viernes, 29 de noviembre de 2024

Valeria Montes Pastor. Mariposa nocturna entre grietas y memoria

 

MARIPOSA NOCTURNA ENTRE GRIETAS Y MEMORIA

 

[Entrevista a Valeria Montes Pastor[1]
sobre su libro Oda a las polillas]

 

 

Por Edward Álvarez Yucra

 





Lo primero que me llama la atención es la figura de las polillas, que, dicho sea de paso, le otorgan una carga simbólica a la historia junto con muchos otros elementos. ¿Qué te transmiten estos insectos? ¿Qué encuentras en estas criaturas, las cuales muy bien has descrito en la novela como mariposas nocturnas?

 

Me gusta trabajar con simbolismos, sugerir las cosas. Desde niña he sentido fascinación por los insectos. De algún modo, siempre me ha atraído el mundo de lo minúsculo, de aquello que pasa desapercibido. Me conmueve todo lo pequeño y delicado. Siento un instinto por protegerlo, así como un deseo de ser protegida.

Las polillas evocan en mí muchas cosas. Las visualizo como las mascotas de toda casa acogedora. Las asocio con los muebles, la ropa y las despensas llenas; cosas que me parecen reconfortantes.

Aunque siempre las he relacionado con cosas buenas y las considero hermosas, sé que no todos las ven así. Me entristece pensar en cómo se parecen tanto a las mariposas, uno de los insectos favoritos de muchos y, aun así, son menospreciadas por sus colores opacos. Empatizo y me identifico con ellas. Al igual que yo, las polillas buscan la luz, a pesar de su oscuridad.

 

El exceso de oscuridad, tarde o temprano, trae luz…


Estoy de acuerdo. Esta afirmación me hace pensar en un tema de uno de mis artistas musicales favoritos: «A Little Trauma Can Be Illuminating, And I’m Shining Like The Sun». Creo que este sería el título perfecto para mi autobiografía. Puede que ahora resplandezca, pero es porque conocí la oscuridad.

 

He notado muchas pinceladas góticas, imágenes expresionistas y matices decadentistas; sobre todo en el enfoque de los espacios y objetos. No obstante, tal vez todo esto apunta especialmente a la sugestión del olvido. ¿Dirías que toda esta atmósfera nos lleva al olvido de la infancia y la inocencia? Viorica y sus muñecas me dejan esa sensación.

 

El olvido y la memoria han sido mis leitmotiv durante mucho tiempo. Incluso antes de decantarme por la escritura, exploré estas temáticas desde distintas ramas artísticas. Asimismo, me aferro mucho a la infancia como temática, pero también a mi propia infancia en general.

Entre los matices mencionados, añadiría que Oda a las polillas también tiene toques kitsch, naïve e incluso cursis. Es un canto a la niñez, una etapa sagrada, aunque nunca perfecta.

Cuando comencé a escribir Oda a las polillas, decidí que crearía algo para mí. Es por eso que todo lo que amo y me conmueve está presente en esta nouvelle, que considero un regalo para mí misma, incluyendo todas las versiones que he sido, desde la más pequeña. Es un «Para Valeria por Valeria», similar al «Para Julia de Burgos por Julia de Burgos» de «Voces para una nota sin paz», uno de mis poemas favoritos.

 

 ¿Qué puedes decir de tu infancia?

 

Podría decir que fue dulce, serena, triste y sola. Tengo recuerdos preciosos que atesoro en cofrecitos de mi mente. Es imposible no añorar esa época, a pesar de los problemas, que, de todos modos, llegaban a mí de manera suavizada, o de la tristeza que ya me acompañaba en ese entonces.

 

Por cierto, ¿cómo se te ocurrió el nombre de la protagonista?

 

Quería que su nombre fuera tan singular como ella. Mientras pensaba en qué nombre podría regalarle, decidí buscar nombres populares de Rumanía, país por el que siento gran fascinación. Fue ahí que encontré a Viorica, nombre relacionado con las flores violetas, los pétalos, el florecer y la primavera. Me gusta también que este nombre y el mío tengan la misma inicial, es un detalle entre la inmensidad de cosas que ambas compartimos.

 

¿Qué te fascina de Rumanía?

 

En general, me siento atraída por Europa del Este. Conecto mucho con la literatura y cine de esa región. Me siento maravillada por los paisajes y la arquitectura de estos países, sobre todo de Rumanía. Los monasterios y castillos son preciosos, al igual que las iglesias ortodoxas. Parte de este interés se debe también a la afinidad que siento por la obra de Emil Cioran, aunque sé que él era apátrida.

