miércoles, 24 de julio de 2024

Alfredo Herrera Flores. Fragilidad y esperanza

 


FRAGILIDAD Y ESPERANZA

 

[Entrevista a Alfredo Herrera Flores[1]
sobre su libro Las alas de la libélula]

 

 

Por Edward Álvarez Yucra

 



 


Aproximadamente, ¿cuánto tiempo ha tomado escribir Las alas de la libélula? ¿De dónde provienen las ideas que nutren esta primera novela?

 

Tal vez unos dos o dos años y medio; sin embargo, algunos de los temas, personajes o circunstancias de la novela han ido dando vueltas desde hace varios años atrás, hasta que encajaron o tomaron la forma que yo esperaba. Uno de los hechos más concretos es un atentado a una radioemisora en Puno, en los años finales del siglo pasado; ese suceso servía para una historia, pero nunca puede concretarla; otro suceso fue el tema histórico del proceso de independencia. Finalmente, al tejer las historias, ya con la convicción de escribir esas historias, la novela fue tomando forma, hasta que decidí terminarla.

 

¿Le parece que ha escrito una novela histórica?

 

No es una novela histórica. Hay escenas o situaciones con personajes ficticios en épocas históricas. Esos datos son solo eso, datos, referencias, no hay información científica o académica, ni menos una interpretación de aquellos sucesos. Creo que es importante tener en cuenta algunas etapas de nuestra historia, como parte del ejercicio de la memoria colectiva para entendernos como sociedad.

 

 

Tres historias se alternan a lo largo de la obra y se distribuyen en tres capítulos. Cada una con su respectiva peculiaridad, pero la más diferente es la que se narra en primera persona. Me refiero al personaje masculino que monologa y reflexiona constantemente sobre conceptos complejos y filosóficos. ¿Por qué vio la necesidad de introducir su historia en la novela?

 

El arte, en general, y la literatura, en particular, son una extraordinaria excusa para que el autor exprese sus propias cavilaciones, o ponga en boca de sus personajes aquellas que quiere debatir o combatir. Ese personaje resultó ideal para que yo pueda reflexionar sobre algunos temas que son transversales a las otras historias: la violencia, los ideales de libertad, la ambición personal o la fragilidad del amor. Es cierto que podría entenderse como un personaje cercano al autor, pero en realidad, todos los personajes tienen algo de su autor, o su creador.

 

Es curioso, este personaje tiene tintes de la novela psicológica, la novela existencial, los relatos epifánicos y la narrativa moderna que se concentra en la introspección o el monólogo interior. ¿Hay autores o lecturas específicas que lo hayan orientado en la construcción de este personaje?

 

Gran parte de la novela existencialista de mitad del siglo anterior y las posteriores corrientes literarias han incluido estos recursos o técnicas narrativas, va ser difícil deshacernos fácilmente de esos aportes. Tengo autores y lecturas que han influido o autores y lecturas de las que se ha aprendido estas técnicas, pero no sé si las han orientado a la manera como mi personaje asume sus reflexiones. A veces los autores no nos hacemos totalmente responsables de lo que pasa con nuestros personajes. Juan Carlos Onetti sea tal vez el autor más influyente en ese sentido.

 

Hay un pasaje en el que uno de los personajes femeninos es descrito como una persona que piensa en quechua, pero habla en español. ¿Cómo ve esta condición mestiza en un sentido cultural?

 

Es interesante su lectura respecto a este personaje. Es simbólico, como muchos otros, el cura que se une a la causa independentista, por ejemplo, o la mujer que tiene un hijo de un español y una hija de un indio, sin que eso se explique. La novela es también un mecanismo para interpretar nuestra realidad, las condiciones en las que nuestra sociedad enfrenta su propia historia. Cuando un personaje refleja una de estas condiciones es el lector quien hace el ejercicio de interpretación, que puede ser, incluso, diferente a la intención del autor. No nos debe extrañar una interpretación de cada personaje o de pasajes de la novela, pero sí debemos hacer esfuerzos por interpretarlos y aplicar, posibles lecciones a nuestra realidad. En varias ocasiones se ha explicado que, entre las causas de nuestra difícil convivencia social, como país, está la distancia cultural que hay entre nosotros mismos, la negación del otro, la exclusión y el centralismo, y al parecer nadie podría escribir una novela ambientada en el Perú en la que no visibilice uno de estos males.

