CRUZ LESCANO,
YULEISY: DOBLE ACENTO PARA UN NAUFRAGIO/
DUPLO SOTAQUE PARA UM NAUFRÁGIO. PENICHE: EDIÇÕES FANTASMA, 2023, 160 PP.
El movimiento es indispensable para darle
vida a un poema si por él comprendemos la manifestación orgánica de un
artefacto estético; en este caso, literario. La vibración de los sonidos en la
escritura y la continuidad de las imágenes ensamblan la profundidad de la cual
participamos al leerlo. Tal vez el título, quizá una estrofa o simplemente un
par de versos resuenan cual goce en la mente de quién es partícipe. Y es que, a
partir de una primera impresión, basta con recibir el impacto de una rosa entre
todo el racimo de palabras. Hay poemas superiores a otros, así como hay poemas
peores que otros. Esto solo apunta a un aspecto clave del quehacer poético: las
dificultades de mantener la simetría del movimiento.
Naturalmente, no es fácil sostener el
movimiento de un poema largo, así como no es fácil condensar todo el movimiento
en un poema corto. Los estilos encuentran su forma según los potenciales del
escribidor. Tal vez esto es muy perceptible en la poesía germinal, aquella
ubicada entre el inicio de un trayecto y la peculiaridad de una anécdota. Los
prospectos suelen optar por una de estas dos vitalidades, pueden velar por el
crecimiento de su obra o simplemente asumir su brevedad. Por el momento, no es
pertinente debatir cómo influye una decisión u otra en la calidad de lo
escrito, lo fundamental está en enfocar Doble
acento para un naufragio de Yuleisy Cruz Lescano desde estas
consideraciones.
Si debo ser franco, muchos potenciales de
este libro se devanean entre altibajos que interfieren en la plenitud del
movimiento. Temas que lindan con lo trillado, figuras poco ingeniosas y ritmos
desiguales retumban entre la nada minúscula cantidad de cuarenta y cinco
poemas. Es aquí cuando cabe imaginar que los fragmentos más bellos de estas
piezas pudieron encontrar una mejor versión a la cual integrarse. Piénsese en
el tercer poema titulado “Presagio”: «He cerrado muchos ojos/ muchas bocas/
pero nunca he abierto la ventana/ para dejar que un alma vuele hacia el cielo».
Los versos iniciales antelan un avance más panorámico y sutil, pero las
imágenes son interrumpidas de forma abrupta por una segunda persona que mata la
emotividad creciente: «Mi amor, / quisiera y espero/ que vuelva la mía primero».
La poesía puede jactarse de tocar las subjetividades, pero no de manera tan
predecible, al menos no de este modo si se trata de manejar la intensidad del
lenguaje.
Otro defecto puede notarse en el
dificultoso control de la rima. Ciertamente, antes debo elogiar el esfuerzo de
recobrar una sensibilidad sonora tan menoscabada por la cultura audiovisual y
las transformaciones del versolibrismo. El ritmo que ofrece la rima no es más
que un desafío enorme y rara vez asumido por poetas jóvenes; una sensibilidad
que asimile con éxito esta orfebrería no abunda en nuestros días. Ahora bien,
el poemario toma el reto, pero no consigue grandes resultados. Por poner un
ejemplo, “Libro olvidado” es un poema que intenta integrar la rima en su
continuidad, pero flaquea en su ritmo: «Sirve una llave/ para surcar puertas
abiertas, / un reloj despertador/ para madrugar despiertas/ indicación de un
paraíso».
La llave dista de alcanzar eufonía con el despertador; probablemente son
objetos oportunos en la atmósfera retratada, mas no puede verse la misma
pertinencia para la rima. Esto supone las complicaciones de despertar una
consciencia sonora en una época audiovisual. La rima tiene los riesgos de hacer
notar por mucho la cacofonía.
Un aspecto más que deja mucho que desear
es la linealidad que abandona las expectativas estéticas y se desvía en la
demanda social. Véase el poema “Teatro de libertad”: «Llora sangre dorada una
estrella, / mientras Lujain Al-Hatlhoul grita/ “basta”/ culpable de ser mujer/
joven, moderna, fuerte y bella».
Los trozos de literalidad en un poema no son cosa fácil de manipular, al igual
que la rima, tienen dificultades en su estilo para evitar volverse en un
panfleto o en información mediática. Cuando las palabras no alcanzan, buscamos
la poesía; pero cuando nosotros no alcanzamos para la poesía, esta nos devuelve
a las palabras. En este poema se da el caso, dada la descripción vana del
motivo central y el sujeto aludido. No basta con denunciar la injusticia, hace
falta extenderla desde sus efectos trascendentales.