 

Me parece que Carlos Germán Belli tiene una frase perfecta para tu protagonista y su amor por rescatar antigüedades; la usó cuando hizo memoria del poeta italiano Dino Campano: «los raros también tienen el derecho de ser recordados».

 

Es una frase preciosa. Recuerdo que, cuando apenas estaba esbozando Oda a las polillas, escribí que sería un tributo a todo lo viejo, empolvado y olvidado; a todo lo que no importa, a todos los que no importamos. Concebí la nouvelle como un tributo a todos los ignorados, por lo que también es una oda a los solitarios, a los abandonados, a los marginados, a los extraños, a los trastornados y a los invisibles; a aquellos que, tal como las muñecas de Viorica, sentimos haber vivido en la basura, en el polvo y en la oscuridad.

 

En lo referente a las antigüedades, Pablo López-Carballo alude a la poética de Francis Ponge para dar a entender que le has dado voz a los objetos inanimados, cosa difícil en materia de escritura porque las palabras no son iguales a una fotografía o a una imagen del objeto mismo. Sin embargo, me gustaría matizar que esa voz proviene del impacto vital del tiempo. El tiempo que atraviesan los objetos y el tiempo que atraviesa a los objetos, eso en el fondo es lo que busca Viorica, a mi entender. Intenta llenar los vacíos de su vida con el tiempo ajeno, con las experiencias de terceros que recoge de álbumes fotográficos, cartas, entre otras cosas.

 

A lo largo de nuestra vida, influye el contacto que tenemos con los otros. Creo que todos moldeamos un poco la vida con quienes nos cruzamos. Creo también que los objetos propios o ajenos son personajes silenciosos que configuran una parte esencial de nuestras historias.

Tal vez caí en cuenta de la importancia de los objetos cuando, junto a mi hermano, tuve que desocupar la casa de mi infancia tras la muerte de mi mamá. La casa estaba llena de cosas que habían sido parte de su vida y, por ende, de la mía también. No pudimos llevarnos todo y tuve que dejar mucho atrás. Incluso hasta la fecha siento angustia al pensar en los objetos de los que me desprendí. Suelo preguntarme si la selección que hice fue la adecuada o si, para empezar, era necesario hacer una. A veces me mortifico pensando que tal vez había una manera de conservarlo todo, aunque sé bien que era imposible. Esa misma angustia la siento cuando pienso en todas las cosas mías que dejé atrás.

Yo también rescato objetos ajenos, como Viorica, y me gusta imaginar que, así como yo cuido muñecas, tazas, vestidos y fotografías de otros, alguien hace lo mismo con las cosas mías que quedaron desperdigadas a lo largo de mi existencia.

 

Por eso Antonio Porchia sentenció en uno de sus aforismos: «Se vive con la esperanza de llegar a ser un recuerdo». Al final somos lo que dejamos para un otro externo a nosotros, por más que tales o cuales cosas hayan sido exclusivamente nuestras.

 

En efecto, somos lo que dejamos. Aunque quizá nuestros nombres se desvanezcan, las cosas que algún día fueron nuestras perdurarán desperdigadas. Me gusta cuidar cosas ajenas, anónimas.

Para mis primeras dos presentaciones de Oda a las polillas, llevé un vestido de novia vintage que compré en línea desde Lituania. Fue muy simbólico para mí. Ese vestido conectó a dos mujeres de distintas épocas en los días más especiales de su vida. Quizá ella, mientras se casaba en los sesenta o setenta, jamás habría imaginado que su vestido pararía al otro lado del mundo ni que significaría tanto para una desconocida.

 

Coincido mucho con una reflexión entre los pasajes de la novela. Hay un momento en el que se menciona la fragilidad humana, aquellas grietas que todos tenemos en algún momento de nuestras vidas y se acrecientan con el paso del tiempo; hecho que también está presente en las muñecas rotas. Me lleva a considerar la naturaleza imperfecta y mortal del ser humano, lo cual también tiene un empalme con la atmósfera lúgubre y decadente, pues testifica sobre esa imperfección desde los espacios más íntimos.

 

Desde muy pequeña, he sido testigo de la fragilidad humana, tanto en otras personas como en mí misma. Por algún motivo, las enfermedades han sido siempre algo que he tenido que ver muy de cerca. Conecto mucho con el tema de la enfermedad y hace poco noté que todos los personajes de Oda a las polillas cargan con alguna dolencia.

