MARIPOSA NOCTURNA ENTRE GRIETAS Y
MEMORIA
[Entrevista a Valeria Montes Pastor[1]
sobre su libro Oda a las polillas]
Por Edward Álvarez Yucra
Lo primero que me llama la atención es la figura de las
polillas, que, dicho sea de paso, le otorgan una carga simbólica a la historia
junto con muchos otros elementos. ¿Qué te transmiten estos insectos? ¿Qué
encuentras en estas criaturas, las cuales muy bien has descrito en la novela
como mariposas nocturnas?
Me gusta trabajar con simbolismos,
sugerir las cosas. Desde niña he sentido fascinación por los insectos. De algún
modo, siempre me ha atraído el mundo de lo minúsculo, de aquello que pasa
desapercibido. Me conmueve todo lo pequeño y delicado. Siento un instinto por
protegerlo, así como un deseo de ser protegida.
Las polillas evocan en mí muchas
cosas. Las visualizo como las mascotas de toda casa acogedora. Las asocio con
los muebles, la ropa y las despensas llenas; cosas que me parecen
reconfortantes.
Aunque siempre las he relacionado
con cosas buenas y las considero hermosas, sé que no todos las ven así. Me
entristece pensar en cómo se parecen tanto a las mariposas, uno de los insectos
favoritos de muchos y, aun así, son menospreciadas por sus colores opacos.
Empatizo y me identifico con ellas. Al igual que yo, las polillas buscan la
luz, a pesar de su oscuridad.
El exceso de oscuridad, tarde o temprano, trae luz…
Estoy de acuerdo. Esta afirmación me
hace pensar en un tema de uno de mis artistas musicales favoritos: «A Little Trauma Can Be Illuminating,
And I’m Shining Like The Sun». Creo que este sería el título perfecto para mi
autobiografía. Puede que ahora resplandezca, pero es porque conocí la oscuridad.
He notado muchas pinceladas góticas, imágenes expresionistas
y matices decadentistas; sobre todo en el enfoque de los espacios y objetos. No
obstante, tal vez todo esto apunta especialmente a la sugestión del olvido.
¿Dirías que toda esta atmósfera nos lleva al olvido de la infancia y la
inocencia? Viorica y sus muñecas me dejan esa sensación.
El olvido y la memoria han sido mis leitmotiv durante mucho tiempo. Incluso
antes de decantarme por la escritura, exploré estas temáticas desde distintas
ramas artísticas. Asimismo, me aferro mucho a la infancia como temática, pero
también a mi propia infancia en general.
Entre los matices mencionados,
añadiría que Oda a las polillas
también tiene toques kitsch, naïve e incluso cursis. Es un canto a la
niñez, una etapa sagrada, aunque nunca perfecta.
Cuando comencé a escribir Oda a las polillas, decidí que crearía
algo para mí. Es por eso que todo lo que amo y me conmueve está presente en
esta nouvelle, que considero un
regalo para mí misma, incluyendo todas las versiones que he sido, desde la más
pequeña. Es un «Para Valeria por Valeria», similar al «Para Julia de Burgos por
Julia de Burgos» de «Voces para una nota sin paz», uno de mis poemas favoritos.
¿Qué puedes decir de tu infancia?
Podría decir que fue dulce, serena,
triste y sola. Tengo recuerdos
preciosos que atesoro en cofrecitos de mi mente. Es imposible no añorar esa
época, a pesar de los problemas, que, de todos modos, llegaban a mí de manera
suavizada, o de la tristeza que ya me acompañaba en ese entonces.
Por cierto, ¿cómo se te ocurrió el nombre de la
protagonista?
Quería que su nombre fuera tan
singular como ella. Mientras pensaba en qué nombre podría regalarle, decidí
buscar nombres populares de Rumanía, país por el que siento gran fascinación.