Hasta este punto, los bajos han sido
bastantes; no así, los altos sacan a flote esta obra. Por poco tal vez, pero he
de matizarlos del mismo modo; o siguiendo el título, lo que conviene ahora es
observar el segundo acento del naufragio.
Retomando la cadencia rimada, tal parece
que piezas como “Déjame” y “Nave” se afinan lo suficiente para transmitir con
sutileza, por un lado, el ideal de paz: «Déjame soñar por tu alma, / déjame
serena en posible calma, / en medio de verde y azul pérdida, / déjame durmiendo
sobre la vida/ con los ojos libres a la fugaz corriente, / con estrellas desveladas
en la frente». Y por otro, la
tribulación del avance en la travesía marina: «Las penurias son alianzas/ del
tiempo que se abate/ contra el remo quebrado/ en el arrecife enfadado, / que
combate y combate». En efecto, los deseos del
bienestar solo tienen probabilidad de concretarse al asumir el dolor que
conlleva realizarlos; esta es una figuración recurrente de la metáfora del
viaje, en este caso, marítimo. Añadamos también que los retratos del duelo no
sirven solo para compartir congoja; antes bien, empujan el desengaño para
perfilar de modo realista el bienestar propio.
El cuidado de uno mismo es ajeno a los
fines egoístas. La poeta lo clarifica en “Ego” con un retrato análogo al mito
de Narciso: «y el hombre a sí mismo halagando/ con signos venenosos sin
reflejo/ se mira en el espejo/ es solo Ego que olvida/ las semillas escondidas/
en un cajón». Como es de esperarse, el
exceso de ego promete la soledad y, con ella, la extinción de un futuro que
pueda ser sembrado. “Humanidad” complementa dicha idea con el anhelo de
convertir el deseo en deber dentro de la existencia, «donde el sentir no es
todavía mano, / mas un presagio lejano, / que empieza a moverse en el aire».
La individualidad cerrada se abre a través de la generalidad del deseo, pero
para que esto funcione, el deseo requiere integrar a los individuos más allá de
la libertad absoluta de un sujeto en sí y para sí.
Aparte de la cadencia sonora, hay poemas
que recobran imágenes de ternura, cuyo desarrollo otorga las claves de esta
poética. “Mi refugio” sopesa la crueldad de la vida al contrastar con las
ambiciones colosales o las heridas más profundas. Más que huir hacia una torre
de marfil, el poema habla de guardar la felicidad que habita en los detalles,
pues habrá momentos en los que ellos podrán resguardarnos. Esto es venir de
menos a más: «Mi refugio es tan pequeño, / se pierde dentro de una sonrisa, /
en una taza de café caliente, / con una voz chiflada entre los dientes, /
respira cosas escondidas/ que los otros no ven».
Con este supuesto, ya no sorprende la pasividad y el consuelo que transmiten
dos de sus poemas más rescatables: “Deseo” y “Sin quejas”. Las figuras de ambos
son poco comunes; el primer poema juega con la imagen del perro, mientras el
segundo elogia la ancianidad.
Los dos poemas confiesan la necesidad de
encontrar lo auténtico y perennizarlo hasta el fin de los tiempos: «Quiero
adoptar un perro/ que sea solo mío, / para no ser de nadie, / de ninguna raza,
/ de ningún dueño». El can sopesa los dolores
de la soledad, su compañía funciona como una alteridad disponible que le
permite a la voz del poema explorar y reconocer sus bondades. Aceptando que el yo se reconoce gracias al otro, la presencia de este animal doméstico
figura como el ente que conduce al ser. Por tanto, una vez descubierto el ser,
la cuestión es aprender a contemplarlo. Para hacerlo se requiere lentitud y se
encuentra más vigente que nunca en la vejez: «¿Cómo te puedes quejar de la
vejez?/ Te da tiempo/ para contemplar los retratos de nubes, / mientras esperas
sentada/ en el umbral del horno/ de tostar el mundo».
Las quejas son dispensables una vez alcanzada la serenidad que nos consuela
ante la muerte.
Como apunte final, debo recordar que el
movimiento de esta poesía aún sigue en ciernes, lo cual no determina fracaso
alguno, sino aciertos muy limitados que vale la pena mencionar. La belleza de
lo simple, al igual que otras, necesita tiempo para madurar, pero por lo
pronto, Yuleisy Cruz Lescano ofrece algunas rosas de este resplandor. Un amigo me
dijo una vez: «una expresión sincera merece una respuesta sincera»; eso es lo
mínimo que puede tener un poema para comenzar a moverse y, a su vez, es lo
mínimo que necesita un poema para ser comentado. Esperemos que este resplandor
logre superar los obstáculos que lo eclipsan; todavía hay mucho florecimiento
por delante.
Doble
acento para un naufragio (2023)
de Yuleisy Cruz Lescano