A veces pienso que esta nouvelle nació del sentirme destrozada. A lo largo de la vida, me he sentido atrapada en mi propio cuerpo y mente, viviendo días que podrían resumirse en: despertar destrozada, recoger los pedazos de mí, salir al mundo y regresar a casa para colapsar. Era como si cada día mi cabeza rodara, desprendiéndose de mi cuello, mientras mis extremidades se desmembraban una a una. Los días pasaban conmigo hecha trizas en el suelo mirando a la nada, preguntándome cómo haría para ponerme en pie al día siguiente. No me percibo tan distinta de las muñecas rotas que habitan las páginas de Oda a las polillas.

Esa atmósfera lúgubre, decadente, pesimista, fatalista y trágica que atraviesa la historia no es más que una extensión de mi propia percepción de la vida.

 

Cuéntame más sobre las conexiones con el tema de la enfermedad.

 

Mi primer contacto con la enfermedad fue a los cinco o seis años, cuando a mi madre le diagnosticaron cáncer cerebral. A pesar de recuperarse, tuvo una recaída que acabó con ella años después. Además de lo que viví con mi madre sus operaciones, sus ataques epilépticos, su eventual estado vegetal y tantas cosas más―, he presenciado a lo largo de mi vida distintos tipos de afecciones, desde enfermedades huérfanas hasta problemas crónicos, malformaciones y condiciones de salud mental.

No quisiera detallar mis diagnósticos clínicos por ahora, pero me he sentido enferma por más de una década. Era imposible imaginar un futuro para mí. Incluso ahora, me cuesta vislumbrarlo de vez en cuando.

 

Creo que descubrir esas grietas, esas dolencias, es necesario para acercarnos mejor a otros. Cuando uno se da cuenta de que no es el único que está herido, comienza a regenerarse. No quiero idealizar las cosas y sugerir que no hay una depresión producida al ver sufrir a otros, pero tal vez esa conmiseración, ese duelo, nos permite muchas veces ver la luz que también buscan las polillas.

 

Hay un fragmento de La vida es sueño que siempre me conmueve. Es un monólogo que entona Rosaura tras oír las penas de Segismundo:

 

Quejoso de la fortuna,

yo en este mundo vivía,

y cuando entre mí decía:

«¿habrá otra persona alguna

de suerte más importuna?»,

piadoso me has respondido,

pues, volviendo en mi sentido,

hallo que las penas mías,

para hacerlas tú alegrías,

las hubieras recogido.

Y por si acaso mis penas

pueden aliviarte en parte,

óyelas atento y toma

las que dellas me sobraren.

 

Creo que este fragmento representa de manera hermosa esos momentos en los que conectamos con el otro a través de nuestros dolores. No hablo mucho ni tengo muchos amigos, pero, cuando en mis interacciones se da esa conexión, es como si algo se alumbrara.

 

¿Por qué usaste el nombre de Villa Hermosa de Nuestra Señora de la Asunta en lugar de Arequipa para referirte al escenario en el que transcurre la novela?

 

Mi intención no era presentar una Arequipa precisa, sino exteriorizar mi mundo interno, impregnado por los lugares que he visitado, especialmente de Arequipa, donde he pasado la mayor parte de mi vida. Por ello, el espacio que compongo en Oda a las polillas está cimentado en mi propia percepción. Preferí utilizar el primer nombre de fundación española de la ciudad, Villa Hermosa de Nuestra Señora de la Asunta, para sugerir que este escenario es Arequipa, quizá no la de todos, pero sí la mía. Siento que elegir este nombre también ayudó a cristalizar el aura vetusta y anacrónica que quería plasmar en la nouvelle.

 

La novela se divide en dos partes. Una titulada «Oda a las polillas» y otra llamada «Reminiscencias». La primera se muestra como el contenido substancial de la historia, mientras la segunda parece una suerte de complemento opcional. ¿Por qué adoptaste esta división?

 

«Oda a las polillas» fue la primera parte que escribí. Debido a las distintas condiciones que se dieron en ese momento, pude enfrascarme en lo más profundo de mi mundo interior. Estaba aislada, gozando de un éxtasis creativo del cual no podía ni quería salir.

Al poco tiempo de finalizar la nouvelle, las circunstancias cambiaron. Sentí que la vida me arrancó de mi embeleso y me soltó en el exterior. Aun así, escapaba a esa maqueta mental que había creado para «Oda a las polillas» y paseaba con Viorica de la mano. No podía desconectarme, sobre todo porque se volvió parte de mi rutina transitar a diario la avenida que inspiró Los Olvidos. Estaba atrapada en ese mundo, intentando, sin mucho éxito, contactar con los otros. Me generaban tanta fascinación como extrañeza. Comencé a plasmar mis impresiones de esa experiencia con frases, poemas o palabras. Esos fueron los primeros borradores de «Reminiscencias».

