miércoles, 11 de junio de 2025

Marco Cárdenas. Furor y erotismo desde Ayacucho

 

FUROR Y EROTISMO DESDE AYACUCHO

 

[Entrevista a Marco Cárdenas[1]
sobre su libro Donde hablan los muertos]

 

 

 

Por Edward Álvarez Yucra

 




 

En una entrevista para el Diario Jornada, el año anterior, mencionó que le había tomado alrededor de diez años escribir Donde hablan los muertos. ¿Cuáles fueron las partes más difíciles de concretar en esta obra? ¿Qué capítulos tomaron más tiempo? ¿Fue complicado adquirir toda la documentación necesaria? ¿O acaso lo que demoró más fue la reescritura, corrección y edición del manuscrito?

 

Efectivamente, me tomó casi diez años escribir esta novela. Debido a que más de la mitad de la historia está ambienta a inicios del siglo XX, tuve que verme obligado a investigar sobre la infraestructura colonial de las calles ayacuchanas, las características de sus personajes y el pensamiento dominante de la época. Esta novela iba a contar con unas ochocientas páginas, sin embargo, tuve que reducirla casi a la mitad por temas de mercado y exigencias del editor. Y claro, como es ya el común denominador en la literatura seria, la corrección del manuscrito toma mucho más tiempo que la construcción total de la misma. A esto hay que sumarle que los escritores no vivimos del arte, sino de cualquier otro oficio que va a contracorriente de la intelectualidad.   

 

Es curioso que el protagonista de la novela tenga su apellido y que el apellido La Torre también asuma un lugar relevante en la historia. Precisamente, quien porta el segundo apellido es un pretendiente de alto estatus social que desposa a una de las hermanas de Mario Cárdenas. Para usted, ¿qué significa cada apellido? ¿Qué le viene a la mente al pensar en Cárdenas y La Torre?

 

En la primera página, aclaro que los personajes principales y secundarios que figuran en la obra existieron tal cual y con todos sus detalles. Mario Cárdenas, el protagonista principal de la novela, fue mi padre. Para bien o para mal, mi progenitor fue un hombre que guardaba, con mucho celo, la evolución generacional de la familia Cárdenas, cuyo origen, en Ayacucho, se le debe a Francisco de Cárdenas Rojas, uno de los conquistadores que llegó a esta parte de América con Francisco Pizarro y fue nombrado, posteriormente, como Teniente Gobernador de la Frontera de Huamanga, en 1537. Algunos apuntes y la enciclopédica memoria que tenía mi padre me ayudaron a construir esta obra histórica. La familia La Torre es de origen trujillano y tiene que ver con Haya de La Torre. La casualidad hizo que se unieran los Cárdenas y los La Torre en Ayacucho, y de esa unión se gestara la cúpula que encabezó la insurrección armada de los años ochenta. En la novela están los detalles.

 

Una escena que me resultó bastante llamativa fue una en la que Mario Cárdenas y Los Socios de la Alegría intentan avergonzar a un docente del colegio en donde cursan la secundaria, pero resulta que dicho profesor los termina sermoneando a la pura manera ilustrada. Apela a la razón para desprestigiar a los bromistas, pero también a toda perspectiva apoyada en la superstición, la ignorancia científica y demás. La óptica del pedagogo arremete contra un pensamiento religioso occidental, pero ¿también podríamos decir que arremete contra un pensamiento religioso andino o autóctono?

 

Ese capítulo fue real y me la contó mi padre. De este apartado se puede deducir el nivel de ilustración que tenían los maestros de esa época. También de los alumnos, quienes, en cuarto de secundaria, ya practicaban el debate filosófico, tenían un amplio bagaje cultural y eran empedernidos lectores. El Perú de inicios del siglo XX se suponía un país en camino al desarrollo. Tenía perspectivas prometedoras. Todo eso empezó a diluirse en los años treinta. En adelante solo se suceden gobiernos fallidos, remedos de democracia y dictaduras ineficaces. Todo esto genera, más adelante, la insurrección armada. No hay resentimiento que nazca de la nada. Los resentimientos se fermentan poco a poco, van subiendo de grado durante años, pero siempre llegan a explotar.

 

En efecto, Aurelio Miró Quesada y César Pacheco Vélez resaltaron que un problema gravitante del Perú ha sido la integración del indio.  ¿Lo que usted quiere decir es que ese racionalismo ilustrado terminó siendo una promesa incumplida en el desarrollo del Perú, cuyos desperfectos perjudicaron sobre todo a la población nativa? Lo pregunto considerando que dicha ilustración se muestra antagónica con la cultura y cosmovisión que viene heredada del pasado prehispánico.

 

El racionalismo no ha servido de nada en nuestra patria. Ha sido apenas una metáfora, un poema idílico, un verso diluido en el tiempo. En el Perú, hasta antes de Velasco, los indios eran tratado peor que un perro, tanto por los cholos, los mestizos y los blancos. Eran considerados de casta despreciable y los latifundistas y agricultores solo los usaban como peones de montañas gélidas y sirvientes de enésima categoría. Velasco les dio algo de dignidad, pero no pasó de ahí. El conflicto armado interno, sin intención, por cierto, los obligó a migrar hacia las ciudades e integrarse, a fuerza de sobrevivencia, a las sociedades citadinas que también estaban siendo afectadas por la violencia y la pobreza. Perdieron completamente su identidad, literalmente se extinguieron. La población nativa actual es, creo yo, una minucia desperdigada, aculturada y ambivalente. Somos una sociedad sin un mínimo de identidad, igual que siempre, un magma de violencia concentrada.

