TRES POEMAS
DE
PARAÍSO TROPICAL ANDINO[1]
Jorge
Alejandro Ccoyllurpuma [2]
Amaru
alado
Que
pervivan
los
toros
sobre
el tejado.
Caracol,
amigo de la lluvia
hacedor
de vientos.
Eres
jardinero
de
las flores más tiernas.
Eres
el guardián de las estrellas
que
teje su huella detenida
con
fibras de aurora boreal.
Eres
la flecha
de
un soldado del tiempo.
Chofer
de un castillo de cristal
o
un jinete
intergaláctico.
Eres
el pez que nada
en
el lodo denso
de
mi pecho.
La
insignia
del
banquero niño,
del
amante niño,
del
colibrí niño,
del
zurriago niño.
Eres
el pegaso,
el
unicornio,
el
amaru alado
que
nace
de
las tardes de eclipse
o
cuando rebota el balón.
El
fantástico mar al revés (fragmento)
Estoy
feliz.
Mis
vértebras se entrechocan fosforeciendo
y
producen destellos.
Mis
vértebras son las teclas de un sintetizador
que
a veces las flores se detienen
a
oír.
Mis
hombros se encienden como si contuvieran
el
cristal líquido y brillante de las luciérnagas
de
los peces abisales.
Se
encienden mis costillas.
Y
mis caderas marcan el ritmo con el que se
menean
los astros.
Estoy
tan feliz que toso y tosiendo se me escurre
un
listón de papel como flema por la boca.
Lleva
escrito:
«Los
que desechan las flores son incapaces de ver».
Será
por eso que se me han caído
los
ojos al mar.
Y
lo he descubierto todo, otra vez, sin ojos.
Me
gusta arrancar dolorosamente las flores que
me
crecen en el pecho y entregarlas.
En
mi pecho crecen flores, campos inmensos de
flores.
De
mi pecho crecen flores que arranco y que
alcanzan
para todos los seres del mundo de abajo,
de
aquí y de arriba.
En
mi pecho crecen flores que arranco para los
que
tienen mocos, para los que tienen muñones,
para
los que tienen nieve o espuma.
¿No
sería cruel negar las flores que crecen de mi
pecho?
Es
verano en Lima,
pero
el bus retorna.
Y
la corona de sudor que me adornaba el cráneo
se
vuelve un matorral pútrido de espinas.
Mis
vértebras tiritan, se desgastan y se apagan.
Mis
hombros tiritan, se desgastan y se apagan.
Mis
costillas se esconden.
Se
han apagado las estrellas.
Confundidos,
los barcos navegan en el cielo
despliegan
tristes sus velas sus turbinas sus rayos
láser.
Ojalá
un pescador me hubiera dicho: «El principal
misterio
se encuentra en el punto exacto donde el
Sol
apenas toca el Mar en el horizonte».
Quisiera
que ese mismo pescador me hubiera
dicho
también: «La única manera de develar
ese
glorioso misterio es bajar despacio el short
de
un muchacho. Solo así —quisiera que continúe
el
pescador— o llegando al horizonte en el
momento
exacto en que el Sol apenas toca el Mar,
se
descubre la lógica que se repite en el rotar de
las
estrellas y en la vida de los seres diminutos».
Sin
embargo, el pescador me ha dicho:
«Se
me ha muerto mi familia».
Y
se ha reído, borracho.
Quisiera
escribir un poema ultramoderno, ultrajoven,
sobre
un reloj de plástico verde limón, con
los
pies repletos de arena.
Y
recordar, cada vez que lea ese poema,
el
dolor del hombre de la playa.
Un
poema ultramoderno y saludable
que
nos cure
cuando
levante la voz de su conjuro.
(…)
Santiago
de Chile
Eres
un ramo absoluto de flores
donde
las flores siguen la lógica de los pájaros.
Porque,
Chile,
eres
un rayo de Sol
una
palabra que se susurra
un
monumento de madera y sangre
y
un joven llamado Marco
que
es la representación de todo lo que se dispara
en
el mundo
o
el mito sobre el mito que ya no existe
o
un buque de niebla que cubre las playas más
cuicas
o pitucas de Viña del Mar.
Las
nubes rajadas por la luz
me
revelan que:
aquí
se disparan con hondas los autos.
Aquí
los policías golpean con su armadura
de
robot.
Aquí
todo se ha intercambiado por dinero:
desde
las bases espaciales hasta el furor del agua y
los
pupitres.
Sin
embargo, mis ojos hambrientos me cuentan
otra
historia:
Que
hay cumbia.
Que
hay guasos.
E
inacabables edificios de cristal.
Créeme
cuando te digo que eres un ramo
absoluto
de flores
donde
la floración sigue la lógica de los pájaros.
Pero
óyeme también cuando te digo, Chile
que
Marco debe buscar en los resquicios de su
cerebro,
de sus átomos
porque
se está aprendiendo, otra vez, a escuchar
el
crepitar de la madera sobre el fuego, el andar de
las
lombrices, los idiomas.
Y
sin embargo a mí, que vengo del color y la estridencia,
tu
joven Marco, Chile, me ha enseñado
a
estar cómodo sobre este suelo que, al fin y al
cabo,
compartimos.
He
levitado sobre tu arena, Chile
se
han desbandado mis ojos sobre tus grafitis
he
reclamado las banderas que se hacen harapos
en
tus astas
he
roto tu ley y he tomado alcohol después de las
3
de la mañana y así
he
hablado en quechua con un hombre rapa nui
que
me ha respondido en Vānaŋa Rapa Nui.
No
había reparado, entonces, en mi propia muerte,
que
es también un poco la muerte del Sol, un
poco
la muerte de las piedras de Machupicchu.
No
había reparado, entonces, en mi corazón enloquecido
porque
un guerrero mapuche le hablaba
a
la Luna y la trataba como a su amante.
Porque
mi corazón, que aún es niño, se sabe
volver
cruel de tanto ruido
de
tanto miedo
de
tanto exceso.
Pero,
pitaq nin llapanmi tukusqa nispa?, nuqa sunquyta
mast’anchaq hamuni[3].
[1] Textos tomados del poemario Paraíso tropical andino. Lima:
Pesopluma, 2023, pp. 9-10, 25-27 y 61-63.
[2] Es un poeta, traductor, músico y
empresario. Nacido en Cusco, estudió Literatura y Lingüística en la UNSA de
Arequipa, donde fue parte del Grupo editorial Dragostea. Publicó poesía,
cuentos, novelas y traducciones desde temprana edad. Actualmente, reside entre
Perú y Sudáfrica, y su empresa, Chiri Uchu TXT, se dedica a la traducción
literaria en los idiomas originarios del Sur del Mundo. Además, es músico
experimental bajo el nombre de Ishishcha y fue parte de las bandas Chintatá,
Killa Waynas del Perú y Willka Sonqo Taki.
[3]
No todo está consumado, aún me queda corazón.