domingo, 29 de octubre de 2023

Reseña sobre «Elogio de la ruina» de Jimmy Marroquín Lazo

 MARROQUÍN LAZO, JIMMY: ELOGIO DE LA RUINA.

AREQUIPA, LA TRAVESÍA EDITORA, 2018, 192 PP.[1]

 

 

Moisés Jiménez Carbajal[2]

 

 

En las palabras preliminares de su poesía reunida Elogio de la Ruina, Jimmy Marroquín Lazo afirma: “toda escritura es y será siempre una reescritura, los poemas son discursos que, si de algo han de jactarse, es de su transitoriedad o de su caducidad (…)”. Con estas palabras se intenta justificar una práctica común en esta clase de reediciones, la depuración y/o corrección de poemarios antes publicados. Surge así el dilema de las fuentes de lo escrito y lo reescrito: ¿Cómo debe proceder el comentarista ante el prejuicio del texto primero, ante sus huellas en lo reescrito y los indicios de ausencia o pervivencia en este nuevo libro? Los límites del comentario nos obligan a delimitar este problema. No nos atendremos a las primeras ediciones de los cuatro libros que componen esta Poesía reunida. Los efectos de este proceder son inmediatamente dos: la sensación de lo definitivo, es decir, la incierta certeza de estar frente al cuadro acabado de años de incesante proceso creativo; y la saludable ambigüedad de estar siempre –aún y sobre todo en las correcciones– ante el texto originario y su transitoriedad permanente.

Jimmy Marroquín (1970) nació y creó gran parte de su obra en la ciudad de Arequipa. Suele ubicársele temporalmente –a usanza de una mala costumbre– en la generación de los 90. Hecho que no implica que los problemas estéticos y sociales de esa época sean germen temático y formal de su obra. Al menos no desde la perspectiva simplista de una causalidad directa entre comunidad e individuo. Gran parte de la crítica de poesía peruana ha obviado que el poeta y su temperamento trabajan con palabras y no con bloques históricos. Las palabras y sus configuraciones poemáticas son hechos históricos, recrean una nueva perspectiva que cuestiona y transforma las historias (de una comunidad o tendencia artística) más visibles u oficiales. Siempre ha habido subversiones sociales y escisiones ideológicas –para confutar el prólogo de Juan Yufra a esta obra–, lo estimulante es saber cómo esta obra documenta las minúsculas novedades de un habla por esto singular. Este adjetivo es necesario. En Elogio de la ruina no estamos ante la gran obra que reúne y, aún más, que crea las variadas perspectivas y problemas de un momento históricofilosófico, estamos ante ese conjunto de obras que desde su sólida unidad hace visible los problemas técnicos y éticos de la existencia y la creación de un momento histórico. Los recrea y los ramifica aún más. Parafraseando mal el final del citado prólogo de Yufra: El que lee este libro corre un gran peligro. Cuidado, está a punto de volver una vez más.

La obra reúne cuatro conjuntos de poemas: Dinámica del fuego (1999), Teoría Angélica (2006), Antropología de la espuma (2008) y Apostillas del ser y del reflejo (2010). Elogio de la ruina evoca un poema del mismo nombre de Raúl Deustua, no es gratuito que la obra de Marroquín tenga similitudes estilísticas con una serie de poetas peruanos cuyos materiales suelen ser similares o los mismos. Decir que los poemas de Marroquín son poemas reflexivos o de pensamiento es inscribirlo en una gran imprecisión crítica. Fuera de lo complejo de crear una diferencia conceptual para este subgénero y, aún más, de reducir las singularidades de cada poema por mor del membrete, es posible identificar la diferencia de cada poema por el material que configura. El fuego, la relación entre la visión y lo visible, la luz, la armonía, lo angélico, el tedio, etc. son materiales cargados de ambiguos sentidos que abarcan, pero no agotan obras como las de Martín Adán, Juan Ojeda, Raúl Deustua en Perú, o Enrique Lihn o José Emilio Pacheco en Latinoamérica. Obviamente hay más, sin embargo, estos son poetas (no sé si Deustua) que Marroquín ha leído, se intuye con fervor.

La dialéctica de Dinámica del fuego no se repetirá en los otros libros, al menos de modo tan manifiesto. Cada poema presenta un modo en que la ubicuidad del fuego se hace presente. La ubicuidad de su voracidad, del fulgor eufórico de cada instante. “Fuego es el aire y fuego el tiempo que se instaura/ en la blanca preñez de la escritura”. Es significativa esta ubicuidad en su “Cuestionamiento a Heráclito” El hecho de que el rio y el rio de la vida transcurran en lo visible no implica una transformación esencial. Hay un cielo y un rostro que siempre arden. No se rebate a Heráclito, solo se lo cuestiona instau- rando la misma dialéctica que sin embargo él también propugnó. El fuego como sustancia primera y última. El mismo cielo y el mismo rostro destrizados por el escarbar del alma. Es una de las ideas más importantes del libro: la ética de la escritura consiste en escarbar esa mismidad del mundo, en el fuego que se encuentra y ha sido motivo y causa final de su propio encuentro.