 

Otra figura que llama de inmediato mi atención es la de Juan, originario de Chuschi, el mejor amigo del protagonista y miembro de Los Socios de la Alegría. Es un ávido lector, un pensador sediento de verdad, pero rotundamente limitado por su clase social y su descendencia bastarda. ¿Él sintetiza el racionalismo que producirá el pensamiento revolucionario, cuya perversión se dará décadas después por la influencia del terrorismo?

 

Juan, uno de los protagonistas más importantes de la novela, personifica a la mayoría de peruanos. Puedo afirmar, casi con absoluta certeza, que el Perú es el país más racista y clasista del mundo. Aquí, si tienes rostro indígena, apellido de origen autóctono y encima eres pobre, la inteligencia no te sirve para nada y estás destinado a la esclavitud. Esa es una insuperable tara que no nos permite consolidarnos como nación. Si de veras existiera cierto racionalismo en nuestra sociedad, ya hubiese ardido infinidad de veces la pradera.   

 

¿Le parece que la literatura puede ser semilla de transformación, de cambio o de revolución? ¿Cómo podría serlo sin caer en el panfleto ni el proselitismo?

 

La literatura siempre ha servido de elemento insurreccional del hombre a lo largo de la historia. ¿Por qué son recordados Dostoievski, Gorki, Dumas, Víctor Hugo, Rulfo, Poe, Ciro Alegría, Arguedas, entre tantos escritores universales? El artista en general —obvio que hablo del verdadero—, solo puede considerarse artista si defiende a la ética o revoluciona el arte en favor del pensamiento del hombre. Como di a entender en algunas respuestas anteriores, los libros de autoayuda o de autobiografías solo sirven para idiotizar más al hombre. Son métodos inconscientes para deshumanizarnos hasta la inanición intelectual.   

 

 

Noto que esta novela se mueve entre el realismo, el costumbrismo y el erotismo. La denuncia social es constante, los hábitos colectivos de Ayacucho en las primeras décadas del siglo XX están presentes y las descripciones no pierden de vista la corporalidad íntima. ¿Quiénes han sido sus maestros en la concepción de este estilo narrativo? ¿Qué autores han inspirado en usted esas expectativas?

 

Alguien que ha influido en mi forma de escribir, a quien admiro mucho, es Sigmund Freud. Él decodifica, con mayor acierto y racionalismo que los filósofos que lo antecedieron, todos los males que aquejan al hombre. A mi parecer, el ser humano es una bestia incontrolable y su bestialismo puede ser reprimido solo por medio de la educación forzada. Considero, además, al realismo como la escuela literaria que más me simpatiza. Mis paradigmas dentro de la corriente realista son: Dickens, Dostoievski, Tolstoi, Chejov, entre otros. Pero también Rulfo, Valle-Inclán, Maupassant y Vallejo. Para mí, Vallejo es el hombre más humanista de todos los tiempos. Muchísimo más que Cristo.  

 

Y también menciona obras que conservan matices eróticos como Las mil y una noches (Siglo IX), el Decamerón (1353) y Memorias de una pulga (1933). ¿Diría que el erotismo le sirve especialmente como objeto de crítica social en su novela? ¿Cómo conceptualiza esta escritura de la sexualidad?

 

A lo largo de la historia, el sexo ha sido el factor esencial para motivar y mover los ejes de la dinámica del hombre. He ahí el intento de represión casi total del sexo en la Biblia (1455). El poder político, religioso, empresarial, mediático y la fama, incluidos algunos poderes pequeños, son motivados por el sexo. Y claro, la existencia en sí misma. El hombre existe por el sexo y para el sexo.

 

Otra cosa que he notado es el lirismo al que apela para ciertas descripciones y ciertas citas de poemas que sirven de apoyo para resumir ideas o conceptos. ¿Qué tan actual considera esta forma de escribir? Quiero decir, la narrativa se lee más que la poesía, es un hecho; pero resulta interesante ver que la poesía se inmiscuye en la narrativa y el lector se encuentra parcialmente con ella sin esperarlo.

 

Pienso que el lirismo sirve para introducir al lector en las profundidades de la trama. Aunque es obvio que la poesía ha caído casi en total desuso, todavía creo que sigue manteniendo, por ahí, algún espacio para la abstracción. El día que la abstracción se extinga, nos habremos también extinguido los hombres o, en su defecto, retrocedido hasta el paleolítico. Y estamos muy cerca, por cierto. Creo que el prosaísmo total es reflejo de la banalidad, de la falta de creatividad, de la ausencia del arte. Lamentablemente, también en la literatura ha influido el reguetón.

 

Entonces, ¿sin poesía, no hay narrativa? ¿Sin poesía, la narrativa puede caer en ese prosaísmo total que menciona? ¿Qué tan imperativo considera que es para un novelista o un cuentista la lectura de poemas?

