentas es la más tierna, para mí, porque el personaje principal es un escolar que relata su experiencia con el amor, un amor destrozado por el mismo estado. Seguro te diste cuenta, pero la portada del libro sale de esta sección.




«Poema olvidado en una sala de espera» toca un tema que puede ser desgarrador si pensamos en el dolor que abunda en los hospitales o centros de salud. La agonía, la lucha por la vida en estos lugares, despierta diferentes sensaciones. Particularmente, ¿qué buscabas tratar en esta sección? ¿Qué sensaciones encontraste al escribirla?

 

Es eso que mencionas. Cada sección del libro aborda un horizonte de conflicto, de violencia. Este libro habla de eso, de la violencia. Y esta sección que mencionas se desarrolla en un Centro de salud, del Minsa, y es un prisma de diferentes experiencias que enfrenta a los enfermos con los sanadores: la enfermedad versus la cura en el contexto de lo que se conoce como realidad nacional. ¿Existe una cura? Yo veo puro delirio. Y delirio. Desde los pacientes que esperan su turno, impacientes, hasta las pesadillas de quienes sufren por fiebre, pasando por el romance de un doctor y una enfermera en el Tópico. Delirio. Yo veo puro delirio.

 

Y esto invoca a González Prada, con su famosa metáfora del organismo enfermo y ese pus que sale si lo tocan. Si bien no hay una cura, ¿no existe algún tratamiento para sobrellevar mejor esta enfermedad? ¿La poesía es parte de ese tratamiento?

 

No sé si la poesía sea parte de algún tratamiento. A lo mejor la poesía nos hace más felices, al menos esa es mi experiencia. Pero nuestro país tiene mucho trabajo que hacer si desea intentar una cura. Más allá de las ficciones, que son importantes, hay un trabajo urgente con la transformación de lo real que tenemos a mano.

 

En esta misma sección, hay una fotografía de una enfermera que antecede su apertura ¿De dónde proviene? ¿Es la Lic. Juana de los poemas?

 

Una de las imágenes que desde niño rondan mi cabeza cada vez que se habla de establecimientos de salud es el cartel de una enfermera pidiendo silencio. Por algún motivo ese cartel me impactó desde niño. Es un cartel noventero y es importante para el contexto del discurso del libro que transcurre desde los ochentas hasta el 2002, siento que era importante la representación del aparato del estado silenciando a la gente. También está el detalle del parche del uniforme de la enfermera, que enlaza a un poema de la sección de «Anexos». En esta triangulación se activa el concepto final de la introducción de esa imagen.

 

«Los esqueletos salvajes» hace giño al título de una famosa novela de Roberto Bolaño. ¿Hay una admiración especial ante él? ¿Qué te parece Bolaño?

 

Oh sí, definitivamente. Yo siento que Bolaño es un padre. Me gustaría considerarlo un buen amigo, pero el respeto es tan grande que lo veo en términos paternales. Si algún psicoanalista está leyendo esto seguro comenzó a salivar [risas]. El episodio que mencionas, el más lisérgico y urbano del texto, es de mis favoritos. Tanto así que llegué a publicarlo solito, como una plaqueta en 2014.

 

¿Por qué decidiste finalizar con esta sección?

 

           Y bueno, no lo sé, creo que inicialmente el libro abría con esta sección. Pero quién soy yo para decirle a un esqueleto salvaje dónde ubicarse, Dios me libre. Por eso terminó allí, que es donde le gusta estar. Y es todo lo que tengo que decir sobre eso.

 

 

 

4 de mayo del 2024







[1] Augusto Carrasco (Arequipa, 1985). Entre los años 2005 y 2010 publicó un fanzine llamado El pasto verde y pintó grafitis bajo el pseudónimo de JeBA. En 2006 fue incluido en la antología 19 poetas peruanos. La invención de una generación, realizada por Miguel Idelfonso y publicada en el sitio web de Lapsus Collage Editorial. En 2013 obtuvo una mención honrosa en la XVI Bienal de Poesía Copé del Perú con la obra titulada El humo de la rosa, que se convirtió en una sección de R. D. (2022). En 2018 fue incluido en la antología País imaginario. Escrituras y transtexturas. Poesía Latinoamericana 1980-1992, realizada por Maurizio Medo y publicada por Ediciones Ay del Seis, en España. Ha publicado los libros Compañeros de viaje (2008), Documentos IBM (2009), Poetas perdidos en 1985 (2010), Parabens (2013), Los esqueletos salvajes (2013) y Charchasugas (2015). Actualmente dirige dos colecciones de poesía, elabora una tesis y maneja bicicleta. Entre sus logros más recientes destaca haber aprendido a decir «no».

martes, 14 de mayo de 2024

Reseña sobre «Todos somos estrellas» de Patricia Wiesse Risso

 



TODOS SOMOS ESTRELLAS

 

 

 

Título de la cinta: Todos somos estrellas

Género: Documental

Directora: Patricia Wiesse Risso

Año de estreno: 2017

 

 

Por Edward Álvarez Yucra[1]

 

 


Todos somos estrellas (2017)[2]

 

El documental de Patricia Wiesse Risso todavía se muestra rescatable entre las producciones del cine nacional. Vale la pena mencionar su estreno en el Vigésimo primer Festival de Cine de Lima (2017), su reconocimiento al ganar el primer lugar en el Octavo Festival de Cine de Cusco, CINESUYU (2018) y la proyección que tuvo en Arequipa el 17 de enero del 2020, donde recibió buena acogida. Todos somos estrellas trae a escena una figura desolada, sumida en aflicciones, pero consciente de la naturaleza que adoptan en su vida. Felipe Degregori, hermano del reconocido antropólogo Carlos Iván Degregori, protagoniza el largometraje para abrir las puertas de su ser, compartir los espacios de su morada y las profusas facetas de su historia. Claramente, no se trata de un testimonio quejumbroso, tampoco de uno que se jacte de sobreponerse al mar de tribulaciones. Por el contrario, el film consigue ahondar en la oquedad más profunda del exdirector cinematográfico.