 

Esta negación del otro, que menciona, me hace pensar en nuestra condición heterogénea y las dificultades de una conciliación entre culturas. ¿Las alas de la libélula son tan frágiles como nuestra identidad nacional? ¿Son tan frágiles como la paz en nuestra nación?

 

Una sociedad es frágil en cuanto sus componentes, sus sistemas de gobierno o su estructura social son frágiles; y esa fragilidad se manifiesta en males sociales como la informalidad, el bajo acceso de la población a servicios básicos, la interrupción de procesos políticos, la fragmentación de su población. La metáfora de las alas de la libélula podría aplicarse a todo aquello que implique interrelaciones y complementariedad. La paz, la convivencia armoniosa, el intercambio o la sinergia cultural son procesos que se soportan en la fortaleza social. Entonces, hay que aprender a mirarnos también, a cuestionarnos y a entendernos. No a soportarnos y tolerarnos, sino a respetarnos.

 

Entre las historias, también está la de una pareja de extranjeros. Uno de ellos es un académico que busca presentar un proyecto de corte histórico y arqueológico a una universidad cusqueña. ¿Qué tan vital considera la perspectiva foránea en la restauración de un patrimonio y, por tanto, una identidad como la nuestra? ¿Hasta qué punto la figura de Robert sale de lo exótico y busca lo comprometedor al desentrañar el pasado peruano?

 

Tal vez sea Robert, este personaje tan bien definido, el hilo conductor de la novela. Su interés académico, su mirada objetiva respecto al entorno que está por descubrir, su emoción y su propia historia sentimental van a dar un giro al pasar de la frustración a la ambición y aprovechar aquello que tiene en sus manos de manera inesperada. Pone en riesgo, entonces, su carrera académica y su estabilidad emocional; pero se trata de un extranjero, alguien ajeno a los problemas internos de una sociedad que no conoce o que recién está descubriendo. Lo que tiene en sus manos, simbólicamente también, es ese patrimonio del que hablas, que, por supuesto, es nuestra identidad. Si repasamos al personaje, él no emite opinión sobre lo que encuentra o lo que ve, simplemente observa, nosotros somos los que sufrimos nuestra propia historia, una historia de violencia, interrupciones, frustraciones, pero que, al mismo tiempo, es una historia gloriosa, de mucho sacrificio y orgullo, que, dicho sea de paso, hay que seguir rescatando, construyendo.

 

 

Ruth, la esposa de Robert, es quién observa en mayor medida la fragilidad de la relación conforme atraviesa distintos umbrales en la trama. Asimismo, este punto de vista es el que descubre el significado de las alas que posee una libélula. Me da la impresión de que tiene un sentido un tanto desalentador, pues si el amor es tan frágil como las alas de la libélula, entonces no tiene tantas probabilidades de sobrevivir al paso del tiempo. ¿Qué podría decir sobre esta naturaleza efímera del amor? ¿Cómo piensa que la ha retratado en su novela?

 

El pesimismo, o el desaliento, no tiene sentido sin la esperanza, la renovación. No solo el amor, sino también la lealtad o la fraternidad, por ejemplo, son tan fuertes como frágiles. La decisión de Ruth puede reflejar el fracaso del amor, pero también puede significar la fortaleza del individuo para lograr reponerse, seguir manteniéndose en pie y tomar un nuevo rumbo, posiblemente hacia un nuevo fracaso, pero con la esperanza de que eso no suceda.

Cuando terminé de escribir la novela me di cuenta de varios de estos personajes o sucesos simbólicos, que no me había propuesto al principio. No dije «voy a escribir una novela sobre la fragilidad del amor o sobre el mestizaje, o sobre la violencia política», yo escribí una historia con los elementos de una realidad que me ha cuestionado, que me cuestiona como ciudadano y como escritor, he construido una ficción tratando de liberarme de recuerdos y pensamientos, enfrentando a mis propios demonios y fantasmas, y lo que ha resultado es una historia de ambiciones y deslealtades, sueños e ideales, fracasos y esperanzas.