 

¿Qué es el arte? Desde su más simple significado se entiende que el arte es la abstracción que refleja, en sus diversas y profundas formas, el alma del hombre. La poesía, creo yo, es lo único que nos hace superlativos y nos diferencia en algo de los animales. En las otras facetas, los animales son largamente superiores a nosotros. El escritor verdadero está obligado a leer poesía. ¿Acaso un ciego puede ser un buen pintor?

 

Entre las alegorías que presenta la historia, resalta también la del mujeriego y secuestrador del pueblo llamado Crisanto. Esta suerte de Don Juan deja tantos hijos sembrados por los lares ayacuchanos que provoca una batalla campal entre aquellas que terminaron siendo sus amantes o resultaron congraciarse con su semilla. La descripción de la lucha entre ellas traza cierta analogía con la descendencia heterogénea que derivó tras el periodo colonial y las tensiones socioculturales que alentaron los altercados violentos. ¿Le parece que el Perú está definido por legados de desprecio entre sus diversos habitantes?

 

El personaje Crisanto —versión ayacuchana de Don Juan Tenorio, del español José Zorrilla— sintetiza las bondades de las que goza un hombre que tiene, tal como se le describe a este truhan en la novela, «pico de oro, astucia de zorro y herramienta de burro». Aquí apelo, como en muchos capítulos, al principio freudiano de la simplicidad, la concupiscencia y el poder, que le sirven de motivaciones al hombre. Crisanto es el fiel reflejo del español hipócrita y advenedizo, la herencia dominante a la que nos hemos acostumbrado y nos caracteriza.

 

¿De tal palo tal astilla? ¿La descendencia que este reflejo español lega en nuestra patria está condenada a seguir sus pasos?

 

Una sociedad es producto de lo que hicieron con ella. Los españoles —de aquellos tiempos, por cierto— nos legaron el latrocinio, la hipocresía, la traición y otras taras de las que no nos hemos podido liberar porque, para desgracia nuestra, desde la República hasta hoy, solo nos han gobernado peruanos descendientes de españoles o admiradores de España. No hemos tenido intelectuales ni líderes que hayan luchado por la liberación mental de una sociedad sumida en el conformismo. Pablo Macera, el que parecía un ilustre historiador, es una muestra reciente de la traición.   

 

Algo que ha enfatizado en otra de sus entrevistas es que Donde hablan los muertos no es una apología de la violencia, sino una reflexión sobre las causas y razones de la vorágine mortuoria que ha sufrido nuestro país en las últimas décadas del siglo XX. A su entender, ¿qué otras novelas han hecho esta exploración de los orígenes de la violencia política en el Perú? ¿Destacaría a algunas en especial?

 

Hay muchas obras que se han publicado y se siguen publicando sobre el tema de la violencia política en el Perú, tanto de los que novelan a partir de la ficción, así como de los autores que formaron parte en el conflicto. Sin embargo, debo decir que, en tantas obras publicadas sobre el tema hasta hoy, muy pocas alcanzan a describir con realismo lo que significó la violencia interna en el Perú. La mayoría de autores son tímidos o expresionistas, narran los hechos apelando a la sutileza. Puede que peque de ignorante, pero creo que hay muy pocas obras noveladas que tratan sobre los orígenes de la violencia política. Creo que mi novela Donde hablan los muertos es la única que tiene, hasta ahora, toda la información fehaciente y los motivos por los que se fermentaron, durante décadas, el resentimiento y la violencia que desencadenaron la insurrección armada. 

 

El antropólogo mexicano Yerko Castro Neira, en la introducción que hace a Memorias de un soldado desconocido (2012), recalca que la violencia no solo surge en los hechos extraordinarios, sino también en los cotidianos.  La violencia guarda una complejidad que oscila entre lo anecdótico y lo trascendental. Por tanto, pienso que estudiar las causas de la violencia significa estudiar las medidas para alcanzar la paz, tanto para prevenirla en los espacios domésticos como en los espacios públicos. ¿Le parece que esa es la intención de las novelas de violencia política?

 

La violencia es el reflejo fiel del hombre, una muestra clara de que no hemos evolucionado nada, de que cualquier especie animal, incluidas las arañas, viven en el mundo en mayor armonía que nosotros. ¿Pero qué sería de las masas sin la violencia? ¿Tal vez la esclavitud al estilo de África? La violencia a las masas solo les sirve de cierta recuperación de dignidad cuando la represión de los que manejan el poder se hacen demasiado crueles. Las masas nunca ganan. Si hay algo para lo que han servido las redes es para enrostrarnos que la historia, esa que nos vendieron como verdadera a lo largo de siglos, esa historia está plagada de mentiras y no ha sido otra cosa que un instrumento del poder fáctico. Las novelas de violencia política sirven para poner ante nuestros ojos la historia al desnudo, con alma, con dolores, con memoria y enseñanza. 

 

En la presentación que tuvo en Puno, usted declaró que escribe para incomodar a la sociedad, para cuestionar y fastidiar el orden establecido. ¿Se definiría como un escritor comprometido con la sociedad? ¿Cuál le parece que es el rol del novelista en el Perú?