Fue ahí que encontré a Viorica, nombre relacionado con las flores violetas, los
pétalos, el florecer y la primavera. Me gusta también que este nombre y el mío
tengan la misma inicial, es un detalle entre la inmensidad de cosas que ambas
compartimos.
¿Qué te fascina de Rumanía?
En general, me siento atraída por
Europa del Este. Conecto mucho con la literatura y cine de esa región. Me
siento maravillada por los paisajes y la arquitectura de estos países, sobre
todo de Rumanía. Los monasterios y castillos son preciosos, al igual que las
iglesias ortodoxas. Parte de este interés se debe también a la afinidad que
siento por la obra de Emil Cioran, aunque sé que él era apátrida.
Me parece que Carlos Germán Belli tiene una frase perfecta
para tu protagonista y su amor por rescatar antigüedades; la usó cuando hizo
memoria del poeta italiano Dino Campano: «los raros también tienen el derecho
de ser recordados».
Es una frase preciosa. Recuerdo que,
cuando apenas estaba esbozando Oda a las
polillas, escribí que sería un tributo a todo lo viejo, empolvado y
olvidado; a todo lo que no importa, a todos los que no importamos. Concebí la nouvelle como un tributo a todos los
ignorados, por lo que también es una oda a los solitarios, a los abandonados, a
los marginados, a los extraños, a los trastornados y a los invisibles; a
aquellos que, tal como las muñecas de Viorica, sentimos haber vivido en la
basura, en el polvo y en la oscuridad.
En lo referente a las antigüedades, Pablo López-Carballo
alude a la poética de Francis Ponge para dar a entender que le has dado voz a
los objetos inanimados, cosa difícil en materia de escritura porque las
palabras no son iguales a una fotografía o a una imagen del objeto mismo. Sin
embargo, me gustaría matizar que esa voz proviene del impacto vital del tiempo.
El tiempo que atraviesan los objetos y el tiempo que atraviesa a los objetos,
eso en el fondo es lo que busca Viorica, a mi entender. Intenta llenar los
vacíos de su vida con el tiempo ajeno, con las experiencias de terceros que
recoge de álbumes fotográficos, cartas, entre otras cosas.
A lo largo de nuestra vida, influye
el contacto que tenemos con los otros. Creo que todos moldeamos un poco la vida
con quienes nos cruzamos. Creo también que los objetos propios o ajenos son
personajes silenciosos que configuran una parte esencial de nuestras historias.
Tal vez caí en cuenta de la
importancia de los objetos cuando, junto a mi hermano, tuve que desocupar la
casa de mi infancia tras la muerte de mi mamá. La casa estaba llena de cosas
que habían sido parte de su vida y, por ende, de la mía también. No pudimos
llevarnos todo y tuve que dejar mucho atrás. Incluso hasta la fecha siento
angustia al pensar en los objetos de los que me desprendí. Suelo preguntarme si
la selección que hice fue la adecuada o si, para empezar, era necesario hacer
una. A veces me mortifico pensando que tal vez había una manera de conservarlo
todo, aunque sé bien que era imposible. Esa misma angustia la siento cuando
pienso en todas las cosas mías que dejé atrás.
Yo también rescato objetos ajenos,
como Viorica, y me gusta imaginar que, así como yo cuido muñecas, tazas,
vestidos y fotografías de otros, alguien hace lo mismo con las cosas mías que
quedaron desperdigadas a lo largo de mi existencia.
Por eso Antonio Porchia sentenció en uno de sus aforismos:
«Se vive con la esperanza de llegar a ser un recuerdo». Al final somos lo que
dejamos para un otro externo a nosotros, por más que tales o cuales cosas hayan
sido exclusivamente nuestras.
En efecto, somos lo que dejamos. Aunque
quizá nuestros nombres se desvanezcan, las cosas que algún día fueron nuestras
perdurarán desperdigadas. Me gusta cuidar cosas ajenas, anónimas.