 

Hay una parte en la que se cruzan los tiempos de dos de las historias en la Plaza central de la ciudad, lugar que congrega protestas de distintas causas, pero también de un mismo ímpetu. ¿Esta repetición o semejanza entre hechos de distintas temporalidades representa el significado del tiempo circular? ¿La idea del tiempo circular, mencionada en un momento de la obra, nos remite a esta reincidencia conflictiva en la sociedad?

 

El pensamiento andino, la cosmovisión andina, de la que no podemos desprendernos por más que nos hayan impuesto otras formas de concepción del mundo, del tiempo, de la trascendencia, es circular. Esta circularidad se manifiesta de muchas maneras sin que podamos advertirla; en la danza, por ejemplo, o en la esperanza de reencontrarnos con un ser querido. A diferencia del pensamiento occidental, donde todo tiene un inicio y un final, en el mundo andino todo vuelve a un punto de reencuentro o reinicio, y a cada momento estamos emprendiendo nuevos caminos. Aquí la memoria juega un papel muy importante, la memoria es como un punto de referencia en ese círculo, pues si olvidamos un hecho, personal o colectivo, es seguro que lo vamos a volver a cometer.

Cuando Ruth se encuentra en Cusco siendo testigo de una protesta social, lo que ve, finalmente, es todas las protestas sociales que se han producido ahí, o en el mundo, como en un círculo, y la más notable protesta en Cusco fue la rebelión de Túpac Amaru. Entonces, sí, hay una imagen circular, incluso cinematográfica, si se quiere, porque nos presenta esos dos sucesos como si fuera uno solo, superpuesto, pero en realidad es un retorno, una vuelta de círculo, o de tuerca, si se quiere. Cuando Ruth es testigo de un suceso contemporáneo, que puede ser leído como una constante repetición de hechos similares, se convierte en testigo de la historia, es decir, de la memoria de una sociedad, de un pueblo, de una nación, como quiera llamarse. En ese mismo episodio hay otro hecho similar, el grito de Fernandito Túpac Amaru, que se produce hace 200 años y que hasta hoy resuena, también en el sentido de circularidad o de retorno.

 

¿Diría que estamos condenados a repetir la misma tragedia? ¿O hay la posibilidad de que en una de estas repeticiones logre alcanzarse resultados diferentes?

 

La conservación de la memoria histórica es importante, tanto como la interpretación de los hechos. Las fechas, los lugares y los personajes son importantes, pero no estamos haciendo los adecuados ejercicios de interpretación de esos sucesos, los proyectos de los personajes o el potencial de los lugares. Celebramos, o conmemoramos las batallas del bicentenario de nuestra independencia, pero no aprendeos de las batallas que enfrentamos, como el terrorismo, la delincuencia, la pandemia o la inseguridad ciudadana. ¿Cómo habrían actuado nuestras autoridades para enfrentar la pandemia si hubieran leído La peste, de Camus, o Ensayo sobre la ceguera, de Saramago? ¿Hemos aprendido lo suficiente de la época del terrorismo, de sus causas, para evitar otra situación similar? ¿Cuántos intentos de descentralización o regionalización o desconcentración del poder hemos tenido en los últimos cincuenta años?

 

Ya que menciona la descentralización, Cusco, Puno y Arequipa resuenan en la obra; a veces porque las situaciones se dan en estos espacios y otras porque son referentes necesarios para captar el contexto, cosa que noto con la alusión a Mariano Melgar. Para usted, personalmente, ¿qué significan estos espacios? ¿Qué le viene a la mente al pensar en ellos?