 

Pienso que el verdadero artista no escribe para contentar a nadie. ¿A quiénes contentan Dickens, Tolstoi, Maupassant, Balzac, Mann o Sartre?  Para eso están los que escriben libros de autoayuda, aquellos que piensan que su biografía sirve para algo, esos que loan a esa metáfora famosa: «el hombre debe tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro». Un artista que no provoca no es artista. Yo soy un escritor comprometido, veo con horror lo que sucede en nuestro país. Si hacemos una retrospección, solo descubriremos miseria y traiciones en nuestra enclenque historia. No es falso eso de «el peruano es enemigo de otro peruano». Aquí nos odiamos casi por genética.

 

Estoy de acuerdo con lo que menciona sobre la autoayuda, en la medida en que la cuestión no es tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Más bien, la cuestión es que el hijo crezca sano, el árbol no muera pronto y el libro sea leído. El verdadero compromiso se nota en ese nivel de diligencia. ¿Qué tan diligente ha sido como escritor? ¿Tiene alguna rutina en especial para escribir? ¿Es poco metódico? ¿Cómo es que dota de seriedad este oficio?

 

Soy un ferviente racionalista. Estoy convencido de que la vida es apenas una ilusión y vamos de la nada hacia la nada. A partir de esta premisa, no deberíamos perder el tiempo en utopías, reencarnaciones ni castigos de ultratumba. ¿De qué sirve ser testigo de una vida miserable? ¿Para qué ser testigo mudo de la barbarie? La literatura es una bomba de sabiduría que destruye la banalidad dominante en la mente del hombre. Yo escribo con la rebeldía en el teclado, el furor en mis dedos, el sarcasmo como espada y la vergüenza constante de ser humano. 

 

¿Qué significa Ayacucho para usted? ¿Catalogaría su novela como una novela regional?

 

Viví en Huanta, provincia de Ayacucho, la tierra donde nací, hasta la edad de catorce años. Luego emigré, como la mayoría de muchachos provincianos, a Lima. Llevo a Ayacucho en mi sangre, en mi alma, en mi rabia y en mi historia. Vivir en Ayacucho y conocer su historia es, de alguna forma, introducirse en los niveles infernales del Perú escindido casi hasta la inanición. Dijo mi editor Willy del Pozo cuando leyó Donde hablan los muertos: «Esta novela es el triste y fiel retrato de todas las regiones del Perú».

 

 

 

 

 

5 de junio del 2025 









[1] Marco A. Cárdenas Elguera (Huanta, Ayacucho, 1962). Escritor desde los 20 años, corrector de estilo y difusor cultural. Estuvo en talleres literarios dirigidos por Oswaldo Reynoso, José Antonio Bravo, Luis Vidal, Otilia Navarrete y Cromwell Jara. Fue integrante de la Asociación Cultural Libro Abierto de Lima entre 1985 y el 91, ocupó el primer lugar en el concurso de cuento de la Vendimia de Ica en 1992, y en 1996 fue elegido presidente de la Asociación Nacional de Escritores y Artistas (ANEA) sede Ica. El año 2000 publicó su polémica novela El quinto evangelio (cuatro ediciones), texto que alborotó a la iglesia y los espacios culturales conservadores. El 2007 sigue con sus éxitos literarios al publicar el libro de relatos Flor de retama (quinta edición). Muchos de sus relatos integran antologías de Cuentos infantiles, Cuentos eróticos, Cuentos de misterio y Cuentos de la guerra. El 2020, mientras radicaba en Italia, fundó la Asociación Cultural Peruanos en Roma. Luego de su retorno al Perú, el 2022, se sumergió de lleno en la lucha por la democracia, los derechos humanos y el dictado de talleres de literatura. Es conocido en las redes sociales como un despiadado defensor de la buena escritura, la ética y la ilustración. El 2023 fue Mención honrosa en el concurso de cuentos José Watanabe, primer finalista en el Huauco de oro, y semifinalista en el Concurso de literatura infantil Editorial Altazor. Publicó el 2023, con el sello Altazor, la tierna y humanista novela infantil Chirote, el sembrador de ilusiones. En noviembre del 2024, publicó su última novela de corte histórico Donde hablan los muertos. Tiene por publicar una novela existencialista y un libro de relatos.

miércoles, 23 de abril de 2025

Yuri Vásquez. Escribir la vida, describir la ficción

 

ESCRIBIR LA VIDA, DESCRIBIR LA FICCIÓN

 

[Entrevista a Yuri Vásquez[1]
sobre su libro La inmensidad]

 

 

 

Por Edward Álvarez Yucra

 




 

La inmensidad forma parte de una continuidad que ha denominado hasta el momento la Trilogía del hombre hipermoderno. En lo personal, ¿cuál de las tres obras que la conforman le resulta más destacable?

 

Antes que todo, debo hacer una aclaración. La Trilogía del hombre hipermoderno la conforman hasta el momento los libros: Sonata para un hombre lejano (2016) y Los últimos dioses del opio (2019). El tercer libro, que es una novela ya terminada, se encuentra escrita en el flujo de la ficción distópica, el relato policial, ciencia ficción, melodrama, discurso histórico y filosófico. Todos estos elementos englobados en la narrativa yuxtapuesta del realismo y lo fantástico. Un proyecto ambicioso que me ha tomado los últimos cuatro años. Se publicará a fines de este año y con ello se cerrará esta trilogía.