La cinta inicia con las memorias del hermano, fallecido en el 2011; su presencia bifurca la nostalgia por los pasajes familiares. Anécdotas, fotografías, poemas; los recuerdos se funden con la precariedad del domicilio. La sombra que cubre el pensamiento de Felipe cobra brío con el color ocre de las paredes desgastadas, las cajas empolvadas y demás objetos entorno al desorden. Cada habitación da cuenta de un deterioro constante, quizá reflejo de sus cavilaciones. Asimismo, conocemos parte de su obra, el aprecio latente hacia films como Abisa a los compañeros (1980), Todos somos estrellas (1993) y Translatina (2010), converge con visiones de un pasado tan confortante como inestable. A través de ellos, se hace presente su sensibilidad, las circunstancias de sus proyectos muestran una versión distinta de sí mismo.

Degregori habita un aislamiento, asfixiante a decir de cualquiera, pero conforme con las expectativas de su realidad. Su condición no pasa por alto la compañía de sus vecinos o amigos de barrio, pasar el tiempo con alguien se asemeja a un acto antropofágico, si es que no vampírico: beber de horas ajenas para revitalizarse, sin perder de vista que se trata de un acto recíproco. Charlar un rato en casa, salir a un bar o caminar por la calle signan el pacto. Los planos consiguen una efusión resaltable gracias a la música de fondo, nos sumerge, con melodías afines al jazz, en la urbanidad cotidiana.

Además, la cámara acierta en este tipo de escenas, nos pone en la óptica de una persona más, algo ávida y curiosa por las conversaciones del grupo, como quién se acerca paulatinamente a una reunión de desconocidos para echar un vistazo. No es de sorprender este ángulo, una de las mayores virtudes de todo documental radica en penetrar al fondo del asunta. Es casi normal sentir que avanzamos por espacios íntimos, incluso, por rincones donde ronda la tentación al suicidio.

 

Fragmento fotográfico[3]

 

«Lo que se llama una razón para vivir es, al mismo tiempo, una excelente razón para morir», apunta Albert Camus en El mito de Sísifo (1942). Lo cierto es que nuestro protagonista reserva el deceso como una de sus opciones, llegue a él espontáneamente o por obra suya. Los lazos exteriores parecen asolados, sin remedio alguno; renunciar al amor ―entre sus declaraciones― lo resigna no tanto a la ausencia de los seres queridos, cuanto más a la de un nuevo porvenir. Su homosexualidad lo sitúa en un entramado de lontananzas, no adolece de confusiones propias, pero es consciente de las tensiones que acarrean manifestaciones así en la sociedad tema relevante en Translatina. Las razones para reanimarse van extinguiéndose y están reflejadas en una litografía pegada a la pared, consumida poco a poco por las termitas.

La imagen de quién fue una promesa para el cine peruano, aquel que retrató uno de los momentos exorbitantes de violencia política en su ópera prima, ahora mora cerca al Rímac con la ironía de ser una estrella, como todos los actores de la vida ―si usamos la metáfora calderoniana, mientras forma parte de la comedia humana. Este énfasis dramático, o artificio balzaquiano, cala con creces en la producción que lo llevó a la banca rota: Todos somos estrellas. Así, fulge sin agitación ni premura por resistirse a su papel, simplemente luce el lado indeleble de toda persona. He ahí el acierto en el título, por parte de Wiesse Risso, para resumir la ironía del ser, y más precisamente, la del hermano que prevaleció a espaldas del célebre intelectual Carlos Iván Degregori.

 

 

Fragmento fotográfico[4]



[1] Es Bachiller en Literatura y Lingüística por la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa y director de la revista Nuveliel. Obtuvo el primer lugar en los Juegos Florales de la misma universidad en la categoría de Ensayo (2018). Ha participado como ponente en diversos eventos académicos tanto a nivel nacional como internacional. Asimismo, ha colaborado con ensayos y reseñas en diferentes revistas y plataformas virtuales. Actualmente cursa la Maestría en Humanidades de la Universidad Católica San Pablo.

[2] Imagen recuperada de: https://www.filmaffinity.com/es/film787653.html

[3] Imagen recuperada de: https://www.culturacusco.gob.pe/noticia/imagen/este-viernes-26-de-marzocinesuyu-contigo-en-casapresentara-el-documental-todos-somos-estrellas/

[4] Imagen recuperada de: https://lum.cultura.pe/actividades/documental-todos-somos-estrellas

Valeria Montes Pastor. Mariposa nocturna entre grietas y memoria

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