MARROQUÍN LAZO, JIMMY: ELOGIO DE LA RUINA.
AREQUIPA, LA
TRAVESÍA EDITORA, 2018, 192 PP.[1]
Moisés Jiménez
Carbajal[2]
En las palabras preliminares de su poesía
reunida Elogio de la Ruina, Jimmy
Marroquín Lazo afirma: “toda escritura es y será siempre una reescritura, los
poemas son discursos que, si de algo han de jactarse, es de su transitoriedad o
de su caducidad (…)”. Con estas palabras se intenta justificar una práctica común
en esta clase de reediciones, la depuración y/o corrección de poemarios antes
publicados. Surge así el dilema de las fuentes de lo escrito y lo reescrito:
¿Cómo debe proceder el comentarista ante el prejuicio del texto primero, ante
sus huellas en lo reescrito y los indicios de ausencia o pervivencia en este
nuevo libro? Los límites del comentario nos obligan a delimitar este problema.
No nos atendremos a las primeras ediciones de los cuatro libros que componen
esta Poesía reunida. Los efectos de
este proceder son inmediatamente dos: la sensación de lo definitivo, es decir,
la incierta certeza de estar frente al cuadro acabado de años de incesante
proceso creativo; y la saludable ambigüedad de estar siempre –aún y sobre todo
en las correcciones– ante el texto originario y su transitoriedad permanente.
Jimmy Marroquín (1970) nació y creó gran
parte de su obra en la ciudad de Arequipa. Suele ubicársele temporalmente –a
usanza de una mala costumbre– en la generación de los 90. Hecho que no implica
que los problemas estéticos y sociales de esa época sean germen temático y
formal de su obra. Al menos no desde la perspectiva simplista de una causalidad
directa entre comunidad e individuo. Gran parte de la crítica de poesía peruana
ha obviado que el poeta y su temperamento trabajan con palabras y no con
bloques históricos. Las palabras y sus
configuraciones poemáticas son hechos históricos, recrean una nueva perspectiva
que cuestiona y transforma las historias (de una comunidad o tendencia
artística) más visibles u oficiales. Siempre ha habido subversiones sociales y
escisiones ideológicas –para confutar el prólogo de Juan Yufra a esta obra–, lo
estimulante es saber cómo esta obra documenta las minúsculas novedades de un
habla por esto singular. Este adjetivo es necesario. En Elogio de la ruina no estamos ante la gran obra que reúne y, aún más,
que crea las variadas perspectivas y problemas de un momento
históricofilosófico, estamos ante ese conjunto de obras que desde su sólida
unidad hace visible los problemas técnicos y éticos de la existencia y la
creación de un momento histórico. Los recrea y los ramifica aún más.
Parafraseando mal el final del citado prólogo de Yufra: El que lee este libro
corre un gran peligro. Cuidado, está a punto de volver una vez más.
La
obra reúne cuatro conjuntos de poemas: Dinámica
del fuego (1999), Teoría Angélica
(2006), Antropología de la espuma
(2008) y Apostillas del ser y del reflejo
(2010). Elogio de la ruina evoca un poema del mismo nombre de Raúl Deustua, no
es gratuito que la obra de Marroquín tenga similitudes estilísticas con una
serie de poetas peruanos cuyos materiales suelen ser similares o los mismos.
Decir que los poemas de Marroquín son poemas reflexivos o de pensamiento es
inscribirlo en una gran imprecisión crítica. Fuera de lo complejo de crear una
diferencia conceptual para este subgénero y, aún más, de reducir las
singularidades de cada poema por mor del membrete, es posible identificar la
diferencia de cada poema por el material que configura. El fuego, la relación
entre la visión y lo visible, la luz, la armonía, lo angélico, el tedio, etc.
son materiales cargados de ambiguos sentidos que abarcan, pero no agotan obras
como las de Martín Adán, Juan Ojeda, Raúl Deustua en Perú, o Enrique Lihn o
José Emilio Pacheco en Latinoamérica. Obviamente hay más, sin embargo, estos
son poetas (no sé si Deustua) que Marroquín ha leído, se intuye con fervor.
La
dialéctica de Dinámica del fuego no
se repetirá en los otros libros, al menos de modo tan manifiesto. Cada poema
presenta un modo en que la ubicuidad del fuego se hace presente. La ubicuidad
de su voracidad, del fulgor eufórico de cada instante. “Fuego es el aire y
fuego el tiempo que se instaura/ en la blanca preñez de la escritura”. Es
significativa esta ubicuidad en su “Cuestionamiento a Heráclito” El hecho de
que el rio y el rio de la vida transcurran en lo visible no implica una
transformación esencial. Hay un cielo y un rostro que siempre arden. No se
rebate a Heráclito, solo se lo cuestiona instau- rando la misma dialéctica que
sin embargo él también propugnó. El fuego como sustancia primera y última. El
mismo cielo y el mismo rostro destrizados por el escarbar del alma. Es una de
las ideas más importantes del libro: la ética de la escritura consiste en
escarbar esa mismidad del mundo, en el fuego que se encuentra y ha sido motivo
y causa final de su propio encuentro.