En cuanto a cuál de estos es el más destacable, prefiero dejar esta respuesta para cuando se completen los tres textos y que sean los lectores los que respondan. Con respecto a La inmensidad (2022), es una novela autónoma, independiente a otros libros, que, sin embargo, de una u otra manera guarda relación con todos mis textos publicados por ser el caso de tratarse de una novela de autoficción y que hace referencia a mi producción literaria en conjunto. Pero sobre esto último, me gustaría precisar que, además de autoficción, es también una novela de metaficción. Lo particular del libro es el resultado de experimentar con cierta audacia la confluencia de ambas corrientes narrativas, donde, especialmente al final aparecen con mayor rotundidad y como desenlace los elementos de la metaficción. La metaficción en La inmensidad está orientada a cuestionar la realidad que viven los personajes, la que puede parecer sólida, coherente, inevitablemente estructurada, pero que, sin embargo, puede ser trastornada por otros flujos de la vida que pueden parecer inverosímiles y hasta fantásticos.           

 

¿Y esta novela que está próxima a publicarse es La vida encantada? Recuerdo que mencionó ese título en una entrevista con Alex Rivera de los Ríos.

 

No se trata de La vida encantada. La novela que tenemos proyectada publicar con Cascahuesos es una novela distópica. Una novela ambiciosa en la que se entrelazan la trama policial, el relato fantástico, la especulación de la ciencia ficción, el melodrama, personajes históricos interrelacionados y confundidos con personajes de ficción, el discurso filosófico y la crónica periodística. Esta novela cierra la Trilogía del hombre hipermoderno.

 

Ahora, ya que ha matizado la posición de La inmensidad en su producción literaria, ¿le parece que puede leerse como una confesión sobre su poética personal? ¿Sobre lo que es la literatura y, sobre todo, acerca de lo que es la narrativa para usted? Me deja esa sensación luego de notar el recurso de las citas a sus obras ya publicadas, como si teorizara con las historias de la novela el modo en el que son concebidas.

 

La inmensidad, en términos generales, puede ser leída como el flujo y despliegue del relato autoficcional —no autobiográfico— y la narrativa metaficcional; los cuales, al final del libro, desembocan como aguas de distintos ríos y van a dar lugar a la formación de un desenlace en que la ficción y la realidad se confunden, replanteando la trama de la novela y convirtiendo la experiencia vital de los personajes en algo imprevisible. Esto nos lleva justamente a considerar que La inmensidad es un libro que trata fundamentalmente sobre el tiempo y la vida, el tiempo que comprende la micro historia y la macro historia, y la vida que supone la existencia como una experiencia inagotable y que escapa a toda previsión.  De allí que el tiempo y la vida representan la inmensidad. 

Ahora, en cuanto si es una confesión de mi poética personal, sí lo es en lo que se refiere a mi extrema búsqueda de la perfección estética, en la incesante búsqueda de nuevos caminos literarios y la insatisfacción que siempre conlleva esta persecución, a veces inútil, de la obra de arte en sumo grado. 

 

¿Por qué prefiere usar el rótulo «hipermoderno» en lugar de «posmoderno»?

 

Bueno, para mí no existe una diferencia de concepto entre lo hipermoderno y lo posmoderno. Por lo general se cree que el posmodernismo representa una etapa radicalmente distinta o superior del modernismo. Sin embargo, entiendo que es solo un desarrollo hiperbólico, extremado, exacerbado, de las características básicas de la sociedad contemporánea, que se han dado en las últimas tres o cuatro décadas, tales como: consumismo, alienación, desintegración del individuo, intervención del poder en la actividad humana, etc. Ahora bien, yo prefiero emplear el término hipermoderno al referirme al comportamiento específico del individuo en medio del contexto de la sociedad, la relación conductual con el entorno, con los otros —los demás y el fenómeno social y cultural— que lo rodean; contexto en el que por lo general estos caen, para bien o para mal, bajo su peso y sombra. Estos hechos, que percibo en el exterior, y que también lo experimento como un sujeto más, yo los he trasladado a mi ficción literaria, de ahí que al conjunto de mis novelas que tocan este tema las he denominado la Trilogía del hombre hipermoderno.

Lo postmoderno yo lo concibo más como la expresión de un fenómeno social, político, filosófico, cultural y literario que tiene como fundamento al hombre hipermoderno, es decir, al hombre concreto de la calle, sumido en el contexto de la sociedad contemporánea.

 

¿Desde cuándo le parece que emerge la hipermodernidad en Arequipa? ¿Qué fenómenos encuentra significativos al respecto?