 

Mi experiencia vital ha transcurrido en estos espacios, en general en el sur del país, y esa particularidad se refleja inevitablemente no solo en la novela, sino también en mi obra poética, incluso en el ensayo ―tengo un libro que analiza la narrativa cusqueña, por ejemplo―. He sido testigo de algunos hechos que se han trasladado a la ficción en mi novela y eso me hace, de alguna manera, protagonista. La alusión a Melgar también es un punto de quiebre en la novela y en la historia del Perú, como lo es la alusión a Agustín Gamarra, realista que luego cambia a las filas patriotas, hasta ser quien da el último discurso independentista en Cusco, en 1825. No hay un afán de exaltación ni al territorio ni a los personajes, lo que hay es una presencia, de una visibilidad, de romper con la mirada centralista y excluyente a la que nos han acostumbrado.

 

En una de sus presentaciones, mencionó que el resultado del Concurso de Novela Corta Julio Ramón Ribeyro 2023 fue un motivo de alivio, ya que le dio la certeza de haber concretado por fin su obra. Considerando su trayectoria como escritor y esta experiencia en especial, ¿qué consejos de escritura les daría a los jóvenes novelistas y a los novelistas principiantes?

 

Sí, el premio fue un alivio, como si culminara una tarea y la maestra me dijera que está bien hecha y además me diera un beso. También dije que los premios literarios son como pequeñas venganzas, y las venganzas no son más que las ganas de volver a ver a alguna persona, o a nosotros mismos, en otras circunstancias.  Claro que me alegré y lo celebré, porque de todas maneras es una buena noticia. Ahora, presentarse a concursos, publicar en revistas o en libros; el solo hecho de escribir, requiere de una cuota de valentía, y, ya en una carrera literaria, se requiere de mucha valentía, pues van a ser más los fracasos que los éxitos, tenemos que acostumbrarnos al silencio y no al aplauso, la incomprensión va ser como una capa que nos cubre o una coraza que nos rodea. Los jóvenes novelistas o poetas no necesitan consejos, necesitan leer y escribir, todas las lecturas sirven incluso para saber cómo no hay que escribir, y todos los escritos sirven, más aún, los que se desechan o van a parar a la basura. La literatura es el arte de borrar palabras. Y esto de leer y escribir, escribir y leer, se llama persistencia. Es cierto que la vida, la sociedad, el hambre o la soledad aprietan, nos atacan y desalientan, para enfrentar eso están las profesiones y los oficios y la entereza personal, que se construye desde adentro.

 

 

 

 

17 de julio del 2024









[1] Lampa, Puno (Perú, 1965), estudió literatura, periodismo y tiene estudios de maestría en literatura latinoamericana y de comunicación para el desarrollo. Ha obtenido el Premio Copé de Oro de la VII Bienal de Poesía, en 1995, y el premio nacional de poesía convocado por la Municipalidad de Paucarpata el mismo año; el 2016 ha sido finalista del premio internacional de poesía “Pilar Fernández Labrador”, de Sevilla, España. Ha publicado los libros de poesía Etapas del viento y de las mieses (1986), Recital de poesía (flor de cactus editores, 1990), Elogio de la nostalgia (con prólogo de Pablo Guevara, Lluvia editores, 1995), Montaña de jade (Premio Copé de Oro de Poesía, ediciones Copé, 1996), Mares (Lago sagrado editores, 2002), El laberinto (2008), Coca (2009), Mare nostrum (Universidad Nacional del Altiplano, 2013), Mar de la intensidad (Cascahuesos editores, 2014), Falsedad bellísima (Cascahuesos – cartonera editores, 2015), Causas naturales (con prólogo de Marco Martos, La Travesía editores, 2019) y Acerca de la palabra imán (Hijos de la lluvia, 2020). Sus cuentos y otros textos literarios y artículos periodísticos se han publicado en revistas de varios países y diarios de distintos formatos. Mantiene la columna “El barco ebrio” y el blog “La silla prestada”. Poemas y cuentos suyos se publicaron en Alemania, Argentina, Cuba, Colombia, Venezuela, España, Bolivia y Perú. Ganó el Concurso de Novela Corta Julio Ramón Ribeyro 2023 con su más reciente obra, Las alas de la libélula.

martes, 16 de julio de 2024

Goyo Torres Santillana. Memorias de una juventud rebelde

 


MEMORIAS DE UNA JUVENTUD REBELDE

 

[Entrevista a Goyo Torres Santillana[1]
sobre su libro Paradero 25]

 

 

 

Por Edward Álvarez Yucra

 

 



Esta es su tercera novela publicada, después de Espejos de humo y Pelota de trapo ¿Qué tanta diferencia nota en esta nueva propuesta? ¿Inicia una nueva etapa? ¿Expresa una nueva tendencia o estilo?