Teoría angélica es un título engañoso o al menos irónico. El autor ha
declarado que el libro fue motivado por la metáfora del ángel de la historia de
W. Benjamin. Es cierto, tal vez fue incitado por esa idea, pero la teoría que
aparenta desplegar el libro es un poco ajena a esa tesis benjaminiana. Más que
el ángel de la historia es la metáfora del ángel de la melancolía la que se
despliega en el texto. Dice Benjamin en su libro sobre el Trauerspiel: “su
representación [la tristeza, el luto, la duda] no se halla dedicada ni al
estado de sentimiento del poeta ni tampoco al del público, sino quizás de un
sentir que se desliga del sujeto empírico mientras que se vincula interiormente
a la plenitud de un objeto”[3].
El gran mérito de Teoría es mostrar
cómo la dinámica del tedio y de la duda inviste una y otra vez esos objetos
abstractos (la belleza, la hartura, la extrañeza, los sueños, etc.) que
Benjamin hubiera llamado alegóricos, pero que en nuestro contexto –ajeno del
todo al barroco cristiano– sería más adecuado llamar: motivos de reflexión o palabras
fuente. Es significativo y altamente sugerente la forma en que la mirada
melancólica del poeta insiste una y otra vez en configurar
cuestiones irresueltas, cuestiones alrededor de temas ya vacíos o que se hacen
notar vacíos. ¿Cómo hacer una elegía al gastado concepto de azar sin caer en
una profunda ironía? Pero la ironía no sugiere una sonrisa, sugiere más bien
cansancio. El “decidido antilirismo” del que hablaba Marroquín es un estado en
la escritura y no una propuesta de escritura. “Mis manos poseen hartura de los
enigmas: apenas vislumbran/ lo visible, lo sospechosamente visible/ y su
zozobra vital no me es ajena”. “Ángel del hartazgo” es una imagen más
inmediata, proviene del último escritor barroco de la literatura en español:
Martín Adán.
Así
también se nos muestran las ruinas. “Con harapos en los párpados, sin calma,
sin sangre /van los pocos que en este mundo fuimos…”. Con la invisibilidad que
devela la palabra. Quiero ser enfático en este punto, pues entender la
diferencia entre el proyecto benjaminiano y la teoría angélica del libro de
Marroquín acentuará el valor de su propuesta y/o estilo. La del poeta no es una
reivindicación de las ruinas, no es un visibilizar las ruinas de la historia; es
más bien un obrar con los restos despersonalizados de esas ruinas. Es el elogio
de esas palabras derruidas que solo pueden verse del modo en que la historia lo
dejó a sus ojos. Solo hay duda y no transformación. A esto alude el hartazgo de
este singular poemario, a una imposibilidad dolorosa y hasta cierto punto
tediosa.
Antropología de la espuma reafirma el temperamento del
libro precedente. La mirada melancólica recrea una objetividad menos abstracta.
Los referentes son más concretos. Se alude en general al hogar o al espacio
exterior más íntimo: a la familia del hogar, a los objetos del hogar, a las
pequeñas recurrencias en el hogar. La pregunta es retumbante: ¿Cómo habitar las
ruinas de algo tan íntimo como el hogar a través de la distancia de la palabra,
de la visión y del tacto? El título da indicios de una dialéctica que será
insistente en el libro. La imagen permeable de la espuma se fija por mediación
de su investidura humana. El hombre es lo que permanece hasta el punto de no
estar en absoluto, salvo por su lejanía. El poeta, en el libro, permanece en el
extrañamiento de cada objeto: “Esta es la casa abandonada: cada espacio, cada
objeto, cada cosa/ –irreconocibles,
ajenos por el inclemente/ vigor de la carcoma–/ se encaraman e
interpelan…”. Desperdigados objetos que buscan la conjunción de una mirada
única –aquella que evoca la infancia– en una fatigada voz que repite las mismas preguntas y
afirmaciones que años de aparente experiencia y alejamiento han conferido. La
pesantez paradójica de la espuma.
El
último conjunto tal vez no lo he leído bien, tal vez obedezca a un capricho del
autor.
Este
no es un texto extraordinario como no lo es gran parte de proyectos poéticos
actuales. Este es un texto que extraña lo ordinario, hace de su incapacidad
épica un estilo del cansancio. Intuyo que la ruina obedece además de la
experiencia devoradora del tiempo sobre la vida, a la experiencia devoradora de
la reescritura sobre el texto. Recomiendo al lector una vez acabado el libro releer
las “Palabras preliminares”; en la apelación del poeta a un lector imposible
está el gesto de alguien que conoce muy bien la vacuidad y vanidad de sus
materiales.
[1] Versión corregida. Reseña publicada por primera vez en
Nuveliel. Revista de literatura y
humanidades. Año 2. Nro 2, pp. 71-75.
[2] Estudió Literatura y Lingüística en
la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa. Ha publicado Opalia (2019), Kazimir (2019), Réquiem
(2022) y Papeles del dodo (Epilepsias)
(2022).
[3] Benjamin, W. (2006). Obras, Libro I. Barcelona: Abado, p. 447.
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