 

De acuerdo a lo que acabo de señalar, prefiero hablar de postmodernidad para tratar el fenómeno cultural, artístico y, en específico, literario que sobrevino tras el acontecimiento histórico de los años noventa que produjo el mundo unipolar, el globalismo y el surgimiento del evento informático y tecnológico.  El mundo occidental, a partir de estos eventos, sufrió una influencia en todo orden de cosas: el económico, el social, el político etc.; el cultural, artístico y, concretamente, el literario no fueron la excepción. En el Perú, a mi modo de entender, especialmente en Arequipa, el posmodernismo se expresó a través de una literatura de autoficción. Lo predominante fue el relato intimista y descontextualizado proveniente de Lima —a través por ejemplo de Mario Bellatin, Renato Cisneros, Jeremías Gamboa— en clara reacción al modernismo del Boom latinoamericano y en consonancia con el relato pequeño propugnado por el posmodernismo literario global. Algunos escritores locales y regionales fueron conscientes del posmodernismo, para bien o para mal, y lo asumieron con algún convencimiento; otros siguieron simplemente la moda, dando lugar a una autoficción distorsionada y decididamente narcisista. En los años 90, en Arequipa, se produjo una eclosión literaria en la narrativa —Los solitarios, por ejemplo— y esta ebullición se consolidó a partir del nuevo milenio con la aparición de jóvenes escritores que hoy dominan la escena. Habría que diferenciar el fenómeno local y regional literario de los noventa con el del nuevo milenio, hay un proceso de formación de voces más asentadas y firmes a partir del primer decenio de este siglo para adelante.

 

¿Podría contarme un poco más sobre Los solitarios? Pasa que en la historia de la literatura arequipeña no figuran aún agrupaciones tan notables en narrativa como sí figuran las de poesía. Y, por cierto, a su gusto, ¿qué escritores jóvenes en la escena actual se posicionan como buenos prospectos?

 

Los solitarios aparecieron en la escena literaria de Arequipa de los años noventa. Lo conformaron un grupo de jóvenes poetas y escritores que publicaron una revista memorable en la que se dieron a conocer y en la que divulgaron sus trabajos. No hace mucho, en un esfuerzo por documentar este movimiento literario, se editaron en libro todos los números de la revista. El grupo estuvo conformado por Jaime Coaguila, Javier de Taboada, y otros. El grupo animó el ambiente literario arequipeño y fue una manifestación del resurgimiento firme de la narrativa en nuestro medio, la cual se extiende hasta ahora. En esa medida, fueron unos grandes propulsores. 

Hoy en día es muy alentador comprobar que muchos jóvenes vienen cultivando la narrativa con gran entrega. Creo que se puede destacar entre los que han aparecido recientemente a Anthony Valdivia, Erik Aguirre y Jorge Malpartida. También resulta muy interesante el trabajo literario de Alex Rivera de los Ríos, un joven escritor consolidado.

 

En cuanto a los autores que practicaron el relato intimista limeño, ¿qué los distingue de la literatura narcisista que mencionó en una entrevista para el Correo?

 

El relato intimista limeño se enmarca generalmente en los términos de la autoficción literaria sustentada en un modelo convencional que puede resultar atractivo, pero que adolece de innovación formal y reducciones a propósitos muy limitados de la experiencia humana. La autoficción es un subgénero literario respetable y cultivado en el pasado por figuras destacables como, por ejemplo, Dante Alighieri o Henry Miller, pero cuando se la practica hasta el cansancio y no ofrece un aporte literario específico, pierde importancia. La literatura narcisista se configura como una desnaturalización y distorsión de la autoficción, en la que solo fluye la más pura anécdota personal envasada en un lenguaje estandarizado y nada renovador.

 

Según Javier de Taboada, usted sigue una estética fragmentaria en la novela. Esto se da porque hay notas a pie de página que remiten a acontecimientos simultáneos a las historias narradas. Y, al mismo tiempo, estas historias nos transportan a diferentes etapas temporales en la vida de Leandro Roldán y Homero Vélez a través de fechas distribuidas anacrónicamente en cada capítulo. Podríamos mencionar otras fragmentaciones como las citas de otras obras suyas, textos de crítica de cine, ensayos y anécdotas literarias. No obstante, ¿qué buscaba obtener al remitir al lector constantemente a acontecimientos simultáneos a las historias desarrolladas?

 

Como decía, el postmodernismo literario global ejerció una influencia en la cultura occidental. La mayoría de la narrativa quiso seguir sus flujos de manera convencional, pero también otras narrativas se esforzaron por redefinirlos. El eje fundamental del discurso posmoderno se produce a partir de la estructuración del relato pequeño contra el gran relato. Esto, naturalmente, no tiene nada que ver con la extensión, sino con la visión literaria. Yo escribí bajo la sombra y vigencia del posmodernismo literario global; pero quise convertir mi literatura en una especie de laboratorio en el que se afirmara el gran relato, es decir la preocupación por los problemas existenciales de la condición humana. En esa medida, en La inmensidad quise enlazar la trama del individuo singular con los acontecimientos plurales que se dan fueran de él, pero en torno a él, descritos por los sucesos históricos del mundo a través de noticias. Con ello quise motivar al lector a que note que el individuo forma parte de su contexto y que no es un sujeto abstracto e intemporal.

En cuanto a los otros fragmentarismos de la novela, a decir de Javier de Taboada; y que se refieren a ensayúsculos, crónicas cinematográficas, reseñas de libros, reproducción de textos literarios… mi intención fue el de exponer el gran relato en términos estéticos, lo que significa que todo texto es expresión de las manifestaciones literarias —aun cuando parezcan extraños—. Esto en contra del pequeño relato estético que supone reducir a la novela a un hecho simplemente anecdótico o «novelesco».