Para mis primeras dos presentaciones
de Oda a las polillas, llevé un
vestido de novia vintage que compré
en línea desde Lituania. Fue muy simbólico para mí. Ese vestido conectó a dos
mujeres de distintas épocas en los días más especiales de su vida. Quizá ella,
mientras se casaba en los sesenta o setenta, jamás habría imaginado que su
vestido pararía al otro lado del mundo ni que significaría tanto para una
desconocida.
Coincido mucho con una reflexión entre los pasajes de la
novela. Hay un momento en el que se menciona la fragilidad humana, aquellas
grietas que todos tenemos en algún momento de nuestras vidas y se acrecientan
con el paso del tiempo; hecho que también está presente en las muñecas rotas.
Me lleva a considerar la naturaleza imperfecta y mortal del ser humano, lo cual
también tiene un empalme con la atmósfera lúgubre y decadente, pues testifica
sobre esa imperfección desde los espacios más íntimos.
Desde muy pequeña, he sido testigo
de la fragilidad humana, tanto en otras personas como en mí misma. Por algún
motivo, las enfermedades han sido siempre algo que he tenido que ver muy de cerca.
Conecto mucho con el tema de la enfermedad y hace poco noté que todos los
personajes de Oda a las polillas
cargan con alguna dolencia.
A veces pienso que esta nouvelle nació del sentirme destrozada.
A lo largo de la vida, me he sentido atrapada en mi propio cuerpo y mente,
viviendo días que podrían resumirse en: despertar destrozada, recoger los
pedazos de mí, salir al mundo y regresar a casa para colapsar. Era como si cada
día mi cabeza rodara, desprendiéndose de mi cuello, mientras mis extremidades se
desmembraban una a una. Los días pasaban conmigo hecha trizas en el suelo
mirando a la nada, preguntándome cómo haría para ponerme en pie al día
siguiente. No me percibo tan distinta de las muñecas rotas que habitan las
páginas de Oda a las polillas.
Esa atmósfera lúgubre, decadente,
pesimista, fatalista y trágica que atraviesa la historia no es más que una
extensión de mi propia percepción de la vida.
Cuéntame más sobre las conexiones con el tema de la
enfermedad.
Mi primer contacto con la enfermedad
fue a los cinco o seis años, cuando a mi madre le diagnosticaron cáncer
cerebral. A pesar de recuperarse, tuvo una recaída que acabó con ella años
después. Además de lo que viví con mi madre ―sus operaciones, sus ataques
epilépticos, su eventual estado vegetal y tantas cosas más―, he presenciado a lo largo de mi
vida distintos tipos de afecciones, desde enfermedades huérfanas hasta
problemas crónicos, malformaciones y condiciones de salud mental.
No quisiera detallar mis
diagnósticos clínicos por ahora, pero me he sentido enferma por más de una
década. Era imposible imaginar un futuro para mí. Incluso ahora, me cuesta
vislumbrarlo de vez en cuando.
Creo que descubrir esas grietas, esas dolencias, es
necesario para acercarnos mejor a otros. Cuando uno se da cuenta de que no es
el único que está herido, comienza a regenerarse. No quiero idealizar las cosas
y sugerir que no hay una depresión producida al ver sufrir a otros, pero tal
vez esa conmiseración, ese duelo, nos permite muchas veces ver la luz que también
buscan las polillas.
Hay un fragmento de La vida es sueño que siempre me
conmueve. Es un monólogo que entona Rosaura tras oír las penas de Segismundo:
Quejoso de la fortuna,
yo en este mundo vivía,
y cuando entre mí decía:
«¿habrá otra persona alguna
de suerte más importuna?»,
piadoso me has respondido,
pues, volviendo en mi sentido,
hallo que las penas mías,
para hacerlas tú alegrías,
las hubieras recogido.
Y por si acaso mis penas
pueden aliviarte en parte,
óyelas atento y toma
las que dellas me sobraren.