 

Creo que en la producción de mi ficción hay, de modo general, dos líneas de trabajo: una que podría llamarse literatura para lectores jóvenes o juveniles y otra para lectores en general, aunque una no incluye a la otra. Dentro de la primera estarían Cuando llegaron los huayruros, Pelota de trapo y quizá Paradero 25. Y en la segunda línea, Espejos de humo y los libros de cuentos. Por otro lado, no inicio una nueva etapa, pero sí tienen algo nuevo estos libros recientes: un mayor interés en el nivel del lenguaje. Aunque siempre lo pensé, pero en particular en años recientes he vuelto a la idea en la que la literatura es fundamentalmente trabajo del lenguaje. Escribir es domar al lenguaje. Eso es lo que intento en los libros publicados en estos años.

 

Si mal recuerdo, Jorge Monteza catalogó Paradero 25 como una novela histórica en la presentación que tuvo en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNSA. Y en efecto, retrata un acto de rebeldía y resistencia sobresaliente entre las memorias de antaño ¿Diría que su novela plasma un acontecimiento que marca la impronta de una generación de jóvenes arequipeños?

 

Creo que sí. En los años en que está ambientada la novela, el país iniciaba una etapa convulsionada con la guerra interna y el regreso a la democracia, luego de la dictadura militar. La ciudad no era ajena a ese clima político. Los partidos políticos eran muy activos, tanto de izquierda como de derecha. La dictadura militar estaba a punto de ceder paso al regreso de la democracia. En esos años se elige la Asamblea Constituyente. El clima social exigía la participación de las organizaciones sociales: La Federación Departamental de Trabajadores de Arequipa (FDTA), la Asociación de Urbanizaciones Populares de Arequipa (AUPA), el Sindicado Único de Trabajadores de la Educación Peruana (SUTEP), la Federación de Universitarios de Arequipa (FUA), etc. Eran entes muy activos y podría decirse que marcaban la agenda de discusión política en la ciudad. Y entre esas organizaciones, existía la Federación de Estudiantes Secundarios de Arequipa (FESA). El protagonista de Paradero 25 es un miembro de esta última. Sin duda, la impronta política del momento marcó a la juventud de la época.

 

Los personajes, en su mayoría, son jóvenes de quinto año de secundaria, pero afrontan una problemática que excede su madurez y edad. Esto es curioso, porque deja cierta duda sobre el público al que se dirige ¿Estaría de acuerdo si le dijesen que su novela es juvenil?

 

Así la han catalogado algunos críticos, aunque puede ser leída por cualquier lector, me parece. Uno de los ejes temáticos ―la moral o la ética―, en realidad atraviesa a cualquier miembro de la sociedad humana. Es verdad, al momento de escribir la novela tuve presente un destinatario juvenil, pero no se limita a este. Lo que ocurre es que en estos años que vivimos del siglo XXI, es poco creíble que estudiantes de secundaria con 14 o 15 años tomen un colegio como medida de protesta; siento como que los alumnos de secundaria se han infantilizado, es decir, serían incapaces de hacer y pensar como los personajes de la novela por esa idea de tutelaje que la educación ha impuesto en las tres últimas décadas. Pero sucede que en esos años varios colegios en la ciudad hicieron huelgas promovidas por los alumnos. La anécdota detonante en que se basa la historia fue una experiencia vital que sucedió realmente. Y otro detalle, en aquellos años en la secundaria había estudiantes mayores, algunos incluso llegaban a los veinte años en quinto de secundaría. Hoy el sistema educativo ha estandarizado la edad máxima a 16 años en el nivel secundario.