Creo que «Oda a las polillas» y «Reminiscencias» reflejan cómo me encontraba en el momento en que escribí cada apartado. En «Oda a las polillas», la interacción humana es casi inexistente. Esta parte se centra más en la relación de Viorica con los objetos y el espacio. En «Reminiscencias», se exploran los vínculos de Viorica con otros seres humanos. Se muestra su concepción del amor y, además, cómo es recordada o percibida por otras personas.

 

Es curioso saber que te encontraste en un éxtasis creativo, pues esta obra fue concebida en un posgrado de Escritura Creativa de la Universidad de La Rioja. Cultivar la imaginación en la academia pareciera una antítesis grande, pero dime, ¿en qué crees que se distingue un escritor que no ha pasado por este lado de la academia de uno que lo ha hecho?

 

No creo que la academia defina al escritor. Lo que realmente determina la calidad de su obra es lo que hace para cultivarse a sí mismo. Durante el posgrado en Escritura Creativa, descubrí un modelo educativo que desconocía y que se adaptaba perfectamente a mí. Cada estudiante elaboraba su propio conocimiento. Siempre se nos presentaban distintos puntos de vista, diferentes maneras de concebir la escritura.

Los profesores eran, además de grandes académicos, escritores, lo que les permitía equilibrar la teoría con la creatividad. Cada semana proponían ejercicios que me llevaban a escribir de formas que jamás habría imaginado. También leí muchísimo, lo que incrementó mi bagaje literario y desarrolló en mí una mayor sensibilidad. Fue un año prolífico, en el que experimenté y exploré profundamente como autora.

 

A lo largo de la narración, citas poemas de Carlos Augusto Salaverry, Christina Rossetti y John Clare. Si debo ser sincero, me encanta el poema de Salaverry, pues cierra perfectamente la primera parte y me deja una imagen que, en lo personal, me hubiese gustado que sea el final definitivo de la obra. ¿Dirías que la poesía te ha servido para narrar? ¿Qué tiene la poesía para darle a la narrativa? Lo pregunto porque me consta que son lenguajes diferentes, pero la intersección suele darse en la poesía en prosa y la prosa poética.

 

En definitiva, la poesía me ha ayudado a narrar. Tengo ideales estéticos con mi escritura. Asimismo, colindar con la poesía me permite jugar con la creación de figuras retóricas y la composición de imágenes.

Considero que todo lo que llega a mí me ayuda a crear de una forma u otra, tanto las experiencias reales como los productos artísticos. Para mi escritura, sería dañino catalogar todo, encasillarme o arraigarme a la separación de géneros. Considero que siempre he tenido un matiz híbrido. Es crucial para mí mantener siempre contacto con distintas ramas artísticas y, dentro de esas ramas, con los diferentes estilos, temáticas y vanguardias.

Mis referentes son vastos y siento que eso es lo que enriquece mis obras, al igual que el empirismo obtenido tras experimentar con otras disciplinas. En cuanto a la creación de Oda a las polillas, en definitiva, la poesía me inspiró, pero también lo hicieron la música, el cine, las artes visuales e incluso la alta costura.


¿Y el teatro? 

 

También. A veces olvido mencionarlo, aunque me dediqué a esta disciplina por años. Hace mucho que no voy al teatro, y mucho menos actúo. Sin embargo, aún conservo mi interés por la dramaturgia. Eugene O'Neill y Tennessee Williams son de mis autores favoritos. De la dramaturgia me apropio la composición de atmósferas y espacios. Creo que en Oda a las polillas se puede notar un aura teatral.

 

¿Qué autores de habla hispana, análogos al género que has trabajado en esta obra, recomiendas leer?

 

No estoy segura de qué tan análogos a Oda a las polillas puedan ser los autores que mencionaré. No suelo limitarme por géneros ni etiquetas al momento de leer o escribir. Sin embargo, recomendaría a Zoé Valdés, quien es mi autora favorita, así como a Patricia de Souza, Rosario Ferré y Julia de Burgos. Me siento conmovida e inspirada por ellas, independientemente de si sus estilos son similares o diferentes entre sí, o en relación con el mío.

 

¿Qué otros proyectos vienen después de esta hermosa ópera prima?

 

El adjetivo que utilizas me emociona. Es una motivación para seguir compartiendo mi mundo interno. Aún tengo mucho que contar. He comenzado a escribir mi segundo libro. Todavía no sé si será una obra de teatro o una novela. Estoy experimentando, pero ya tengo clara la idea. Algunos referentes para este nuevo libro son La campana de cristal, Nación Prozac y Mi año de descanso y relajación.