Creo que este fragmento representa
de manera hermosa esos momentos en los que conectamos con el otro a través de
nuestros dolores. No hablo mucho ni tengo muchos amigos, pero, cuando en mis
interacciones se da esa conexión, es como si algo se alumbrara.
¿Por qué usaste el nombre de Villa Hermosa de Nuestra Señora
de la Asunta en lugar de Arequipa para referirte al escenario en el que
transcurre la novela?
Mi intención no era presentar una
Arequipa precisa, sino exteriorizar mi mundo interno, impregnado por los
lugares que he visitado, especialmente de Arequipa, donde he pasado la mayor
parte de mi vida. Por ello, el espacio que compongo en Oda a las polillas está cimentado en mi propia percepción. Preferí
utilizar el primer nombre de fundación española de la ciudad, Villa Hermosa de
Nuestra Señora de la Asunta, para sugerir que este escenario es Arequipa, quizá
no la de todos, pero sí la mía. Siento que elegir este nombre también ayudó a
cristalizar el aura vetusta y anacrónica que quería plasmar en la nouvelle.
La novela se divide en dos partes. Una titulada «Oda a las polillas» y otra llamada «Reminiscencias». La primera se muestra como el
contenido substancial de la historia, mientras la segunda parece una suerte de
complemento opcional. ¿Por qué adoptaste esta división?
«Oda a las polillas» fue la primera parte que escribí.
Debido a las distintas condiciones que se dieron en ese momento, pude
enfrascarme en lo más profundo de mi mundo interior. Estaba aislada, gozando de
un éxtasis creativo del cual no podía ni quería salir.
Al poco tiempo de finalizar la nouvelle, las circunstancias cambiaron.
Sentí que la vida me arrancó de mi embeleso y me soltó en el exterior. Aun así,
escapaba a esa maqueta mental que había creado para «Oda
a las polillas» y paseaba con Viorica de la mano.
No podía desconectarme, sobre todo porque se volvió parte de mi rutina
transitar a diario la avenida que inspiró Los Olvidos. Estaba atrapada en ese
mundo, intentando, sin mucho éxito, contactar con los otros. Me generaban tanta
fascinación como extrañeza. Comencé a plasmar mis impresiones de esa
experiencia con frases, poemas o palabras. Esos fueron los primeros borradores
de «Reminiscencias».
Creo que «Oda
a las polillas» y «Reminiscencias»
reflejan cómo me encontraba en el momento en que escribí cada apartado. En «Oda
a las polillas», la interacción humana es casi
inexistente. Esta parte se centra más en la relación de Viorica con los objetos
y el espacio. En «Reminiscencias»,
se exploran los vínculos de Viorica con otros seres humanos. Se muestra su
concepción del amor y, además, cómo es recordada o percibida por otras
personas.
Es curioso saber que te encontraste
en un éxtasis creativo, pues esta obra fue concebida en un posgrado de
Escritura Creativa de la Universidad de La Rioja. Cultivar la imaginación en la
academia pareciera una antítesis grande, pero dime, ¿en qué crees que se
distingue un escritor que no ha pasado por este lado de la academia de uno que
lo ha hecho?
No creo que la academia defina al
escritor. Lo que realmente determina la calidad de su obra es lo que hace para
cultivarse a sí mismo. Durante el posgrado en Escritura Creativa, descubrí un
modelo educativo que desconocía y que se adaptaba perfectamente a mí. Cada
estudiante elaboraba su propio conocimiento. Siempre se nos presentaban
distintos puntos de vista, diferentes maneras de concebir la escritura.
Los profesores eran, además de
grandes académicos, escritores, lo que les permitía equilibrar la teoría con la
creatividad. Cada semana proponían ejercicios que me llevaban a escribir de
formas que jamás habría imaginado. También leí muchísimo, lo que incrementó mi
bagaje literario y desarrolló en mí una mayor sensibilidad. Fue un año
prolífico, en el que experimenté y exploré profundamente como autora.