 

¿En qué consiste esa idea de tutelaje en la educación que menciona?

 

Cuando indico infantilización o el tutelaje hablo que en las últimas décadas se ha prolongado la etapa infantil del desarrollo humano hasta los 15 o 18 años de edad. A los 45 años siguen llamando joven a un individuo, cuando en décadas pasadas eran adultos mayores. Hoy los padres buscan trabajo para los hijos de 25 o 30 años. Quizá el ejemplo práctico en nuestro medio sea ver a los padres acompañar a los hijos y dejarlos en la universidad, cosa impensable en los años 70 u 80. Mi abuela, con la que me crie, nunca fue a la universidad; ni siquiera a mi graduación. Con infantilización de la juventud, entonces, me refiero a esa actitud sobreprotectora de los padres y el propio sistema educativo que ha creado generaciones de cristal como ciudadanos; mujeres y hombres sin conciencia social.

 

Retomando el contraste entre los jóvenes y el problema, me viene a la mente Los juegos verdaderos de Edmundo de los Ríos; historia en la que el desencanto de sueños y entusiasmos juveniles se hace notar con creces entre la crudeza de las revoluciones. ¿Hay desencanto en esta novela? ¿Hay esperanza? ¿Hasta qué punto hay una cosa u otra?

 

Creo que la vida misma nos presenta desencantos y esperanzas a diario. Hay un desencanto en la novela respecto a la amistad y la política, pero hay una enorme esperanza en el amor. El amor es una de grandes utopías inventadas por el género humano. En ese sentido, busqué que la novela resulte verosímil en el mundo representado. Uno de los narradores es un muchacho de tercero de secundaria que experimenta los primeros asaltos del amor por una chica. Quizá sea la única historia de otras que teje la novela que culmina con esperanza. Como sabes, la literatura no es una copia de la realidad, pero es una excusa hermosa para crear un mundo paralelo donde nuestras carencias se realizan.

 

Claro, se trata de alcanzar, como dice Luis Hernández, «la soñada coherencia». Pero entonces, si el único derrotero visible es el amor de una pareja de estudiantes, ¿significa que hay esperanza en los actos que parten de lo mínimo? Por supuesto, sin que ello niegue la posibilidad de una acción colectiva de mayor rango.

 

A ver, creo que el amor no se limita al amor erótico de pareja. Pensar en el prójimo, pensar en el bien común también son variantes del amor. Las utopías humanas como el sueño de una sociedad más justa, la preservación del planeta, son una muestra de amor por la especie humana, amor por las generaciones venideras. Hacer el bien es una muestra de amor desinteresado. Rescata animales callejeros sin esperar recompensa alguna es un gesto de amor por los seres vivos. Entonces, cuando me refiero al amor como un discurso esperanzador estoy hablando en ese sentido.

 

       Hay toques de comedia que no pasan por alto, sobre todo con la presencia de Carlanga. ¿Qué tan importante consideró estas pinceladas humorísticas al escribir la novela? ¿Le parecen imprescindibles en la esencia del relato?

 

Ese aspecto del humor es un elemento nuevo que introduje en esta novela. Pensé mucho en este punto. Pero la vida misma se encarga de mostrarte que en un salón de clases tienes la variedad que describe al género humano: el chistoso que hace reír a todos, el chancón que siempre es el primer lugar en todos los grados, el bacán que anda enamorando a todas las chicas, aquel otro que gana todas las peleas, etc. Lo único que hice es trasladar a la ficción ese fresco de la vida estudiantil del colegio. Creo que la literatura peruana en general es muy seria y dramática por la presencia marcada del realismo. Uno de los pocos que trabaja humor en su ficción es Alfredo Bryce Echenique, por ejemplo. Yo introduje a Carlanga para ver qué resultaba.

 

¿A qué cree que se debe la primacía de ese realismo en la narrativa peruana? ¿Cuál es el motivo de que se haya cultivado más que otros géneros, como, por ejemplo, el fantástico?