 

 

 

 

27 de noviembre del 2024










[1] Valeria Montes Pastor es una artista interdisciplinaria criada en Arequipa. Pertenece a la primera promoción de la carrera de Artes Escénicas de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Es magíster en Escritura Creativa por la Universidad Internacional de la Rioja (España). Su exploración artística, además de la escritura, abarca disciplinas como el cine, la fotografía, las artes performativas, el arte textil y el anticuarismo.

Como autora literaria, participó en la selección Ellas escriben (exploran, imaginan, se atreven). Muestrario 2023 del laboratorio de escritura dictado por Kathy Serrano, publicado online bajo el sello editorial del Centro Cultural Petroperú. Asimismo, es una de las autoras de la antología XIII exhumaciones extraordinarias Poe (2024), que tuvo a José Donayre Hoefken como editor y curador.

Instagram: @l.e.r.i.t.a 

sábado, 2 de noviembre de 2024

«Me duelen los ataques» y otros poemas de Fiorella Terrazas



«ME DUELEN LOS ATAQUES»
Y OTROS POEMAS

 

 

Fiorella Terrazas[1]

 

 


 

SOMOS UNA SOCIEDAD QUE SE REFOCILA EN LAS MUERTES

 

Tiraron barro a su ventana

y repitieron mi nombre

mezclando vinilos en discontinuidad,

el barro y mi nombre,

mi nombre es barro.

 

Perdiendo

y otra vez perdiendo

no sabía que estaba audicionando

para el papel masculino en tu drama.

 

Las oraciones no pueden crear el milagro.

 

 

 

EL ÉXITO EN INTERNET ES INVERSAMENTE PROPORCIONAL A LA SOCIABILIDAD ENTRE SERES HUMANOS

Prefiero un rato sabio que mil horas de shit mental.

 

Creo un limbo donde mi yo es un espectro estimulado,

me voy a ver el Rímac y desconectar

y las poetas bimbo dan de comer a las tortugas

al ritmo de una mezcla moderna de bocinas en la autopista,

leen novelas cuyos títulos guardan celosamente en secreto.

 

Fuman mucho en la pipa que compran al por mayor

con el dinero de la venta de sus libros,

se vuelven fotógrafas mentales,

pasean y capturan los mejores ángulos de gatos

y perros en las calles cerca de casa.

 

Sacan la basura acumulada por meses,

solo papeles rotos de mediocres escritos sin valor.

 

 

 

ME DUELEN LOS ATAQUES. El ántrax se adueña de su patente. Yo todavía no tengo participación en mis patógenos, me encantaría empezar una correspondencia eterna con algún amigo que se apunte. Es un misterio invertir a ciegas. Leer demasiada economía también te hace menos héroe. Menos sensorial. Necesito una insulina con el check de verificación para no irme en picada. Llevo años defendiendo mi lugar, desde 1996 bebo chicha heladita. Aprendo de mis abuelitas. No les prometo un final feliz. Me considero pesimista como Cesar Hildebrant. Lucho también contra la depresión que me toca las ventanas cerradas de mi casa. Hoy en día esto no puede ser problema. Las condenas de muerte son científicas. No exactas. Secreto de mi páncreas animal fantasmal. En mis encimas me extraen unos cuernos de alce. Quiero ser libre como un perro del mercado. Seguro. Forrarme en dólares húmedos. Pero ¿Se puede o no? Decidí no hacerlo. Decidí no hacerlo. Decido el no control. No necesito patentes de dólar. Voy a pararme en el cerro a cantar. Llorar y reír con mis compañeras comprensivas. Pero desde 1996. En ese tiempo se necesitaban densos mililitros de gaseosa chiki. Flujos ilimitados de insulina. Antrax aparente dueña de su vacuna. Fabrico mi vacuna. Demora mucho el proceso.

 




[1] Fiorella Terrazas Espinoza, a.k.a. Fioloba (Lima, 1990). Contadora y comunicadora. Ha publicado Cam Girl y otros poemas (Dulzorada, 2021), volumen que reúne su poesía del 2017 al 2021. Asimismo, fue integrante de la Antifil y de Plástico. Revista Virtual de Literatura (México). Ha publicado fanzines desde el 2010. Actualmente, hace videopoesía.

Valeria Montes Pastor. Mariposa nocturna entre grietas y memoria

  MARIPOSA NOCTURNA ENTRE GRIETAS Y MEMORIA   [Entrevista a Valeria Montes Pastor [1] sobre su libro Oda a las polillas ]     Por...