A lo largo de la narración, citas poemas de Carlos Augusto
Salaverry, Christina Rossetti y John Clare. Si debo ser sincero, me encanta el
poema de Salaverry, pues cierra perfectamente la primera parte y me deja una
imagen que, en lo personal, me hubiese gustado que sea el final definitivo de
la obra. ¿Dirías que la poesía te ha servido para narrar? ¿Qué tiene la poesía
para darle a la narrativa? Lo pregunto porque me consta que son lenguajes
diferentes, pero la intersección suele darse en la poesía en prosa y la prosa
poética.
En definitiva, la poesía me ha
ayudado a narrar. Tengo ideales estéticos con mi escritura. Asimismo, colindar
con la poesía me permite jugar con la creación de figuras retóricas y la
composición de imágenes.
Considero que todo lo que llega a mí
me ayuda a crear de una forma u otra, tanto las experiencias reales como los
productos artísticos. Para mi escritura, sería dañino catalogar todo,
encasillarme o arraigarme a la separación de géneros. Considero que siempre he
tenido un matiz híbrido. Es crucial para mí mantener siempre contacto con
distintas ramas artísticas y, dentro de esas ramas, con los diferentes estilos,
temáticas y vanguardias.
Mis referentes son vastos y siento
que eso es lo que enriquece mis obras, al igual que el empirismo obtenido tras
experimentar con otras disciplinas. En cuanto a la creación de Oda a las polillas, en definitiva, la
poesía me inspiró, pero también lo hicieron la música, el cine, las artes
visuales e incluso la alta costura.
También. A veces olvido mencionarlo,
aunque me dediqué a esta disciplina por años. Hace mucho que no voy al teatro,
y mucho menos actúo. Sin embargo, aún conservo mi interés por la dramaturgia.
Eugene O'Neill y Tennessee Williams son de mis autores favoritos. De la
dramaturgia me apropio la composición de atmósferas y espacios. Creo que en Oda a las polillas se puede notar un
aura teatral.
¿Qué autores de habla hispana, análogos al género que has
trabajado en esta obra, recomiendas leer?
No estoy segura de qué tan análogos
a Oda a las polillas puedan ser los
autores que mencionaré. No suelo limitarme por géneros ni etiquetas al momento
de leer o escribir. Sin embargo, recomendaría a Zoé Valdés, quien es mi autora
favorita, así como a Patricia de Souza, Rosario Ferré y Julia de Burgos. Me
siento conmovida e inspirada por ellas, independientemente de si sus estilos
son similares o diferentes entre sí, o en relación con el mío.
¿Qué otros proyectos vienen después de esta hermosa ópera
prima?
El adjetivo que utilizas me
emociona. Es una motivación para seguir compartiendo mi mundo interno. Aún
tengo mucho que contar. He comenzado a escribir mi segundo libro. Todavía no sé
si será una obra de teatro o una novela. Estoy experimentando, pero ya tengo
clara la idea. Algunos referentes para este nuevo libro son La campana de cristal, Nación Prozac y Mi año de descanso y relajación.
27 de noviembre del 2024
[1] Valeria
Montes Pastor es una artista interdisciplinaria criada en Arequipa. Pertenece a
la primera promoción de la carrera de Artes Escénicas de la Universidad Peruana
de Ciencias Aplicadas. Es magíster en Escritura Creativa por la Universidad
Internacional de la Rioja (España). Su exploración artística, además de la
escritura, abarca disciplinas como el cine, la fotografía, las artes
performativas, el arte textil y el anticuarismo.
Como autora literaria, participó en
la selección Ellas escriben (exploran, imaginan,
se atreven). Muestrario 2023 del
laboratorio de escritura dictado por Kathy Serrano, publicado online bajo
el sello editorial del Centro Cultural Petroperú. Asimismo, es una de las
autoras de la antología XIII exhumaciones
extraordinarias Poe (2024), que tuvo a José Donayre Hoefken como editor y
curador.
Instagram: @l.e.r.i.t.a