 

Claro, lo que sucede es que el realismo como género aparece en Occidente en un momento de crisis de la sociedad. El realismo es un discurso estético de la modernidad y su objetivo era retratar la sociedad con sus defectos y taras humanas para motivar una reflexión y una crítica, y a partir de ello, repensar el rumbo a seguir. Esto se acentuó entre las dos guerras mundiales que vivió Europa en la primera mitad del siglo XX, lo que, a su vez, desencadenó el existencialismo. En países periféricos como el nuestro, la presencia del realismo es muy acentuada, lo que demuestra que hay cuestiones pendientes por resolver. Mientras haya algo que criticar, mientras la sociedad tenga deudas por saldar, el realismo seguirá vigente. Y esto tiene sentido porque ese es uno de los principios estético y éticos con que surge el realismo decimonónico.

 

La forma de narrar la historia es bastante concisa y los puntos de vista cambian seguido en cada capítulo. ¿A qué autores le debe estas técnicas? ¿De qué narradores aprendió estas maniobras?

 

Sí, es verdad eso del cambio de las focalizaciones. Lo hice para que de alguna manera el lector se comprometa y arme el pequeño rompecabezas al final de la lectura, cosa que no exige la historia contada de manera lineal. También se utilizan varios registros lingüísticos y formatos de la cultura popular como el guion radial. Creo que todo eso, de modo inconsciente, viene de Cortázar, Puig, Cabrera Infante y Joyce; fueron lecturas de varios años.

 

¿A qué narradores de la región arequipeña, antiguos o contemporáneos, le parece qué debemos atender? Lo pregunto como simple lector y como académico en constante formación.

 

Bueno, sin irnos muy atrás, un poco anterior a mi generación creo que hay que leer y hacer estudios de Carlos Herrera, Teresa Ruiz Rosas. De los años noventa que es la época con la que me identifico, tenemos a Yuri Vásquez, Mary Ann Ricketts ―cuyo único libro, Tentaciones de Ariana, debería reeditarse―, Juan Pablo Heredia, Fernando Rivera que acaba de publicar un libro interesante de cuentos. Luego están los autores que aparecieron con el nuevo siglo: Orlando Mazeyra, Jorge Monteza, Rosario Cardeña. Más recientemente, Yero Chuquicaña. Existen muchos autores que están publicando en medio de este siglo, pero creo que a los que he mencionado hay que seguirlos con atención porque son los que están cimentando la tradición narrativa de Arequipa en el nuevo siglo. Por mencionar un ejemplo, «Mateo Yucra» de Juan Pablo Heredia debe ser en estos momentos el cuento arequipeño más estudiado en artículos y tesis en la ciudad, el país y el extranjero. Por otro lado, la ficción de Yuri Vásquez ya merece ser estudiada de una manera más sistemática. Desde mi perspectiva, es el autor más prolijo, serio y con una producción sostenida y de indudable calidad, tanto en novelas como en narrativa breve.

 

 

 

 

9 de julio del 2024

 

 

 


 

 



[1] Goyo Torres es Licenciado en Literatura y Lingüística por la Universidad Nacional de San Agustín. Ha realizado estudios de Maestría y Doctorado en Literatura Peruana y Latinoamericana en la Universidad Nacional Mayor de San Maros. Ha publicado trabajos de crítica y creación. Entre los títulos recientes: El amor después del amor (2002), Técnicas narrativas (2004), Cómo motivar la lectura: ensayos de literatura, educación y sociedad (2005), Polifonía del silencio: la literatura en Arequipa, 1995-2005 (2006, coautor), Cuando llegaron los wayruros (2015), Nada especial (2016), Aires del sur. Cuerpos de reflexión crítica (2017), Paralelo Sur: Antología esencial del cuento surperuano (2020, coautor) y Paradero 25 (2023). Con la novela Espejos de humo (2010) quedó finalista del Concurso de Novela Breve de la Cámara Peruana del Libro; con “¡Hierba santa, hierba santa!” ganó el Copé de bronce en la XVII Bienal de cuento Copé 2012 y con Pelota de trapo (2022) ganó el IX Premio Altazor de Novela Infantil. Actualmente es docente de la Escuela de Literatura y Lingüística de la UNSA.

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