Teoría angélica es un título engañoso o al menos irónico. El autor ha declarado que el libro fue motivado por la metáfora del ángel de la historia de W. Benjamin. Es cierto, tal vez fue incitado por esa idea, pero la teoría que aparenta desplegar el libro es un poco ajena a esa tesis benjaminiana. Más que el ángel de la historia es la metáfora del ángel de la melancolía la que se despliega en el texto. Dice Benjamin en su libro sobre el Trauerspiel: “su representación [la tristeza, el luto, la duda] no se halla dedicada ni al estado de sentimiento del poeta ni tampoco al del público, sino quizás de un sentir que se desliga del sujeto empírico mientras que se vincula interiormente a la plenitud de un objeto”[3]. El gran mérito de Teoría es mostrar cómo la dinámica del tedio y de la duda inviste una y otra vez esos objetos abstractos (la belleza, la hartura, la extrañeza, los sueños, etc.) que Benjamin hubiera llamado alegóricos, pero que en nuestro contexto –ajeno del todo al barroco cristiano– sería más adecuado llamar: motivos de reflexión o palabras fuente. Es significativo y altamente sugerente la forma en que la mirada melancólica del poeta insiste una y otra vez en configurar cuestiones irresueltas, cuestiones alrededor de temas ya vacíos o que se hacen notar vacíos. ¿Cómo hacer una elegía al gastado concepto de azar sin caer en una profunda ironía? Pero la ironía no sugiere una sonrisa, sugiere más bien cansancio. El “decidido antilirismo” del que hablaba Marroquín es un estado en la escritura y no una propuesta de escritura. “Mis manos poseen hartura de los enigmas: apenas vislumbran/ lo visible, lo sospechosamente visible/ y su zozobra vital no me es ajena”. “Ángel del hartazgo” es una imagen más inmediata, proviene del último escritor barroco de la literatura en español: Martín Adán.

Así también se nos muestran las ruinas. “Con harapos en los párpados, sin calma, sin sangre /van los pocos que en este mundo fuimos…”. Con la invisibilidad que devela la palabra. Quiero ser enfático en este punto, pues entender la diferencia entre el proyecto benjaminiano y la teoría angélica del libro de Marroquín acentuará el valor de su propuesta y/o estilo. La del poeta no es una reivindicación de las ruinas, no es un visibilizar las ruinas de la historia; es más bien un obrar con los restos despersonalizados de esas ruinas. Es el elogio de esas palabras derruidas que solo pueden verse del modo en que la historia lo dejó a sus ojos. Solo hay duda y no transformación. A esto alude el hartazgo de este singular poemario, a una imposibilidad dolorosa y hasta cierto punto tediosa.

Antropología de la espuma reafirma el temperamento del libro precedente. La mirada melancólica recrea una objetividad menos abstracta. Los referentes son más concretos. Se alude en general al hogar o al espacio exterior más íntimo: a la familia del hogar, a los objetos del hogar, a las pequeñas recurrencias en el hogar. La pregunta es retumbante: ¿Cómo habitar las ruinas de algo tan íntimo como el hogar a través de la distancia de la palabra, de la visión y del tacto? El título da indicios de una dialéctica que será insistente en el libro. La imagen permeable de la espuma se fija por mediación de su investidura humana. El hombre es lo que permanece hasta el punto de no estar en absoluto, salvo por su lejanía. El poeta, en el libro, permanece en el extrañamiento de cada objeto: “Esta es la casa abandonada: cada espacio, cada objeto, cada cosa/ irreconocibles, ajenos por el inclemente/ vigor de la carcoma/ se encaraman e interpelan…”. Desperdigados objetos que buscan la conjunción de una mirada única aquella que evoca la infancia en una fatigada voz que repite las mismas preguntas y afirmaciones que años de aparente experiencia y alejamiento han conferido. La pesantez paradójica de la espuma.

El último conjunto tal vez no lo he leído bien, tal vez obedezca a un capricho del autor.

Este no es un texto extraordinario como no lo es gran parte de proyectos poéticos actuales. Este es un texto que extraña lo ordinario, hace de su incapacidad épica un estilo del cansancio. Intuyo que la ruina obedece además de la experiencia devoradora del tiempo sobre la vida, a la experiencia devoradora de la reescritura sobre el texto. Recomiendo al lector una vez acabado el libro releer las “Palabras preliminares”; en la apelación del poeta a un lector imposible está el gesto de alguien que conoce muy bien la vacuidad y vanidad de sus materiales.


 


 



[1] Versión corregida. Reseña publicada por primera vez en Nuveliel. Revista de literatura y humanidades. Año 2. Nro 2, pp. 71-75.

[2] Estudió Literatura y Lingüística en la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa. Ha publicado Opalia (2019), Kazimir (2019), Réquiem (2022) y Papeles del dodo (Epilepsias) (2022).

[3] Benjamin, W. (2006). Obras, Libro I. Barcelona: Abado, p. 447.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Valeria Montes Pastor. Mariposa nocturna entre grietas y memoria

  MARIPOSA NOCTURNA ENTRE GRIETAS Y MEMORIA   [Entrevista a Valeria Montes Pastor [1] sobre su libro Oda a las polillas ]     Por...