 

Entonces, usted ve la novela como el arte máximo, el arte en el que caben todas las artes, ¿no? ¿Es por eso que el título es La inmensidad? Por supuesto, no quiera cerrar el significado de esta forma, también noté que en la novela se hace alusión a lo inmenso de la vida misma.

 

Si, la novela es el espacio en que pueden fructificar todas las manifestaciones literarias, aun las que aparentemente no parezcan posibles.  En esa medida, mi empeño literario se encauza a desarrollar la Literatura total. Este es un concepto distinto del de la novela total que se practicó en los sesenta y setenta con el Boom literario hispanoamericano.  La novela total se plantea como un ejercicio estético muy rico y variado, pero encerrado en el propio ámbito narrativo convencional y novelesco. En cambio, la Literatura total se abre, vamos a decir, al vasto e impredecible mundo literario. Constituye una nueva visión de la literatura, el hombre y el mundo, en la que no hay demarcaciones ni fronteras y en la que todos los textos, todos los temas y todos los géneros alimentan la creación literaria tomando a la literatura como un gran universo.    

 




¿Cómo se le ocurrieron los nombres de Leandro Roldán y Homero Vélez?

 

En el caso de Leandro, siendo que este personaje tiene ciertas proximidades biográficas conmigo, recurrí al apellido materno Roldán de mi madre. En cuanto el otro personaje, tomé el nombre de Homero por simbología literaria con el gran escritor Homero de la Odisea (Siglo VIII a. C).

 

Es muy irónico que este Homero no haya encontrado jamás su trascendencia literaria, como sí pasó con el poeta griego.

 

Sí, creo que resultó ser finalmente un personaje muy oscuro y devorado por sus propias sombras y enigmas

 

¿Diría que solo Roldán nace de su biografía? ¿Homero Vélez cobró vida a partir de una biografía ajena a la de usted?

 

Con respecto a Leandro Roldán, diría que si, como acabo de señalar, está más emparentado conmigo. Pero es bueno precisar que La inmensidad ciertamente es una novela de autoficción y no una novela biográfica en estricto sentido de la palabra; de ese modo, las experiencias vitales del personaje y el autor se entrecruzan, pero muchas veces se disuelven en la ficción absoluta.

Respecto a Homero Vélez, este efectivamente representa una proyección de Leandro Roldan, como personaje literario ya plasmado, antes que una del autor.

 

En la historia de Roldán, prima bastante la ética de escribir sobre aquello que a uno realmente le interesa o le resulta relevante. Esto puede comprobarse todavía más con una confesión casi al final del libro, en la que, tras leer a James Joyce, el narrador afirma que se ha sentido inspirado a escribir una obra literaria sobre otra obra literaria. Y, considerando que Roldán nunca concretó la novela que le demandaron, cuyo tema y orientación debía ser la revolución social tan reclamada en los 80, ¿diría que representa un alegato en favor de la libertad del escritor?

 

El fragmento, al que usted alude, se refiere a la influencia que ejerció Las mil y una noches (Siglo IX) en mi literatura, pero más precisamente, aunque no se señala taxativamente, en mi novela Los últimos dioses del opio (2019).  Hay que recordar que la novela parte de una única historia y se ramifica en muchas otras que sustancialmente son análogas a la original. Este aspecto, de alguna manera, guarda proximidad con las miles de historias que la dulce Sherezade le cuenta al visir para evitar la muerte. De ahí que, por esta circunstancia literaria, se puede hablar entre estos dos libros como novelas espejos; obras que, como sabemos, se han dado varias veces en la literatura universal. 

Tocando el rol de Leandro Roldán en La inmensidad, el personaje se enfrenta a la exigencia, propia de los años sesenta, hasta pasados los ochenta, de un compromiso social y revolucionario; de allí que se le demande escribir la novela de su tiempo. Pero él nunca lo hace, o en todo caso, lo hace a su manera y no bajo los estándares de la crónica social o el panfleto. En cambio, escribe relatos demasiado estetizantes sin vínculo con el entorno. En uno y otro caso no se siente satisfecho. Ya frustrado, sintiéndose culpable, decide no publicar. En esa medida estas dos situaciones revelan la caída de la utopía del discurso social y del discurso puramente individualista de la cultura occidental —marxismo y liberalismo—. En efecto, la superación, el salto de estas contingencias literarias y existenciales, representa la búsqueda de Leandro Roldan por la libertad. 

 

En el caso de Homero Vélez, se hace notar la controversia del escritor tímido y acomplejado por su potencial. Vacila mucho más en publicar sus escritos y carece de la estabilidad emocional para enderezar su vida. ¿Lo que intenta hacer con él es documentar la forma en la que se pierden posibles grandes talentos en el mundo literario?

 

Ciertamente. Pero, además, hay que entender los impulsos autodestructivos de Homero Vélez. Su determinación en alguna instancia de su vida por saltar por encima de sus circunstancias existenciales y buscar su propia libertad. Sin embargo, pese a su propósito, quizá no lo suficientemente vital ni profundo, lo arrastra el maremágnum de sus dudas, o más bien, se dejar superar por sus sombras y es incapaz de dar el paso decisivo para enfrentarse al mundo. Hay pues en él una falta de ánimo, de voluntad por la vida, de dar batalla por sus obras literarias y por él mismo. Termina consumido por lo de afuera, por el mundo.

 

Aquí me viene a la mente algo que dijo Javier Cercas cuando visitó Arequipa. Dijo en uno de sus conversatorios que «un escritor valiente es un pleonasmo», pues se sobrentiende que todo escritor ya es valiente al tomar la iniciativa de publicar sus libros y hacerse cargo de las críticas que puedan hacerle los lectores al respecto.

 

Así es. La literatura es una exigencia otológica, pero también traza relaciones con el mundo de afuera y, en esa circunstancia, estamos sujetos a la actitud y reacción de terceros que no siempre son amables con uno. Pero ese es el destino inevitable de un artista, de un escritor y tiene que aceptarlo, porque después de todo y, en gran medida, el lector se constituye en la ruta final de la creación; que, en muchos casos, legítimamente o no al interpretarla, la reescribe.

 

¿A quién alude la presencia del poeta Waldo Ramos en el libro? ¿Es un poeta real o cien por ciento ficticio?

 

Es un poeta real, y trata de representar la banalidad y frivolidad con que algunos escritores se acercan a la literatura en los años 80.  

 

¿Y cuál considera que es la forma no banal ni frívola de acercarse a la literatura? ¿Está representada en Leandro Roldán?

 

Creo que la forma más banal y frívola de acercarse a la literatura es por pose, por seguir una moda literaria o una consigna, por publicar lo primero que a uno se le viene a la mente, tan solo por la urgencia de presentarse ante lo demás como alguien muy interesante.

En el caso de Leandro Roldán, su relación con la literatura no es banal ni frívola, creo que es más bien compleja y muy complicada, en la medida que muestra una profunda insatisfacción existencial consigo mismo y con lo que escribe; ciertamente en menos intensidad que la de Homero Vélez. Pero de este punto comparativo no podemos decir nada claro ni preciso, puesto que estos dos personajes se entrelazan dramáticamente y puede ser que uno recíprocamente sea el otro.

 

Los desamores son bastante comunes en su obra, las féminas que desfilan en La inmensidad solo encuentran la infelicidad al lado de sus amantes. ¿Busca visibilizar la imposibilidad de un compromiso y emparejamiento sólido en los tiempos hipermodernos? ¿Su intención siempre ha sido abordar la agonía del eros?

 

En términos generales es lo que usted dice. Y esto sucede en el caso particular de Leandro Roldán. Experimenta un conjunto de relaciones amorosas que tienen que ver con el amor revolucionario —Paulina Huaraya—; el primer amor sublime —Isabel Sáenz—; el amor conyugal —Ethel Chávez—; y el amor erótico —María Laura Ortiz—. En todas estas experiencias, las relaciones de pareja se ven alteradas, distorsionadas, frustradas, incomprendidas por las propias circunstancias personales de pareja y el entorno que los envuelven, pues gravitan en el desenlace de las mismas bajo los signos de los prejuicios morales, las limitaciones emocionales, las falsas idealizaciones, los intereses materiales, la sobreexcitación artificial de la libido, etc. que trazan la sociedad contemporánea y que afectan el original propósito sentimental.

 

¿Alguna vez habrá un final feliz para las parejas en sus novelas?

 

En cierta forma, se produce en La inmensidad. Recordemos que Leandro Roldán, luego de sus relaciones sentimentales azarosas, encuentra entendimiento y placidez en Claudia, con quien descubre que ha estado ligado toda su vida y que no ha necesitado convivir ni casarse con ella para entablar buenas relaciones de pareja. En Los últimos dioses del opio también sucede más o menos lo mismo con Erick Barúa y Danae, quien viene a ser la compañera inseparable del delito para el escritor en medio de las vicisitudes que pasa durante su cautiverio en la jungla mutante. De manera que las relaciones de pareja «felices» son posibles en mi literatura, en tanto que vayan de la mano con la realidad de la vida.

 

 

 

 

22 de abril del 2025








[1] Nació en Arequipa, Perú. Es abogado de profesión. Ha obtenido diversos premios literarios, entre ellos, el primer lugar en la VIII Bienal de Cuento “Premio COPÉ 1994” con el cuento “Cuando las últimas luces se hayan apagado”. Tiene publicados los libros de cuentos Cortometraje (Cascahuesos Editores, 2010), publicado también en España (editorial Huso, 2018); Témpanos y Kamikazes (Tribal editores-Lima, 2014); Sonata para un hombre lejano (Surnumérica, 2016). Es autor de las novelas: El nido de la tempestad (Tribal editores-Lima, 2012), finalista de la bienal de novela – Premio Cope internacional 2009; Los últimos dioses del opio (Surnumérica- 2019); La inmensidad (Surnumérica- 2022); y El círculo perfecto de la muerte (Cascahuesos Editores 2024. Novela policial). En el 2017 fue invitado a la Feria Internacional de Guadalajara, y en el 2018 participó en la Feria Internacional de Santiago, en Chile. El año 2021 fue distinguido por la municipalidad provincial de Arequipa como uno los arequipeños del Bicentenario y el año 2023 fue condecorado por la medalla cultural por la Biblioteca Regional Mario Vargas Llosa. Este año 2025 se apresta a publicar Juego de papeles, un libro ecléctico de cuentos.

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